El Mundo, Febrero del año 2025.
Una insurrección en las Américas, la cual fue conocida mundialmente como “La Revolución de las Serpientes”, sumió dicho continente en un frenesí revolucionario gracias a las palabras y al carisma de Sara “Veyper” Conti, la líder de la organización terrorista conocida como La Serpiente Blanca, quien logró elucubrar a buena parte de los líderes mexicanos y centroamericanos, convenciéndolos de una “Revuelta Mundial” para derrocar a los Estados Unidos de América; quienes se negaron, fueron ejecutados, a veces personalmente por ella. A día de hoy, buena parte de México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Belice ya estaban bajo el poder de Veyper, quien comenzó a acosar Costa Rica y Panamá, aunque estas pudieron resistir gracias al apoyo de la OTAN, aunque las batallas comenzaron a recrudecerse, y las masacres estaban al orden del día.
“Babilonia la Grande”, como comenzaron a apodar a Veyper varios líderes mundiales, nombró a su creciente imperio como la “Unión de Naciones Americanas”, el cuál alimentaba revoluciones en Sudamérica, triunfando éstas en Venezuela, Bolivia, Paraguay, las Guyanas y Surinam, pero fracasando en Perú, Uruguay, Brasil, Chile, Colombia y Argentina, aunque estos países se vieron envueltos en una escalada de violencia que amenazaba con convertirse en guerra civil.
México, llamado por su Líder de Estado, Lorena Tomassi, como “El Corazón de la Revolución”, era la madriguera principal de Veyper. No obstante, el estado más grande de la Unión no era exento de grupos de resistencia y hermandades, conformados por dotados, civiles y los remanentes del ejército mexicano que se negaron a jurarle lealtad a Veyper, diseminados a lo largo y ancho de la otrora república. Aún así, la Serpiente Blanca suprimía toda intentona de levantamiento con sangrienta implacabilidad.
Ciudad de México, Estado Mexicano, Unión de Naciones Americanas.
Era de noche en el “Palacio de Leviatán”, nombre con el cual fue bautizado el otrora Palacio Federal por la propia Veyper, hacía honor a la persona que lo habitaba: estatuas de dragones y gárgolas adornaban la fachada, y una serpiente gigantesca de roca, sosteniendo un cuchillo con su cola, adornaba lo alto de la cúpula.
Autos lujosos llegaban al lugar; de ellos bajaban varios individuos que daban apariencia de ser líderes de estado, o que eran grandes personajes del ámbito político o militar. En sus miradas se podía ver una combinación de alerta, nerviosismo y miedo; no obstante, estos siguieron su camino hacia el interior del palacio.
Los invitados llegan a la sala de reuniones, la cuál era adornada elegantemente por varios candelabros puestos en la pared, colocándose todos alrededor de una enorme mesa rectangular; éstos divisan al fono de la mesa a Lorena Tomassi, líder del Estado Mexicano, de pie, solemne y con una sonrisa conciliadora con la cuál invitó a los presentes a relajarse; a su derecha estaba otra mujer sentada, aunque la luz muy apenas llegaba a ese rincón.
-Buenas noches, caballeros - saluda Tomassi -. Sean bienvenidos. Tomen asiento, por favor.
Sn cambiar su rostro de nerviosismo y sospecha, los aludidos aceptan la invitación. Acto seguido, comienza a hablar la mujer que estaba al lado de la mexicana; su acento italiano era inconfundible.
-Tomassi, puedes sentarte.
-Sí, mi señora.
Los presentes lograron identificar la silueta de Veyper una vez que Tomassi se sentó: la mujer tenía sus pies puestos sobre la mesa y sus brazos cruzaban su pecho, mientras ésta observaba inquisitivamente a sus invitados con sus penetrantes ojos amarillos. Atrás de ella, como siempre, tenía a sus fieles guardianes: Kairos, el paramilitar israelí, y Noir, la asesina francesa.
Antes de que rompiera un largo silencio, Veyper bajó los pies de la mesa, sentándose apropiadamente. Muchos se estremecieron una vez que esa siciliana, quien era ama y señora de todos los presentes, comenzara a hablar.
-Estaba a punto de decir que es un gusto tenerlos a todos aquí, pero parece que falta gente -dice en tono irónico-.
-Mi señora -dice un individuo de tez morena y acento centroamericano-, quiero pedirle mil disculpas, pero el presidente Guadiana...
-... ¿presidente? -Interrumpe Veyper-. ¡Vaya! No creí que estuviéramos aún en una república.
-Perdone usted, es la costumbre.
-Costumbre de chupar pollas, secretario Díaz. Pero dime, ¿qué fue de ese indio salvadoreño?
-Murió. Fue emboscado por rebeldes nicaragüenses.
-¿Le cree, Tomassi?
-Algo me dice que alguien le dio información a los nicaragüenses para poder quitar del poder a Guadiana, y así poder llegar a un acuerdo con las fuerzas de la OTAN.
-No sé de lo que habla, señora Tomassi –el acusado dice con nerviosismo-. ¡Soy inocente!
-Digo, un pajarillo me dijo que estuvo en pláticas con la OTAN para lograr deponer a Guadiana, y de esa manera dejar que ésta ataque Nicaragua desde Costa Rica, y así usted poder entregar El Salvador a los del Atlántico Norte.
-¡Mi señora! ¡Eso que dice no es verdad!
-¿Me estás diciendo mentirosa, stronzo di merda?
El hombre sólo podía emitir chillidos de nerviosismo y terror; los presentes trataban de disimular su miedo, aunque se sentían aliviados de no ser ellos quienes estuviesen en los zapatos de ese pobre diablo, o por lo menos por ahora.
-E-está bien –dice resignado el secretario salvadoreño-. Sí me contacté con la OTAN, pero lo hice porque…
-… eso era todo lo que quería saber –dice Veyper de manera rápida y cantarina, colocando una sonrisa sombríamente jovial en su rostro-. Arrivederci!
El secretario Díaz no vio cuando una enorme serpiente hecha de energía verde se posó detrás de él; ésta abrió su boca, devorándole la cabeza de un bocado. La sangre no salió de su cuerpo decapitado, aunque el hedor a carne quemada y putrefacta llenó todo el lugar. Los presentes intentaron, en vano, evitar tener reacciones adversas ante dicha escena.