Sárkány, Hijos de la Estrella de la Mañana

Capítulo 2: La Cruz de Santiago

Santiago, Nuevo León, México.

Era temprano en Santiago, una de las pocas localidades dentro del Área Metropolitana de Monterrey que todavía gozaba de una relativa estabilidad. Los delincuentes no le daban mucha importancia a ese lugar debido a su difícil acceso, especialmente por estar en las inmediaciones de la Sierra Madre Oriental, que servía de escondite para las guardias comunitarias formadas por la misma población local; los grupos delincuenciales o cualquier hostil que quisiera pasar era "venadeado", término utilizado por los pobladores para referirse cuando los guardias disparaban desde las sierras o los matorrales a cualquier intruso. El municipio se había aislado tanto de la Metrópoli, al punto que ya no se le consideraba parte de la misma por el propio gobierno.

A las afueras de la zona de la cabecera municipal, se ubicaba un negocio repostero bien cuidado y decorado que era dirigido por una hermosa chica de ojos azules; cabello castaño, bien peinado y largo; bien arreglada y con una mirada tranquila. Enajenada en sus pensamientos, la joven pone atención a los primeros clientes de la mañana: dos hombres de unos "cincuenta y tantos" y vestidos como campesinos.

-¡Buenos días!

-Buenos días, Miroslava. ¿Cómo amaneció? -Uno de los señores responde al saludo de la dueña del negocio, mientras él, junto con su acompañante, tomaban lo de siempre: conchas, empanadas y uno que otro pastelillo para comenzar el día-.

-¿Listo para trabajar, Don Artemio?

-No sin antes entretener la tripa con sus sabrosos panecitos. No sé cómo le hace para hacerlos usted sola.

-Bueno, siempre he trabajado mejor sola -dice Miroslava, dibujando una sonrisa tranquila en su faz-. Dicen que más de dos manos arruinan la comida.

-Sí -responde el otro señor-, pero al menos permita que alguien le ayude a hornear o por lo menos a la limpieza. Ahí tengo en la casa al huevón de mi hijo. Se debería venir acá a ayudarle aunque sea a barrer.

Miroslava ríe un poco por dentro ante el comentario de aquel señor.

-Gracias, pero no será necesario por el momento. Si necesito ayuda entonces yo les aviso.

-La ayuda que necesite aquí estamos nosotros, “mija”. Por cierto, dice mi hijo, el menor, que si se anima a salir a cenar con él este fin de semana.

Miroslava sonríe amablemente ante la propuesta de Don Artemio, mostrando una serenidad gallarda.

-Dígale que es muy amable, pero lamentablemente estaré muy ocupada en estas semanas. Será en otra ocasión.

-No se preocupe, mija. Igual, aquel güey debe aprender cuando le dicen que no; ya sabe que es muy necio. ¿Cuánto va a ser?

-30 pesos. Pero por el buen rato les regalaré unas campechanas que me acaban de llegar -la chica señala unos dulces hechos de harina que estaban en su estantería-.

-"Nombre", señorita. No se moleste.

-No es ninguna molestia, tómelas.

-Bueno, se las aceptamos nada más porque está bien chula y nos hace la mañana más bonita siempre que venimos aquí. Igual, en agradecimiento, luego mando a mi vieja a que le traiga unas gorditas para que coma y no gaste dinero. En la tarde se las trae.

-Muchas gracias, Don Artemio.

-De nada, mija. Buen día y que esté bien.

-Que tengan buen día, hasta pronto.

Los dos hombres se retiran con sus productos dentro de una bolsa de papel mientras hablaban entre sí.

-¡Qué chulada de muchacha! Pero muy chiquilla pa' nosotros –comenta bromeando Don Artemio-. ¿Ella no es de aquí de México, verdad?

-Sus papás eran checos, pero ella nació en Chiapas. Sus papás murieron cuando estaba el desmadre allá.

-¿Apoco, compadre?

-Sí, les cayó un bombardeo cuando hacían un reportaje en Tuxtla. Luego unos amigos de su familia la trajeron pa’ acá; de hecho, ellos eran los dueños de la panadería, pero ella se quedó con el negocio después de que fallecieron.

-Ta' cabrón. La pregunta es: ¿Cómo le hará pa’ hacer todo su trabajo ella sola? Digo, necesitas pues a alguien que te eche la mano.

-Sabe...

Dentro de la tienda, Miroslava se encargaba de arreglar algunas cosas de la estantería. Ésta quiso prender la televisión para distraerse un poco o para que mínimo hubiera algo de ruido; la terminó apagando cuando escuchaba al reportero decir: -"El gobierno federal sigue investigando sobre los eventos extraños en San Pedro Garza García. Las fuerzas de las Naciones Unidas están trabajando para estabilizar la situación"-. Miroslava sabía de lo que se trataba todo esto, puesto que ella vivía en carne propia el hecho de ser "diferente" a los demás.

Zaragoza, Nuevo León.

Un convoy de efectivos del ejército mexicano y la Guardia Nacional se dirigían hacia Santiago a la misión que se les encomendó para dar con el objetivo "Mother”, llamado así por el director Hutzinger. El director de la CIA, con Leonore a su lado, hablaba con el General Moncada dentro de uno de los autos ejecutivos que estaba justo en medio de aquella caravana.

-Aun no entiendo por qué tenemos que usar a una brigada completa del ejército y a 200 efectivos de la Guardia Nacional para dar con una mugrosa checa.

-Por lo que ya le mencioné anteriormente, señor Moncada. Creo que no hace falta tener que repetírselo.

-Me lo ha repetido un vergo de veces, pero sigo escéptico a creer en su cuentito de ciencia ficción sobre la amenaza que representa una pinche veinteañera para nosotros, a pesar que ya vi lo que puede hacer su rara amiga –se queja el castrense mientras señala a Leonore-.

-Más que una amenaza, yo la considero la respuesta a todos nuestros problemas; si la tenemos, podemos encontrar la solución al problema de la Serpiente y de las hermandades, ustedes volverán a tener el control total del país, y nosotros podemos asegurar la seguridad del nuestro.




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