Santa Claus Sí Existe

Capítulo 1

Tiempo presente…

 

 

Juanillo dio unas suaves palmadas en el vientre de la yegua que acababa de ayudar a parir, hablándole con cariño.

— Listo Chamuscada, ya quedaste y tu potrillo está bien sanote, ven a ver qué chulada de animalito tuviste.

La bestia, como si lo hubiera entendido, se incorporó inmediatamente y se acercó a su cría que intentaba avanzar con pasos tambaleantes.

Juan los miró sonriendo.

— Ni yo lo hubiera hecho mejor. — Dijo David, su jefe, quien estaba recargado en un poste del establo. — Eres muy bueno con los animales.

— Aprendí del mejor maestro. — Dijo Juan encogiéndose de hombros.

El hombre soltó una pequeña carcajada.

— No Juanillo, que cuando muchachito siempre estuvieras pegado junto a mí ayudándome con los animales no se iguala a lo que aprendiste en la universidad y, como repito, tienes un don muy especial.

El joven sólo sonrió. Es cierto que se había hecho veterinario siguiendo el ejemplo del patrón David, pero no se consideraba mejor que él, al contrario, sabía que aún tenía mucho que aprender de la experiencia de ese hombre. Iba a responder cuando Lupita entró al establo y se quedó callado, serio. La hija del “Bastardo” se había convertido en una joven increíblemente hermosa a quien él, en secreto, amaba sin esperanza alguna.

— ¿Ya nació el bebé? — Preguntó la joven llegando junto a su papá abrazándolo por la cintura.

— Míralo. — Dijo el hombre abrazándola también. — Luego de batallar toda la noche la pobre Chamuscada, aquí lo tienes.

— ¡Qué chulo está! — Exclamó la joven emocionada. — Parece un cuervo de tan negro que es.

El hombre pegó una carcajada ante la ocurrencia de su hija mientras Juan recogía todo su instrumental.

— Parece que ya tiene nombre el potrillo. ¿Cómo ves, Juanillo?

— ¿Cuervo? Me parece bien. — Dijo el joven con seriedad, sin voltear a mirarlos mientras se ponía a recoger todo su equipo. — Si ya no necesita nada, patrón, voy a darme un baño y por una taza de café.

— Ve a descansar Juanillo que buena falta te hace, duérmete un par de horas. — Asintió David. — Estuviste toda la noche en vela. Yo me hago cargo de los animales en lo que regresas.

— Gracias patrón. — Dijo el joven pasando cerca de ellos para salir. — Buen día niña.

— Espera Juanillo… — Lo detuvo Lupita. — ¿Por qué siempre me dices “niña” y me hablas de “usted”? ¡Antes me llamabas por mi nombre!

Juan se detuvo, se giró lentamente con la mirada baja.

— Lamento haberme tomado esos atrevimientos, disculpe mi ignorancia. — Dijo con seriedad. — Éramos niños, no sabía que a las patronas hay que llamarlas así.

— Creí que éramos amigos… — Musitó Lupita algo desconcertada.

Juan levantó el rostro y la miró con intensidad por un segundo.

— Usted no puede ser amiga del hijo de un peón. — Luego se giró y empezó a caminar hacia la salida. — Que tengan buen día.

— ¿Tú le dijiste algo? — Preguntó la joven a su papá cuando se quedaron solos — ¿Tú le prohibiste acercarse a mí?

— Jamás haría algo como eso y creí que lo sabías. — Dijo David besando la frente de su hija. — Él solito es el que se está acomodando ahí. ¿Desde cuándo cambió?

— Creo que cuando empezó la universidad. — Dijo Lupita soltando un suspiro y reflejando algo de tristeza en su mirada. — Un par de años después, a lo mucho. Siempre que regresaba a pasar sus vacaciones al rancho, platicábamos mucho, pero en un viaje simplemente me empezó a evitar y a hablarme así. Y yo no recuerdo haber hecho absolutamente nada que lo pudiera ofender.

— Ambos crecieron. — Dijo el hombre sopesando la situación. — Dejaron de ser niños.

— Es feo crecer… — Musitó Lupita con tristeza separándose del abrazo de su padre y yendo hacia la salida. — Te veo luego.

El hombre la miró, con una sonrisa traviesa en los labios, mientras ella se alejaba. — Creo que ya es hora de hablar con el viejo, a ver qué opina de estos dos. — Pensó mientras se acercaba a revisar a la yegua y al potrillo.




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