Apenas respiro, los nervios han invadido mi cuerpo y, ocultando mi estado, le sonrío coqueto. No aparta los ojos fijos de mí, va sin camiseta y está cubierto hasta la cintura por una fina sábana azul. Anhelo pasar las manos por su torso, por su vientre, por cada rincón de su piel. Me la jugaré, sin duda lo haré.
—¿Qué haces aquí? —Su voz lo delata, está nervioso—. ¿Por qué has entrado sin mi permiso?
Ignoro su queja y doy un paso.
—He venido a servirle la cena —ronroneo dando otro paso—, señor Jeon.
—Cállate, cállate.
Suspira, cerrando los ojos y cubriéndoselos con las manos. Le tiemblan... El apelativo lo transporta a nuestros comienzos, extraños y excitantes. Morbosos, como busco que sea hoy nuestro encuentro.
—Jimin...
—¿Sí? —pregunto con un hilo de voz—. Dime qué necesitas.
No dice nada; a pesar de lo suplicante que ha sido su tono, enmudece. Dejo la bandeja en la pequeña mesa y me detengo, espero... respirando a punto de ahogarme. Los recuerdos me asaltan al verme en medio de ese espacio. ¿Cuántas noches nos amamos ahí? Cuántas madrugadas susurrando que nos amábamos... Emocionado, trago saliva. Son muchas imágenes y él sin querer reparar en mí.
—Jungkook...
—Vete, por favor. —Y se vuelve hacia el lado contrario—. Mañana hablamos.
¿Irme? No, con lo que él calla y con lo que sus ojos gritan es suficiente. Hoy me ha demostrado que lo nuestro está vivo. Esta noche no abandonaré la lucha, lo quiero conmigo en todos los sentidos.
—No quiero irme. —Me acerco a su lado y le acaricio el hombro. Él gime, mis dedos hormiguean, disfrutando de su tacto. Está suave, recién duchado—. Deja que me quede contigo... Te necesito, Jungkook, y sé que tú también a mí.
—No quiero necesitarte. —Sonrío, parece un niño gruñón—. Vete.
Resisto, sé que no quiere mirarme porque sabe que si lo hace caerá. Tiene miedo.
—Te he traído la cena —insisto, desechando su petición—. ¿Te apetece que te la dé?
—No.
—¿Un masaje?
—Joder, no.
—Ordena entonces. —Trazo líneas en su espalda. ¡Ay!... es tan perfecto como lo recordaba cada noche. Su vello erizado y yo agonizando por sentirlo—. Recuerda que soy el chico de servicio.
—¿Qué mierda buscas?
Me tenso con los músculos agarrotados ante la dureza de su voz... Será mío.
—A mi esposo, al que dejé un día por los miedos que ambos teníamos. Por la ausencia de la comunicación que siempre habíamos mantenido.
—Jimin...
Su protesta no me hace callar.
—Quiero intentarlo y tú me has dicho que también... No me engañas, si no has estado con otro es porque aún hay algo... Seis meses no es tiempo suficiente para apagar este grandioso amor. Yo te amo, mucho. —Río con amargura al recordar sus palabras—. Tanto que, como tú decías, hasta me duele.
Aunque muy bajo, oigo su quejido y su lamento.
—Poco a poco, Jimin, no estoy preparado para volver a tenerte en mi vida —susurra con voz queda—. Sé que sin querer te hice daño... que no me porté bien. Que quizá merecía esto, porque siempre pensé que no era digno de ti.
Me emociono y me acurruco detrás de él, con su espalda contra mi pecho. Su piel arde y ambos suspiramos. Y sin importarme lo que diga, lo rodeo por la cintura. Hay pura electricidad entre nosotros.
—Jimin...
—No me adviertas, no me detendré.
Tanteo su vientre y siento tantas cosas al reunirnos en la intimidad. Sé que él también lo desea, lo anhela; aun sin tocarlo, puedo adivinar el palpitar de su hombría por la exigencia de marcarme como suyo.
—Jimin, lo eras todo para mí y siempre supe que me abandonarías, que me dejarías. Aunque tú me prometías lo contrario, yo no podía creerte. Eras demasiado perfecto en todos los sentidos como para quedarte conmigo. Con un hombre exigente, sombrío. Enfermo y lleno de problemas... —Se le rompe la voz—. Apagué tu alegría. Tus ojos ya no brillaban igual.
Le beso la nuca, estremeciéndonos los dos. El pasado y los problemas pudieron con nosotros, nos arrastraron, hoy persigo el modo de enmendarlo y no hallo la fórmula. Pese a la decepción, está convencido de que soy demasiado bueno para él... Cuán descaminado está. Hoy soy yo el que teme perderlo.
—Te fuiste... maldita sea, te fuiste. —Golpea el colchón varias veces con el puño cerrado, expresando la rabia que lo consume. Me enloquece pensar en volver atrás... destrozar cosas e inestabilidad—. No lo superé, tu marcha me mató. Yo no te defraudé, no lo hice, pese a que lo creíste. No preguntaste nada, no confiaste en mí cuando sabías que yo por ti lo daría todo.
«Desahógate, repróchame y confiésate...»
Lo acepto todo por tenerlo hoy en la cama, en mi vida. Permitiéndome que lo mime y lo cuide.
—Estoy aquí, Jungkook.
—¿Sabes lo que me supone verte después de tanto tiempo? ¿¡Lo sabes!?
Lo tranquilizo, paseo la lengua por su cuello. Suspira, me echa de menos tanto como yo a él. Lo presiento... o necesito albergar esa esperanza.
—Sí...
Noto cómo se estremece. Yo también...
—¿No te vas a ir?
—¿Me echarás?
«No por favor.»
—¿Te irás? —insiste.
—¿Ahora? —pregunto confuso.
—Sí.
Con su voz alterada, se vuelve un poco y me escruta por encima del hombro. Hermoso como él solo y yo dejo un reguero de besos por su omóplato derecho, sin perder la conexión de nuestras miradas, transparentes y claras.
—¿Quieres que me vaya, Jungkook?
—No lo sé —susurra con tristeza—. No sé nada.
—Tienes la última palabra.
Se vuelve con un intenso suspiro, ahora estamos cara a cara. Con la paz de la que pocas veces gozamos juntos en una habitación. Trémulo, poso la mano en su pómulo y él cierra los ojos momentáneamente, al abrirlos, vislumbro su dilema interior.
—No quiero —dice finalmente—, no quiero que te vayas.
—Lo sé, por eso estoy aquí.
—Te siento... conmigo —musita.
Asiento hecho un flan. Sentimientos contradictorios me avasallan, temeroso de que la magia se rompa.