Dios ordena a Moisés y al pueblo ir a la Tierra Prometida, pero no los acompañará personalmente debido a su terquedad. Esto entristece al pueblo, y dejan de usar joyas como señal de duelo. Moisés solía hablar con Dios en una carpa fuera del campamento, donde la presencia divina descendía en forma de nube. Moisés pide a Dios que lo guíe, y Dios promete acompañarlo. Moisés insiste en la necesidad de la presencia de Dios para distinguirlos como su pueblo. Dios acepta y le muestra su gloria, aunque protege a Moisés de verlo directamente.