De mi llegada a la universidad solo puedo decir que mi único objetivo era la
urgencia de graduarme, que hacía calor ese día y que algunos rostros quedaron en mi
memoria, entre ellos el suyo.
Sentí en lo profundo de mí ser la imperiosa necesidad de acercarme mientras él me
miraba con sus ojos marrón chocolate y su sonrisa de lado, jugando con los anillos de su
anotador sentado frente a mí.
Miré la hora en mi reloj: "Mierda, ya es tarde". Me maldije por quedarme parada allí
como idiota obnubilada en sus ojos.
En el aula 26, como un presagio del destino volví a encontrarme con él.
La clase duraría cuatro horas de tedio y aburrimiento y al parecer a él tampoco le
atraía mucho la idea de estar escuchando a un profesor hablar sobre el comunismo.
Sentado a mi lado dejó sobre el banco uno de sus audífonos, como si me conociera más
que yo misma. Me lo coloqué en el oído izquierdo y cerré los ojos, sentí el mundo
detenerse, escuchando aquella canción sentí su perfume y su respiración.
Al terminar la clase, me fui a mi departamento, me sentía bien, feliz y algo
confundida.
Tendría que volver a la normalidad, aquella normalidad que implica recuerdos,
desamor y el estar constantemente a la defensiva, no quería terminar herida una vez más;
ni siquiera por él...
El estrés de la universidad no me ayudaba con mi mal genio y aquel no era
precisamente el mejor de los días para que me dijeran algo bonito o simplemente me
saludaran.
Salí al supermercado al ver que no tenía absolutamente nada en la alacena y en la
góndola de pastas me distraje un momento y deje el carrito para ir por otros artículos. Al
regresar no lo encontré, lo que empeoró mi frustración.
Camine unos pasillos más hasta que lo reconocí, Facundo, el chico de la clase de
Comunismo, se lo había llevado por error y trataba de darme explicaciones.
Me puse furiosa innecesariamente lo admito y lo mande al diablo.
El viernes necesitaba salir; no quería saber nada más con los parciales y los
marcadores. Tomé mis llaves y salí de casa; caminé dos cuadras y entre al primer bar que
vi, pedí una cerveza mientas veía como pasaba, entraba y salía gente pero no reparé en
él.
-Una invitación. -Dijo el mozo señalándolo y dejando una cerveza frente a mí.
Era él, el mismo que días atrás había cruzado y mandado al diablo en el
supermercado. Me levanté y caminé hacia él, con algo más de amabilidad que en nuestro
primer encuentro fuera del ámbito universitario... Me detuve frente a su mesa:
-¿Puedo? -Le pregunté mientras él contestaba un mensaje.
-Si claro, siéntate.
-Quería pedirte disculpas, creo que fui un poco brusca el otro día en el
supermercado.
-No te preocupes, sé que no era un buen momento. -Dijo sonriendo mientras
tomaba un poco de cerveza.
Estuvimos un rato largo hablando de diferentes cosas.
Se hizo tarde, ya me había desconcentrado lo suficiente como para no recordar
que al día siguiente tendría que rendir el parcial y por lo visto a él tampoco le interesaba
mucho; llamaba poderosamente mi atención el hecho de notarlo tan distendido frente a la
inminencia de los exámenes...
Pasó una semana de la noche que vi a Facundo en el bar; los parciales fueron un
desastre, pasé un solo examen y con la calificación mínima. A pesar de ser ingresante la
carrera cada vez se volvía más difícil.