Sara y Ana eran dos chicas que vivían en un mundo subterráneo donde la gente era escamosa y tenían habilidades especiales. A pesar de tener una mente adulta, eran niñas otra vez y estaban cansadas de vivir su infancia otra vez, haciendo las mismas cosas de antes. Sabían que no podían cambiar mucho el pasado, pero Ana no aguantó más y decidió ver a su padre, que tenía años sin ver. Sara intentó convencer a Ana, pero ella no la escuchó y trató de abrir un portal hacia la superficie usando el objeto de Sara. Pero Sara no la dejó hacerlo, temiendo que las descubrieran.
Ana recordó que, aunque ahora eran niñas, sus habilidades estaban desbloqueadas. Corrió hacia un lugar sin rumbo, cerró los ojos, su pelo se levantó y todo brillaba. De repente, Ana desapareció en un destello de luz.
Ana se había teletransportado al mundo humano, lo que era peligroso para una niña con mente adulta y poderes mentales en un mundo humano. Sara sabía que tenía que hacer algo, así que agarró su objeto dorado y, para no llamar la atención de las personas escamosas subterráneas, lo usó para abrir un portal e ir tras Ana.
Al llegar a la superficie, Sara tuvo que caminar y actuar normal, pero era medianoche y ahora era una niña otra vez. Aunque no le asustaba lo que le podía pasar, podía teletransportarse, no podía hacerlo ya que llamaría demasiado la atención. Así que caminó por la acera, como una niña buena, sin tratar de llamar la atención de las personas, y se dirigió a su casa. Allí se encontró con sus padres.
"Sara, es hora de que nos digas dónde has estado estos últimos tres días. Ya van dos veces que desapareces y no parece que estés mal", dijo la madre de Sara, mirándola fijamente a los ojos con preocupación. Sara, ahora una persona madura en cuerpo de niña, no pudo evitar llorar al ver a sus padres otra vez.
Aunque para los padres de Sara solo habían pasado tres días, para Sara habían pasado más de 40 años sin ver a sus padres y, además, en su futuro, sus padres estaban muertos.
"Papá, mamá, ¡los extrañé!", dijo la pequeña Sara, con lágrimas en los ojos, lanzándose hacia sus padres.
Al ver la reacción de Sara, sus padres pensaron que ella no tenía la culpa y decidieron escuchar su historia.
"No pasa nada, hija. Entra a casa, date un baño y cuando termines nos cuentas qué ha pasado", dijo el padre de Sara con una sonrisa tranquilizadora.
Sara entró a casa, se dio un baño caliente y, mientras se bañaba, pensó en una excusa para sus padres. Al mismo tiempo, estaba feliz de ver a sus padres una vez más. Al salir de la tina, se unió a sus padres en la sala de estar y empezó a hablar.
"Nosotras estábamos jugando en el parque, pero un hombre mayor nos empezó a mirar raro. Nos dio miedo y corrimos sin rumbo, hasta que nos dimos cuenta de que estábamos perdidas. Ana y yo intentamos buscar nuestro camino de regreso, pero no lo encontramos. Pasamos varias noches afuera, durmiendo en bancos y pidiendo ayuda a extraños, pero nadie nos ayudaba. Ana estaba cada vez más frustrada, y al final peleamos. No sé dónde está ahora, pero quiero encontrarla", explicó Sara con lágrimas en los ojos.
Los padres de Sara se miraron el uno al otro, preocupados por la situación de su hija. Decidieron creer su historia y de inmediato llamaron a los padres de Ana para ver si tenían noticias de su hija.
Después de unos minutos al teléfono, los padres de Sara les informaron que Ana estaba en casa y que había hablado de una historia similar. Al escuchar esto, Sara se sintió aliviada de saber que su amiga estaba a salvo y con sus padres. Sin embargo, sabía que ahora tenía que encontrarla para continuar con su misión.
Los padres de Sara la tranquilizaron, prometiendo que visitarían a Ana al día siguiente. Juntos. Con la mente más tranquila, Sara se acostó en su cama, sintiéndose agotada por los eventos de los últimos días. A pesar de todo, sabía que tenía que encontrar a su amiga y volver a al mudo subterráneo, y completar la misión.
Al día siguiente, Sara se encontraba en su casa, mirándose detenidamente al espejo. Estaba admirando su imagen y la juventud que aún poseía, ya que no recordaba cómo se veía de niña. Mientras susurraba para sí misma, su padre entró a la habitación con una sonrisa en el rostro.
"¿Qué andas haciendo, Sara querida?", preguntó su padre con curiosidad.
"Nada, papá. Solo me miraba al espejo", respondió Sara nerviosa, temiendo que su padre hubiera escuchado lo que decía en voz baja.
"Te has puesto muy madura estos días, Sara", continuó su padre, tratando de elogiarla.
Sara se sintió preocupada al escuchar eso. Temía que su padre se diera cuenta de que ella ya no era una niña, sino una persona de más de 40 años de edad. Pasó un rato y finalmente llegó la hora de ir a la casa de Ana.
Sara corrió a su habitación y buscó ropa que ponerse. Encontró un conjunto bastante anticuado para su edad, pero decidió ponérselo igualmente. Estaba emocionada pero preocupada al mismo tiempo.
Finalmente, subió al coche de sus padres y en cuestión de segundos, llegaron a la casa de Ana.
Al llegar, Sara se sintió nerviosa al ver a los padres de Ana y preguntándose cómo reaccionarían ante ella, una mujer de 40 años. Pero para su sorpresa, la recibieron con una sonrisa amistosa y cálida.
Los padres de Ana le dijeron a Sara que Ana estaba en su habitación, por lo que Sara subió las escaleras con una sensación de emoción creciente. Golpeó la puerta y escuchó la voz de Ana que la invitaba a entrar.
Sara abrió la puerta y vio a Ana sentada en su cama, rodeada de juguetes de peluche. Ana se sorprendió al ver a Sara con ropa de "adulto", Ana miró a Sara y le dijo con una sonrisa burlona: "Ja, se nota que eres un adulto de lejos".
Sara la miró fijamente y le susurró: "No digas nada, Ana. Aparte, estamos viajando en el tiempo. Lo quieras o no, somos niñas de verdad y no estamos suplantando a nadie".
Ana frunció el ceño y respondió con enojo al oído de Sara: "¿Qué dices, Sara? ¿Crees que iba a revivir contigo la misma vida aburrida de meditación? Quiero vivir mi niñez. Estuve 40 años viviendo con lagartos bajo la tierra, comiendo solo frutas".