Sara da vueltas y vueltas a la cama.
La cabeza de Sara da vueltas y vueltas a cosas que no merecen la pena.
Sara se preocupa sobre si debería preocuparse por tener esos pensamientos.
Es de noche, no hay un solo rayo de sol, pero sigue haciendo un calor asqueroso. Es de noche, no se escucha un solo ruido, pero Sara está a punto de explotar.
Nada la ataca, pero ella sufre. Le atacan demonios que no ve, le insultan recuerdos mudos. No, no es una buena noche, pero lleva así semanas.
Sara cree recordar cuándo empezó a sentirse así. Sara recuerda cómo discutía con una que ahora era su ex-amiga, si es que se le puede decir así.
Sara recuerda todas las noches que no fue culpa suya, que se tragó una mierda que no era suya. Esa amiga… Sara no se atreve a decirse así misma que la estaba manipulando. Sara no se quiere ver como una marioneta.
Sara se acuerda de que cuando terminaron de discutir se acostó y se sintió como la mayor de las escorias.
Y sus sentimientos, se convirtieron en una fría noche. Y la fría noche, en una bola de nieve, imparable. Una bola de nieve, que poco a poco, se hacía más grande.
Y tuvo miedo. Miedo de su “yo” de ahora. Sara piensa que si no es capaz de librarse de cosas así… ¿Cómo va a afrontarse a sí misma en el futuro? Esa noche acabó mandando a esa “amistad” a la mierda, y con muchos pensamientos inconclusos.
A Sara se le cayó un pedazo de alma a ese pozo que todo el mundo tiene, pero que el pozo de Sara le era… El pozo de Sara era bastante aterrador para ser algo tan… abstracto.
Sara siempre temía que le pegaran, de que le insultaran… De cosas, más o menos “físicas”. Que se pudieran ver u oír. Pero ahora, sus demonios eran invisibles, y sus demonios mudos.
Sara ve como su bola de nieve se hace cada vez más grande. Y hasta cierto punto, se pregunta con curiosidad, cuán grande tendrá que ser la bola para no poder más con ella.
Sí, las noches están siendo difíciles.
No, no es lo que ella quería.
Sara desea tener a alguien que le haga cucharita hasta que ella se duerma.
Pero en vez de un brazo, tiene la almohada encima de la cabeza. Como si ese trozo de tela y relleno pudiera apaciguar esas voces que están dentro de su cabeza.
Sale del cuarto, va al baño.
Sara se ve en el espejo. Le cuesta verse como la “Sara de ahora” y teme como se verá en ese espejo la “Sara del futuro”.
Abre el grifo. El agua fría es percibida como una caricia tímida en la cara de Sara. El agua trata de calmarla, la acaricia y se va.
Sara teme al futuro. Diecisiete años tiene, casi adulta ya. Y no sabe si será capaz de alcanzar la carrera que desea. No confía en que la carrera que ha escogido refleje su verdadera pasión. Sara teme no ser lo suficiente para seguir avanzando… Todo el mundo avanza, todo el mundo dice que ha madurado… Y Sara se siente igual… Sara parece no cambiar.
Sara se vuelve a mirar en el espejo. Se ve roja, mojada y con el pelo hecho un Cristo.
Sara se niega a darle más vueltas a su aspecto, está fea. Aunque siempre se sienta así, ahora tiene más motivos.
Vuelve al cuarto. Es un horno. Como todos los veranos.
Sara intenta dormir. Tiene sueño. Y su mente la introduce en pequeños escenarios ya vividos, recuerdos. Dónde no se sintió como se siente ahora.
Le viene uno. Conoció a un chico en una fiesta. Era guapo, y más o menos tenían el mismo humor tan negro y podrido. Y su humor negro a veces se subió de tono. Y cayó la noche. Y el chico le dijo de apartarse de los demás, de quedarse a solas. Y se contaron las mierdas, y cuando se quiso dar cuenta. Se estaba besando con él.
Joder.
Sara no sabe si eso fue bueno.
Sara no sabe qué hacer.
A Sara, le gusta imaginarse cómo hubiera sido o cómo estaría siendo si no fuera por qué a veces se da asco así misma. Sara no ha escrito a ese chico.
No.
Sara no va a darle más vueltas. Mínimo a ese tema. No merece la pena sentirse mal; si el chico quisiera, ya le hubiera escrito. Sara se reconforta un poco al pensar eso.
La mente de Sara decide atacarla con un surtido de pensamientos. Sara se ve debatiendo sobre si Dios existe y temiendo si es que sí. Una cosa más que la preocupa ahora. Gracias.
Sara cuando menos se lo espera tiene un “descanso”. Se ve inmersa en escenarios ficticios que su mente le maquina para tenerla un poco más. Y se imagina teniendo conversaciones ridículamente largas con el chico de la fiesta. Se imagina que el chico que le gusta le hace caso a las indirectas que no se atreve a mandarle… Y se pregunta… si está mal fijarse tanto en el chico de la fiesta si ya “tiene” a uno que le gusta. Ella no quiere ser como las típicas que se hablan con 3 al mismo tiempo y cosas por el estilo.
Sara se pregunta si es ella la que está bien, en general. Ya se lo cuestiona. Hace cosas que no sabe si va a arrepentirse de hacerlas al día siguiente. Dice cosas que no sabe si debería habérselas callado. Se calla cosas que no sabe si debería haberlas dicho.
Sara no quiere mirar el reloj. Aunque lo hace. En su pilar autodestructivo. Sara calcula sus horas de sueño…. Cuando se va a levantar cuando le dé la gana, cuando a su cuerpo le dé la gana.
Sara se pregunta porque no duerme aun teniendo ganas. Y es curioso, a la par que le jode. Porque son esas mierdas de preguntas, esos pensamientos sin sentido, que la mantienen activa hasta tarde.
Sara sigue con la almohada en la cabeza.
Y sus pensamientos se vuelven lentos, ya no fluyen a sus anchas. Se vuelven toscos, no atacan con agilidad. Se calman y no embisten como toros furiosos.
Sara está tan cansada que se duerme. Al fin. Lo último que ha hecho es pensar. Pensar en que quiere parar de pensar.
Y como todas las noches, ese momento llega. El paraíso después de la tormenta.
Una lágrima valiente se queda en la mejilla de Sara. Haciendo guardia. Anoche le tocó a una lágrima no tan valiente.