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Había una vez, en el Polo Norte, un ambiente festivo que normalmente inundaba la casa de Santa Claus. Pero este año era diferente. Santa, conocido por su alegría y entusiasmo, se encontraba sumido en una melancolía inusual. Sus ojos, que solían brillar con la magia de la Navidad, ahora reflejaban una sombra de duda.

Santa Claus se sentó en su sillón rojo, rodeado de juguetes y decoraciones brillantes, pero su corazón estaba pesado. Daba vueltas a una carta que le había escrito un niño llamado Timmy.

"Querido Santa:

Este año he sido bueno, pero mamá y papá dicen que quizás ya no existas. No sé qué pensar. Si eres real, por favor, hazme saber.

Con amor, Timmy"

Santa suspiró profundamente. La carta le había afectado más de lo que imaginaba.

La preocupación se reflejaba en los ojos de Santa. ¿Acaso la magia de la Navidad estaba desapareciendo? ¿Se estaba desvaneciendo su propósito? Mientras el ruido del taller continuaba afuera, Santa se encontraba inmerso en una lucha interna.

Decidió caminar por el Polo Norte, sumido en sus pensamientos, y llegó a un lugar tranquilo cerca de la aldea de los elfos. La nieve crujía bajo sus botas, y el aire gélido contrastaba con el calor de su duda.

Se detuvo junto a una ventana nevada y vio a los elfos ocupados, pero su mente seguía atormentada por las palabras de Timmy. ¿Cómo podía asegurarle a ese niño y a todos los demás que la magia de la Navidad aún existía?

Mientras la aurora boreal pintaba el cielo con tonos mágicos, Santa se encontró solo en su despacho, rodeado de la atmósfera festiva que solía llenarlo de alegría. Pero esta vez, la habitación estaba impregnada de un silencio melancólico.

- ¿Acaso he dejado de ser real para aquellos que más confían en mí?

La duda se apoderó de él, y en ese momento, la idea de tomar sus maletas y partir sin despedirse comenzó a formarse en su mente. Las luces de la habitación titilaban, como si también sintieran la tristeza que envolvía al viejo Santa Claus.