Sárkány Vol ll: Babilonia La Grande

Capítulo 3: Dónde las Águilas Se Atreven

Noreste de San Luis Potosí, territorio en disputa entre la UNA y El Estado de la Sierra Madre.

Bajo la comandancia de La Mano Nera, tanto las tropas de la UNA como sus mercenarios entraron a la región septentrional de San Luis Potosí bajo el control de las Fuerzas Libres Mexicanas y las fuerzas regulares sierramadrenses, aniquilando a toda fuerza que se oponía a ellos.

La Luna de Mayo tuvo que enviar tropas a las regiones aledañas para proteger Matehuala, ya que si ésta caía, el enemigo podría tener acceso para las regiones meridionales de Nuevo León y Coahuila, comprometiendo la ciudad de Monterrey.

Las tropas de la Fortaleza de Hierro, la base de Amaya ubicada en Matehuala y tributaria a la Luna de Mayo, planearon una línea defensiva que abarcaba desde Juan Sarabia a Villa de Guadalupe, con motivo de parar las oleadas de los dotados de la Mano Nera. Pridan, Zholtye y Zamorano se encaraban de las defensas de Juan Sarabia, Guadalupe de Carnicero y el paso de Villa de Guadalupe respectivamente.

Las batallas eran violentas, las emisiones de CEMI y las peleas cuerpo a cuerpo preponderaban en las zonas; las fuerzas no-dotadas servían de apoyo con armas pesadas, aunque tenían que cuidarse de los ataques de los dotados que neutralizaban la artillería común.

-блять! ¡Parece que nunca se cansan estos malditos!

Maldecía Zholtye, quien se encontraba en el frente de Guadalupe de Carnicero junto a varios soldados de la Luna de Mayo, habiendo también presencia de algunos efectivos de las FLM, autodefensas, guerrilleros y voluntarios. El ruso utilizaba sus ataques eléctricos a distancia, mientras que otros dotados aliados hacían lo propio con sus diferentes habilidades; no obstante, y a pesar de ser mantenidos a raya, las tropas enemigas eran más numerosas y muy empecinadas.

-Si seguimos así, será cuestión de tiempo para que el resto de las tropas regulares de la UNA den la vuelta –dice uno de los dotados de la Luna de Mayo-. Tenemos que pensar en una forma de romper sus formaciones para dispersarlos.

-A este momento nuestras comunicaciones fueron cortadas por la artillería enemiga –indica otro de los dotados aliados-. Ni siquiera podemos saber qué tal le va a Zamorano o a Pridain.

-Entonces parece que tendremos que improvisar –resuelve Zholtye-. Viteri, Magallón, Williams, ¿alguna novedad de cuántos enemigos tenemos “a las 12:00”?

-Negativo –responde Williams-. Lo que sí pudimos averiguar es que parece que están repartidos en escuadrones por el patrón de ataque que tienen; vienen de ciertas zonas en específico, pero están bien atrincherados. Ni siquiera dejan pasar a los regulares, los hacen volar en pedazos.

-No voy a quedarme aquí aguantando a estos hijos de puta mientras las tropas de la UNA nos dan la vuelta. Iré para allá.

-Yo lo acompaño.

-De acuerdo, Viteri. Williams, Magallón, Aldape, Valtierra y López, ustedes vengan conmigo. Los demás, resistan todo lo que puedan; si tienen probabilidad de indicarle a los artilleros que los cubran, háganlo.

-¡Sí, señor!

-Entonces vamos: el plan es ir a una zona lo suficientemente cercana como para desestabilizar en sus formaciones. No podemos darnos el lujo de que nos golpeen; si nos matan a cualquiera de nosotros, entonces matarán a los que dejemos atrás. ¿Entendido?

-Sí, señor.

-Bueno. Давай!

Los que eligió Zholtye cargan a toda velocidad hacia las filas enemigas entre explosiones y ataques de energía.

Mientras tanto en un entronque de la carretera Mayehuala-Charcas, las tropas de la UNA marchaban al norte, dejando la carretera atestada de sus vehículos de combate; por esa zona, en una base improvisada hablaban varios efectivos italo-parlantes vestidos con uniformes de tropas regulares con excepción de un hombre alto, de ojos verdes y de nariz grande quien parecía ser un comandante por la forma en la que le hablaba a esos hombres: vestía una blazer caqui debajo de ropa un tanto “ejecutiva”, no muy cómoda para el calor infernal que hacía en la región semidesértica, aunque por su sonrisa, parecía no importarle en lo absoluto.

-Comandante Majorana –se acerca uno de los efectivos, hablándole en italiano-, se nos está reportando que las tropas ya están enfrentándose a los dotados de la Luna de Mayo; lamentablemente, no parecen haber muchos avances, puesto que estamos estancados.

-Eso está sucediendo solo en las áreas que indiqué a Borgia, Luccano y Spetrro, supongo.

-Sí, en la línea defensiva desde las zonas limítrofes con Zacatecas hasta el sur de la localidad de Doctor Arroyo en Nuevo León.

-Entonces está perfecto, vamos bien.

-Algo me dice que tiene un plan –capta aquel mercenario ante la declaración de su comandante quien se acicalaba su barba y su bigote-.

-A juzgar por lo que logramos investigar, los defensores de la Fortaleza de Hierro son dotados de un nivel considerable alto, pero su poder no es tan destructivo para aguantar un ataque incesante de dotados con poderes explosivos como los que mandé. Será cuestión de esperar para que las tropas que envié al mando de Nesta pasen por aquí –señalaba Majorana a un mapa que tenía sobre una mesa, señalando la localidad de Real de Catorce y trazando con su dedo un “movimiento de hoz” hacia Matehuala-.

-Es muy listo, ¿pero no cree que esa mujer de la que nos habló el jefe puede intervenir?

-¿La comandante de la Fortaleza de Hierro? Según lo que nos dijo la inteligencia, ella está en Monterrey; y si acaso estuviera en camino, ya sería demasiado tarde. Si llegara a Matehuala, se vería atrapada por mis tropas sin oportunidad de escapar. Mis tropas que van desde Zacatecas hasta Real de Catorce se están moviendo con sigilo suficiente para evitar ser detectados por el enemigo; aquellos que se percaten, será lo último que vean.

-Todo suena excelente, mi comandante, pero hay un detalle: escuché que la comandante de la base de Matehuala es bastante poderosa. ¿No cree que el acorralarla puede causarnos una gran cantidad de bajas que nuestro patrón vea como inaceptables?




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