La casualidad nos da casi siempre lo que nunca se nos hubiese ocurrido pedir.
Alphonse de Lamartine
16 de junio 2015
Mecklemburgo, Alemania
El clima de verano de uno de los estados federados de Alemania los recibió.
Descendieron del avión y en el auto que esperaba por ellos, se encaminaron a la propiedad de Lorena, si, contaba con una mansión en tierras alemanas, que pasó a su nombre luego del fallecimiento de sus padres, un lugar donde desde hace años no ponía un pie; en primer lugar, por falta de tiempo; y segundo, por falta de valentía, pues en esa propiedad también vivió momentos increíbles con sus padres, recuerdos que le hacían entrar en melancolía.
Una mansión de tres pisos rodeada de hectáreas de pastizales, con una estructura tipo granja histórica, de color crema con techo rojo ladrillo.
— ¡Por un demonio, lo que faltaba, que tuvieras una granja! — Hanna admiraba todo el paisaje, mientras se encaminaban a la entrada de la mansión, subiendo por las escaleras que dividían la casa de los pastizales.
— Guten Morgen, Fräulein Williams — saludó una mujer que salía de uno de los salones de la mansión, en cuanto notó a Lorena cruzar la puerta principal.
— Guten Morgen, Alviria — sonrió Lorena y la estrechó entre sus brazos —. Mira, estos son mis acompañantes de estos días — dejó uno de sus brazos sobre los hombros de la mujer y la acercó a los demás —. Thomas, mi socio y amigo; su hija Amelia y Hanna, mi mejor amiga.
— Un gusto conocerlos — asintió levemente, sin borrar su sonrisa —. Es bueno volver a verte, Lore — dijo la mujer tomándola de las mejillas y dejando un beso en cada una de ellas.
— También me alegra volver a verte.
— Llamaré a Adal para que suba las maletas, mientras acompáñenme, he preparado un desayuno exquisito para ustedes.
Lorena sonrió y siguió a la mujer al comedor junto con Thomas, Amelia y Hanna. En la mesa, un festín de desayuno se encontraba, todos tomaron asiento y entre risas y anécdotas contadas por Alviria sobre Lorena cuando era niña, disfrutaron de su primera mañana en Mecklemburgo.
∞
23 de junio 2015
— Vas a desaparecer a Thomas, Alviria — susurró una divertida Lorena a espaldas de Alviria, provocando que se sobresaltara.
— No sé de qué hablas — habló rápidamente la mujer, volviendo su mirada a las plantas que regaba, tratando de evitar que Lorena se percatara del sonrojo en sus mejillas.
— Oh vamos, conmigo no tienes que fingir — volvió a hablar la pelirroja, quitándole la manguera de las manos y regando ella las plantas —. Desde lo del bastardo de Anton, no le has dado una oportunidad al amor, aún eres joven, puedes hacer una vida, no quiero que te sigas encerrando en esta mansión, que, aunque es de ayuda tenerte aquí, no es lo que tu madre hubiese querido para ti.
— Claro, joven. Si joven es que tengo cuarenta, definitivamente no tenemos el mismo concepto de juventud — Alviria suspiró con pesar.
— Pero claro que eres joven, además, Thomas no te lleva tantos años, solo son doce de diferencia, casi nada — terminó diciendo, mientras hacia un movimiento con su mano restándole importancia a la edad.
Alviria dirigió su mirada nuevamente hacia Thomas, pensando en lo guapo que era, le gustaba ese toque de hombre maduro físicamente, pero de actitud jovial.
— Anda, anímate, es divorciado — le guiñó un ojo.
— Pero… ¿y si su hija se molesta o algo así?, no quiero ser la culpable de que padre e hija se peleen — negó frenéticamente con la cabeza.
— Ah, por eso no te preocupes, Amelia es una de las más interesadas en que su padre encuentre nuevamente la felicidad.
— No sé…
— Ya, déjate de excusas — soltó la manguera, la tomó por los hombros quitándole el delantal que portaba y le arregló el peinado —. Ve y habla con él de algo que no sea lo que quiere de comer.
Alviria la miró por unos segundos antes de respirar profundo, y comenzar a caminar en dirección a Thomas, quien leía un libro en uno de los tantos espacios verdes. Lorena sonrió cuando la vio llegar hasta él y comenzar a entablar una conversación. En la semana que llevaban ahí, había notado el gusto de Alviria por Thomas y viceversa, así como se dio cuenta que ninguno de los dos se animaba a empezar a ir más allá de pláticas sobre la comida.
Tal atracción le causo felicidad, Alviria y Thomas tenían un punto en común y es que ambos habían sido engañados por la persona de la que se enamoraron y no se habían dado la oportunidad de ser felices con alguien más. Para la edad que tenían, eran sumamente atractivos y ambos también tenían un corazón valioso.
Serían una gran pareja.
— Ya era hora — Lorena escuchó la voz de Amelia, a su lado.
— Lo mismo digo — asintió abrazándola, admirando juntas a la pareja que reía.