El pueblo de Israel está a punto de entrar en la tierra prometida, habitada por naciones poderosas. Aunque estas naciones son más grandes y fuertes, Dios promete ayudar a Israel a conquistarlas. Sin embargo, Dios les recuerda que no es por su propia bondad que recibirán la tierra, sino por la maldad de las naciones que serán expulsadas. A pesar de las advertencias, el pueblo de Israel ha sido terco y desobediente desde que fueron sacados de Egipto. Incluso en el monte Sinaí, hicieron un becerro de oro y se apartaron del camino de Dios. Moisés, al ver su desobediencia, intercedió por ellos ante Dios, recordando la fidelidad de Dios a sus antepasados. Aunque merecían ser destruidos, Moisés rogó por su perdón, recordando la promesa de Dios a Abraham, Isaac y Jacob.