Santa Ritas

7. Futuro

No sabe cuánto tiempo se mantiene así, dejándose acariciar por la mujer de madera, pero poco a poco el dolor disminuye. De pronto, ella se coloca a la misma altura, toma su barbilla con la mano libre y le levanta el rostro, por lo que abre los ojos. Aquellas cuencas vacías le resultan fascinantes, tanto así que no les quita la vista de encima.

—¿Te encuentras bien ahora? —pregunta Violette en un susurro casi íntimo. Debería alejarse, recordarle que no hay ningún tipo de vínculo entre ellos. Pero no lo hace.

—Sí, gracias. —Le dedica una sonrisa—. Eres un milagro.

—¿Un milagro?

—Es que… es increíble, ¿sabes? Que existas. Que vivas.

El joven nota un mechón suelto de bugambilias, el cual decide colocar por detrás del relieve de madera con forma de oreja. Ella se pone de pie bruscamente, acción que lo toma por sorpresa.

—Solo soy quien tú dices que soy. Si soy un milagro, pues eso seré. Si mi nombre es Violette, pues ese nombre tendré.

Él hace lo propio.

—¿Por qué?

—Porque… —Se calla. Parece meditarlo antes de contestar—: Porque yo no podría vivir sin ti.

Antonio tarda en entender a qué se refiere. Se asusta, primero, al creer que se trata de una extraña declaración de amor, pero eso no tiene sentido alguno, así que se decanta por pensarlo unos cuantos segundos más.

Es cierto. Si no hubiese hundido sus manos en la tierra, ella no estaría frente a él con esa figura tan familiar…

—No sé cómo sucedió, así que lo siento mucho.

—Te disculpas demasiado —responde, sin rastros de broma o regaño en el tono de voz.

Y aun así, la primera reacción de Antonio es soltar una pequeña carcajada.

—Rita cree lo mismo.

Como si un látigo de hiedra le azotara el pecho, el dolor regresa con ráfagas cada vez más intensas. Sabe que su estadía en el jardín de las Almas Perdidas ha terminado, al menos por el momento, pero continúa sin resolver su encrucijada sobre la mujer de su vida; antes de marcharse, debe encontrar el modo de confesarle a Rita que él es un hijo de Perséfone, aunque jamás haya oído hablar de ellos. Incluso, si resulta bien, imagina majestuosas bugambilias alzándose en el jardín trasero, y que, al caer sus flores, forman una alfombra rosa sobre la cual caminar cada mañana.

Se aferra a su camisa manchada de tierra, esperanzado.

—¿En qué piensas? —La joven de madera lo devuelve al presente—. ¿Ahora sí un lugar más bonito que este?

—Mejor que eso, Violette: un futuro feliz.



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En el texto hay: historia corta, lecciones de vida, ansiedad

Editado: 12.08.2024

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