Sasha Meyer

Capítulo 1; Rezar

 

                          [ Germany, Suroeste de Alemania]
 

Cada vez se siente más sofocante, sus exageradas reglas ya me estaban hartando, ya varias veces me pasó por la mente "¿Y si me escapo?" van tres infernales semanas aquí, sin siquiera tener escapatoria.

Mis padres me internaron en un convento, ellos creen que es lo mejor para mi y que debería estar aquí, pero ellos no entienden lo que me pasa, todo este dolor y sufrimiento que llevo guardado dentro de mí, todo por culpa de este lugar, no lo podrían entender, nunca nadie trato de hacerme algún mal, tampoco me levantaron la mano para golpearme ni mis padres fueron capaces de lastimarme ¿entonces por qué ellos piensan que pueden?.

Además de verdad creían que estar internada en un lugar así íba ayudarme?, yo creo que no, solamente veía colores en escalas de blanco a grises hasta negro, los cielos eran nublados y hasta nevados, al estar tan cerca de los bosques y montañas el aire era altamente gélido, mí familia y yo siempre habíamos vivido en Alemania, preferíamos este tipo de clima, el calor no era nuestra estación favorita por ciertas razones.

Corrí bajando las grandes escaleras hechas de piedras, esas escaleras daban al patio central del lugar, sosteniendo mi túnica blanca bajé rápido pero con cuidado, no me gustaría resbalar a estas alturas.

Solo las monjas superiores llevaban sus túnicas negras o azules, los colores eran cómo rangos en este lugar.

La hermana Carmela me dijo que tendría que estar a las siete y punto en la iglesia, y el reloj ya había marcado ese horario hace quince minutos, ¿qué es lo que quería ahora?.

Me había quedado dormida, aún no me acostumbraba a levantarme a estas horas, soy alguien de dormir mucho y eso me complica bastante, y más en este lugar.

—¡Llegas tarde!, ¡¿Cuántas veces te tengo que repetir, para que dejes de ser tan perezosa?! —y aquí vamos de nuevo, el enojo en la voz de la hermana Carmela era muy evidente, entonces volvió hablar: —Quiero que le hagas treinta rezos a la Virgen.

—Sí, hermana, lo haré —Dije tratando de parecer los más serena posible, quién se creía ella para gritarme? No era la primera vez que lo hacía, pareciera que me arrancaría los ojos con la mirada.

—Oh, no no no, tendrás que arrodillarte sobre maíz mientras rezas, y quiero todos los baños de la iglesia relucientes —Soltó ella de forma arrogante, los baños de la iglesia eran aproximadamente 4, dos de mujeres y dos de hombres, en cada baño habían 4 cubículos.

Su mirada desprendía satisfacción al mirarme, la expresión de mi cara era de "¿Estás hablando en serio?".

Y con eso ella simplemente se giró y emprendió marcha a la gran puerta de la iglesia. ¿Por qué eran tan poco empáticos? ¿Acaso no iban a la iglesia?, Sí, claro que iban, literalmente dedicaban su vida a la iglesia y la religión, pero ¿Entonces por qué eran así?.

Muchas veces me puse a pensar porqué la gente era tan escoria la mayor parte del tiempo, pero no siempre hay una razón para que una persona haga el mal a otra persona, simplemente nacen siendo unas mierdas, lo supe en el primer momento en qué le paso eso a él.

A pasos apresurados me dirigí a los baños, necesitaba terminar lo antes posible, no tenía ganas de seguir lidiando con estas personas. Después de horas de arduo trabajo, dejé impecable cada rincón, pero ahora venía lo más difícil, los rezos.

Obviamente rezar no era el problema, porque simplemente podría fingir estar haciéndolo, lo difícil era arrodillarme sobre el maíz, porque si quisiera podría no hacerlo, pero ella se daría cuenta al inspeccionar mis rodillas y ver que, no están lo suficientemente ensangrentadas para su agrado.

El día a día en este lugar se a vuelto difícil, detestable, el más mínimo error te castigan físicamente y ni hablar del cansancio, psicológico y físico, ni siquiera tengo un teléfono para informales a mis padres sobre el abuso de este lugar, porque aquí está prohibido el uso de la tecnología, al llegar me quitaron mí celular, Netbook o lo que sea que tuviera para comunicarme con el exterior.

La única comunicación que tengo con mis padres es cuando me visitan una vez a la semana, y no puedo hablar libremente con ellos porque siempre hay una monja vigilando cada uno de mis pasos, atentamente a qué yo no habrá la boca.

Con toda la fuerza mental del mundo, me arrodillé sobre el maíz, me repetía una y otra vez en mi cabeza "el dolor no es real, el dolor no es real, el dolor no es real..."   Hasta que me lo creí y lo pude soportar, ya no importaba qué tanto se me clavaran las puntas del maíz en mis rodillas.

Estaba agotada y aún así tenía que hacer esto. Estaba tan concentrada en no pensar en el dolor y en "rezar", que no me dí cuenta que alguien se estaba acercando, hasta que escuché un:

—¿Hola...?

Dí un brinco del susto, me había tomado desprevenida.

—Hola, buenos días, ¿lo puedo ayudar en algo? —dije intentando levantarme lo más rápido posible, sin emitir ni un sólo sonido o mueca, mis rodillas ardían.

Ya estando frente a frente lo pude detallar bien, era la primera vez que lo veía, me sorprendió lo joven que se vé, a decir verdad demasiado atractivo para mí gusto, ojos avellanas o eso creo, son bastantes claros, cejas pobladas y perfectas, su cabello yacía desparramado para cualquier lugar, una mandíbula perfectamente perfilada, combinaba con su perfecta nariz.

Y justo caí en cuenta que, su vestimenta era igual a los demás Curas del convento.

¿Qué hacía aquí, siendo tan joven?

—¿Estás bien? Tienes un poco de sangre en tu ropa —Dijo mientras observaba mí túnica blanca.

Agaché mí vista para ver de qué estaba hablando, y sí, era verdad. Parte de mí ropa se me había pegado un poco en la parte de las rodillas, y justo ahí tenía pequeñas manchas de sangre.

—No se preocupe, estoy bien —dije en una sonrisa algo fingida, no era mí mejor momento, el ardor más el mal genio, no quería parecer grosera, desquitarme con él no me serviría de nada, aunque cualquier dolor para mí, era soportable.




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