Santa Claus Sí Existe

Capítulo 2

Lupita estaba en su recámara, asomándose discretamente por la ventana. Desde ahí podía ver los establos y el corral, en donde Juanillo estaba adiestrando, con absoluta maestría, a un caballo, ante el aplauso de varios hombres que lo miraban desde el cercado, entre ellos, su papá, sus tíos y su abuelo.

Cuando niños, y hasta la adolescencia, ellos dos habían sido muy buenos amigos y se tenían bastante aprecio. Luego él se fue a la universidad y, al inicio, seguían manteniendo muy buena amistad. Cuando él regresaba al rancho a pasar sus vacaciones ella corría a recibirlo con los brazos abiertos.

Ambos solían pasar mucho tiempo en el establo, junto con su papá, quien era el veterinario del rancho, revisando a las bestias, bromeando y conversando. También daban largos paseos a caballo o simplemente se pasaban horas charlando de todo y de nada. Un día todo cambió de repente, Juanillo se empezó a alejar y a marcar distancias y ella no entendía el por qué. Eso le había roto el corazón pues Lupita se había enamorado del joven. ¿Cuándo? No lo sabía, pero para ella no había hombre más guapo, más gentil, ni más amable en el mundo. Siempre tenía la sonrisa a flor de labios, siempre era atento, caballeroso y respetuoso con todo mundo. Juan siempre estaba de buen humor, siempre reía y hacia bromas… menos con ella. Lo había notado, apenas ella se acercaba él inmediatamente se ponía serio y bajaba la mirada, cosa que ella detestaba.

— Querido Santa Claus. — Pensó Lupita con tristeza. — Si es que existes de verdad, y quiero creer que sí, lo único que te pido es que Juan me ame tanto como yo lo amo a él.

Soltó un suspiro y se retiró de la ventana.

 

 

— Has estado muy serio, bastardo. — Dijo su hermano Darío mientras miraban cómo Juanillo llevaba al caballo de vuelta al establo. — ¿Pasa algo malo?

El hombre soltó un suspiro y esperó a que los peones se retiraran y sólo quedaran él, su padre y sus hermanos.

— No es para menos bestia, mi Lupita está enamorada. — Dijo cuando los demás se fueron.

— ¡Ah chingá! — Exclamó Diego. — ¿Cómo que mi sobrina está enamorada? ¡Pero si nunca sale del rancho!

— Exactamente… — Afirmó David girándose a mirar a su papá. — ¿Tú qué opinas, viejo?

Don Diego sonrió.

— Ya lo veía venir desde hace tiempo. — Asintió.

— ¿Y estás de acuerdo? — Preguntó David con el ceño fruncido.

— La pregunta es… ¿ estás de acuerdo? — Le devolvió el hombre la interrogante, dando una palmada en el hombro de su hijo antes de alejarse rumbo a la casa grande.

— ¿Quién es el cabrón que se atrevió a meterse con mi sobrina? — Preguntó Darío con enojo. — Para ir a partirle su madre…

Davíd negó soltando una pequeña risa divertida.

— Es que ÉL no se ha metido con mi hija, al contrario, la está evitando. Dice que sabe perfectamente cuál es su lugar.

— Como dijo el viejo… ¿Tú estás de acuerdo? — Preguntó Diego con el ceño fruncido.

— Sé que la quiere de verdad. Me recuerda a mí mismo cuando rondaba a mi Aída, por más que él lo disimule, no puede quitarle los ojos de encima. — David se encogió de hombros. — Y también sé que la respeta mucho, y a todos nosotros… Pero tiene que ganársela primero.

— Así que el Juanillo… — Dijo Darío en voz baja luego de armar todas las piezas del rompecabezas en su mente.

— Bueno, pues ya tenemos asegurado un buen veterinario para cuando tú te jubiles. — Completó Diego encogiéndose de hombros.

— Conociéndolo cómo es de orgulloso, no lo creo. — Respondió David comenzando a alejarse. — Lo más seguro es que acabe alejándose de mi hija definitivamente.




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