Juárez, Nuevo León.
La oscuridad aún reinaba, pero había señas de que faltaba poco para que amaneciera. En un camino de terracería ubicado a los pies del lado oriental del Cerro de la Silla, un hombre vestido de civil, cuyo rostro estaba cubierto por una bolsa negra de tela, era encaminado a la mala por dos mujeres, siendo al mismo tiempo escoltados por un grupo de otras 10 mujeres. Destacaba que las féminas vestían en un particular estilo que mezclaba la moda paramilitar y steampunk, portando armas largas, katanas o cuchillas.
Las guerrilleras se adentran en los matorrales, y una vez pasándolos se encuentran con otro grupo también conformado por mujeres, destacando una que estaba en medio de ellas y cruzada de brazos; a juzgar por la larga gabardina negra que traía puesta, la cual traía bordado lo que parecía ser el logo de aquella agrupación en la espalda, ésta sería la comandante.
-¿Cuántos eran? –Pregunta la comandante, clavando sus ojos ámbar de manera inquisitiva en el prisionero-.
-Era un grupo de cómo 20 o 25 miembros –responde una de las escoltas-. Él es el único sobreviviente.
-Descúbranlo.
Tras la orden de aquella mujer de cuerpo delgado y alargado, una de las suboficiales le quita la capucha al prisionero, revelando a un hombre moreno, que a juzgar por su corte de cabello, parecía ser un soldado o un policía. El hombre apenas podía ver las siluetas de sus captoras por las tinieblas que iban cediendo al amanecer, pero extrañamente podía ver claramente el brillo tétrico de los ojos de la comandante, la cual procede a interrogarlo.
-Nombre, edad y función en la Serpiente Blanca.
-Alberto Esqueda, tengo 29 años y funjo como soldado –responde con un tono de nerviosismo que trataba de disimular-.
-¿Qué función tienes en el Gobierno Federal?
-¿Cómo?
-Te hice una pregunta, no respondas con otra.
-Es que no sé de lo que me está hablando…
-Observa tu mano…
Aquel hombre obedece a la extraña petición, sólo para darse cuenta de que ya no tenía el dedo meñique y el anular, gimiendo por el shock más que por el dolor.
-Si no quieres que sea la mano completa, dime: ¿Qué función tienes con el Gobierno Federal?
-¡Ninguna! ¡Sólo sé que varios agentes federales se reunieron en nuestro escuadrón! ¡Pero yo sólo recibía órdenes! ¡Nunca me dijeron qué hacían ellos ahí!
-Te creo que no supieras en el instante, mas no te creo que no te hayan informado de que iba a haber presencia federal en los bastiones de la Serpiente. Si yo fuera ustedes, actuaría con hostilidad. ¿No lo crees?
-Le juro, ni nosotros comprendemos lo que motivó a la jefa a darnos esa clase de órdenes. Generalmente hace la primera cosa que le venga en gana y nos lleva a nosotros por delante, creemos que está loca.
-No puedo estar más de acuerdo contigo, pero eso no significa que te perdonaré la vida. Date por bien servido de que no morirás como los demás que me mentían.
-¡Pero señora, no quie-…!
El individuo fue acallado cuando su cabeza fue desprendida de su cuerpo con un movimiento rápido de aquella mujer, cortándole la cabeza con un sable de cadete de hoja negra. Tras limpiar la hoja con un pañuelo, ésta vuelve a envainar su sable.
-Dispongan del cuerpo…
Las mujeres que custodiaban al pobre diablo tomaron sus restos, llevándoselo lejos. Las penumbras cedieron más a la luz, la cual comenzaba a mostrar algunas de las facciones de aquella mujer que no parecía rebasar la treintena.
-¿Kats?
-Dime – responde la mujer tras quitarse del rostro un mechón de su largo y ensortijado cabello oscuro-…
-Acabo de recibir un reporte: parece que los federales comenzaron a moverse después de que dispusimos de aquel grupo.
-Bien. Entonces las Enyas debemos darles la bienvenida.
Kats, líder de las Enyas, mostró una sonrisa ligeramente perversa que no ocultaba la emoción que sentía en ese momento.
Instalaciones de la Luna de Mayo, San Nicolás de los Garza.
Ya habían pasado algunos días desde la batalla contra los Mutants; desde ese entonces, Romeo, Carlo y Miroslava seguían siendo instruidos sobre sus propios poderes por los líderes de la Luna de Mayo. La meta era que estos supieran cómo generar CEMI sin necesidad de acudir al pánico ni al estrés. El avance se veía, pero iba a paso lento.
Miroslava, tras despertarse temprano y ducharse, se disponía a ir hacia los comedores. Al pasar por uno de los campos de entrenamiento, la chica divisa a Romeo quien trataba de emular los poderes que hace unos días había descubierto, intentando golpear con estos a unos maniquíes de entrenamiento, pero sin éxito; a lo mucho generaba un destello que se difuminaba al avanzar metro y medio. Miroslava, sin poder evitar soltar una pequeña sonrisa de hilaridad, se acerca a su compañero.
-¿Desde qué hora estás levantado?
-¡Oh! –Romeo se exalta un poco, puesto que no escuchó a la joven mujer acercarse-. Pues… desde hace una hora, más o menos.
-Entonces -Miroslava ve a los maniquíes intactos-… ¿Llevas una hora intentando derribar esas cosas con tus poderes?
Romeo sólo atina a reír nerviosamente.
-¿Hace falta que te responda eso?
-No, no hace falta. Mejor ven conmigo. Vamos a desayunar.
-No, necesito entrenar para poder sacar mi poder a flote.
Miroslava observa al muchacho con desapruebo.
-Romeo…
-¡Está bien, está bien! Pero terminando volveré a entrenar.
Ambos chicos fueron hacia los comedores. Mientras desayunaban, los chicos hablaban de diversos temas, ya fueran personales o aleatorios.
-… Entonces… ¿de dónde aprendiste repostería? Apenas me voy enterando que tenías un negocio de pasteles.
-Sí, era con lo que me podía sostener en ese tiempo. El negocio era de mis tutores, y ellos me enseñaron repostería y panadería. Siempre he tenido cierto gusto hacia las cosas dulces –Miroslava despide una risa protocolaria que se traducía como un "no tengo ni la menor idea del porqué te estoy contando esto"-. Después de que mis tutores fallecieran, yo me hice cargo del negocio, aunque a veces me apoyaban los vecinos. Espero que el resto que no haya fallecido ese día esté bien…