Me entretengo probándome un conjunto no muy elegante para la barbacoa. Me gusta cómo me sienta, creo que hace juego con mis ojos. Me asomo entre las cortinas y veo que Jungkook está sentado fuera, inquieto, rechazando una nueva llamada. Es Eunha y, por su postura, adivino que lo saca de quicio. Durante las dos horas que llevamos en el centro comercial, no ha parado de insistir.
—¿Y éste? —le pregunto. Sonríe, guardándose el iPhone en el bolsillo—. ¿Cómo lo ves?
—Déjatelo puesto —pide—. Estás precioso.
—Gracias... pero aún no lo he pagado y...
—Vuelvo enseguida.
Amontono los regalos que hemos comprado para Jazz y aguardo su vuelta. Trae unas zapatillas, se agacha y me los pone para mirar cómo quedo.
—Voy a pagar la cuenta. —Asiento tembloroso, apoyando la cabeza en la pared—. Te espero fuera.
—De acuerdo.
—¿Adónde quieres ir? —me pregunta luego—. ¿Alguna cosa más?
—A la juguetería —propongo—. ¿Dejamos las bolsas en el coche?
Se queda pensativo hasta que deduce el porqué de mi petición y, finalmente, acepta. A la vuelta somos como dos niños que no se atreven a dar el paso. Me mira y yo a él y... en un arranque me atrae hacia su pecho y caminamos abrazados, cómplices.
Recorremos la tienda, repleta de distintos juguetes para todas las edades. Pruebo unos y juego con otros, Jungkook me mira y sonríe. No veo nada que me convenza para Jazz, hasta que encuentro algo que me cautiva.
—Creo que le llevaré este peluche —digo y lo reviso con inquietud, buscando si tiene piezas pequeñas—. A Jazz le encantará. Es bonito, ¿verdad?
—No suelen gustarme los peluches.
—¿Y el día que...? —«Tengas hijos», quería decir. «Bocazas.» Me callo y él alza una ceja—. Tonterías mías.
Sé que sabe lo que pensaba.
—Sigamos. —Pero no se mueve e, inesperadamente, me besa con una efusividad que me deja anonadado. Se frena—. Ahora sí, vamos.
«Pronto, te lo devolveré.»
Se queda contemplando con interés los coches de carreras. Pero son demasiado para un niño tan pequeño; aun así, se deja llevar por el entusiasmo. ¿Es una lucha por ver quién gana en regalarle cosas a Jazz?
Oh, no. Me agarroto al verlo en una situación parecida a la que vivimos en el pasado. Ya lleva más de seis regalos. Las compras compulsivas eran una pista sobre su enfermedad.
—Jimin —dice atormentado—, ¿quieres ver a Carlos?
—¿Ahora? —pregunto angustiado. Asiente, posando la mano derecha en mi cintura—. Pero es sábado y no tienes cita.
—Me atenderá —asegura, rozando mi vientre con los dedos, haciéndome estremecer—. Vamos a la caja a pagar el peluche y le voy mandando un mensaje... Lo necesito.
—De acuerdo. Estoy aquí, Jungkook.
—Te veo. —Me besa la frente y suspira—. Te siento.
Cuando nos disponemos a pagar el peluche, cabezota, me niego a que sea él quien lo haga. Me pongo terco y, con recelo, me da el gusto. Avisa a Carlos por teléfono y me compra palomitas para el camino.
No digo nada durante el trayecto, sólo me dedico a comer y comer... nervioso por la charla que se avecina. Supongo que no será muy dura, o así lo espero. Cuando llegamos, rodea el auto y me ayuda a salir.
—Es aquí —me indica—. Siento hacerte pasar por esto.
—No te preocupes, puedes contar conmigo para apoyarte cada vez que lo necesites.
Antes de entrar, tira de mí arrimándome a su cuerpo. Acto seguido, me muerde la boca, el labio inferior. Su lengua danza, ansiosa de mí. Furioso, me atrapa el mentón.
—Jimin, no sé qué me haces, pero me pierdo.
Inseguro, le pregunto:
—¿Eso es bueno?
—No para mí.
Y sin decir nada más, nos encaminamos a la consulta, donde nos espera Carlos.
—Hola, Carlos —lo saluda al llegar.
—Jungkook —contesta éste y me sonríe con fingida naturalidad—. Por fin conozco a Jimin en persona.
—Sí, es mi esposo.
¿Está tenso? Lo noto aún más cuando Carlos me da un beso en cada mejilla.
—Encantado, Carlos —me anticipo—. Sí, Jimin Pa... Jeon.
—Bien, me lo llevo —dice el terapeuta. Pero Jungkook da un paso y se opone, reteniéndome por la muñeca—. Jungkook, primero sólo con él. Otro día los atenderé a los dos juntos. Creo que lo acordamos así.
—Necesito que hoy sea a los dos —pide—. Es un día complicado.
—De acuerdo, entonces primero tocaremos el tema que te preocupa, pero para indagar quiero y necesito hablar a solas con tu esposo y no quiero que luches contra mí.
—Bien —masculla Jungkook. Carlos, nos hace pasar a una amplia sala parecida a la de su consulta y nos señala las dos sillas que hay frente a la suya.
—A pesar de la terapia sigo siendo celoso —se le escapa a Jungkook de pronto—. Siento que nunca dejaré de serlo. Me agobio. No quiero ni soporto que otros lo miren.
Oh, joder.
—Está claro que esa reacción forma parte de ti, de lo que se trata es de que lo controles, Jungkook —dice Carlos—. Tienes que saber cuándo hacerlo y por qué. Sobre todo, dominar tu genio. Golpear cosas se está yendo y no volverá, ¿entendido? — Confuso, aprieto la mano de Jungkook con fuerza. Cálido, él se aferra a mí—. Es normal que entre personas que se quieren a veces haya celos, pero no lo confundas con la posesión. No es nada bueno, tú lo sabes mejor que nadie.
Entonces, Carlos me señala a mí.
—Tú no eres suyo.
—No —contesto cohibido.
Jungkook me increpa, molesto:
—¿No?
—No sé... —Qué lío. Me encojo de hombros—. Eso ha dicho él.
—Eres mi esposo.
—Tu esposo, no tu propiedad —interviene Carlos, llamando nuestra atención—. Tu esposo no es algo tan tuyo que te tenga que pedir permiso para hacer su vida. Ni que tenga que depender de ti, igual que tú tampoco de él. Tienes que ser independiente y dejarlo ser él mismo. Sin agobios ni presiones.
Se pellizca el puente de la nariz. De repente, mirando a Jungkook de reojo, Carlos dice:
—Jimin, cuéntame, ¿algún reportaje nuevo?