Veo cómo se va para encararse con él y sacarlo de nuestras vidas. Una vez fuera, Jungkook le pide al vigilante, un tipo grandullón, que se quede conmigo en el despacho.
Doy vueltas por la estancia, nervioso. Detesto quedarme aquí encerrado, que me deje al margen. Puede que Jungkook esté en peligro y me devora la inquietud... La piernas me flaquean. Termino sentado en el sofá, flácido, superado por la situación.
—Señor, ¿se encuentra usted bien? —pregunta el hombre, preocupado.
—Sí, estoy bien, gracias.
Transcurren varios minutos en los que se oyen ruidos, pasos y órdenes. ¿Dónde está Jungkook? Estoy temblando, sí, tengo miedo...
Alan no está bien, pero hasta ahora no nos había molestado. ¿O sí? No, Jungkook no me ocultaría algo tan importante.
De repente, en el portátil que el vigilante está mirando, se proyecta la imagen del baño. No puedo creerlo, ¿hay una cámara allí?
—¿Qué sucede? —le pregunto al hombre.
Sin tiempo a contestarme, veo que en la pantalla aparecen seis ventanas simultáneas y en una de ellas sale Alan al fondo de los servicios, casi contra la pared, mirando la puerta con alarma. Ésta se abre y Alan suelta un suspiro que parece de alivio. Jungkook se le acerca, ¿y le sonríe? Sí, lo hace, y Alan le devuelve el gesto.
Me encojo en el asiento, sin saber si estoy viviendo una pesadilla. En la pantalla, Alan se alisa la ropa, se palpa la cintura y se pasa una mano por la nalga derecha... ¡Será puto!
—Jungkook, me moría por verte y lo sabes. —Corre a sus brazos y se refugia en su pecho, como yo hago tantas noches. Jungkook lo abraza como hace conmigo y le acaricia la espalda con delicadeza—. Tu esposo te prohíbe verme, ¿no es cierto?
—Sí... Pero estoy aquí, yo también necesitaba estar contigo —murmura él, ausente—. Tranquilo, no tiembles, todo irá bien, Alan.
¿Cómo? ¿De qué va esto? La paciencia que he tenido hasta ahora se va a la mierda y me pongo de pie de un salto. Quiero salir, pero el vigilante me lo prohíbe e incluso me cubre la boca cuando empiezo a gritarle.
—Señor —sisea—. Si sale, puede echar a perder la labor de todos. Su marido está bien y mi trabajo ahora es protegerlo. Confíe en nosotros, por favor.
Consigue que me quede en el despacho, pero un dolor agudo se clava en mi pecho. Me siento de nuevo ante el portátil y otro plano me llama la atención.
Jungkook está agitado, se pasa la mano por el pelo y de pronto veo que hace algo raro con dos dedos. Extrañado, miro a mi «carcelero» con el cejo fruncido. Él no habla ni hace nada, sigue mirando atentamente todo lo que ocurre en el baño.
La voz de Jungkook es cálida y parece sincera, aunque se lo ve nervioso.
—Te quiero, Jungkook —dice entonces Alan.
—Lo sé...
—Él sólo te da sexo. Es malo, no te merece, aunque esté esperando un hijo tuyo. —Le acaricia la mejilla y verlo es como si un cristal me cortase la mía. No sé si son imaginaciones mías, pero Jungkook tiembla con su contacto—. Sabes que yo te quiero. En este tiempo has vuelto a serlo todo para mí, como antes, Jungkook. No puedo olvidarte y no quiero hacerlo. Hemos vuelto a encontrarnos y yo... — está llorando— te amo.
Cierro los ojos al pensar si Jungkook me ha mentido y en realidad ha seguido en contacto con él. Pero ¿qué está haciendo? Le manosea las caderas y le registra los bolsillos con disimulo. Los nervios se me comen. Otra cámara enfoca la espalda de Alan y veo cómo contonea el trasero. ¿Se está restregando contra...? Me va a dar algo. Mis ojos vuelan a otra de las pantallas: ellos dos de perfil. No, Jungkook lo mantiene un poco separado de su cuerpo, no se está dejando tocar por él.
—Lo sé, Alan... —toma aire— yo también te quiero. Pero ¿por qué has venido aquí? Creía que habíamos dejado claro que cuando quisieras verme me avisarías con antelación.
¡No! Estoy a punto de lanzar al suelo lo que hay sobre la mesa.
—No tenía más remedio. Denis me acosa y no entiende que no quiero estar con él. ¿Te vendrás conmigo? ¿Nos iremos lejos?
—Sí... —contesta él y le vibra la voz—. Pero primero quiero pasar un rato a solas aquí contigo.
¡Maldita sea, Jungkook! ¿Cómo se atreve a hacerme pasar por esto? Me obligo a calmarme. No puedo dejar de mirar. Tiene las manos en la espalda de él y de nuevo veo que hace unas señas con los dedos. ¿Una clave? ¡Qué desesperación! Si me hubiera dicho algo...
—Yo también. —Alan ríe emocionado—. Hace muchos años que no tengo tus labios sobre los míos, hace mucho que no te siento dentro. Me hacías el amor tan intensamente, ¿te acuerdas de ello a veces?
La mueca de dolor que aparece en el rostro de Jungkook es un reflejo de la del mío. Es una agonía que no puedo soportar. Me tapo los oídos y cierro los ojos. El guardia de seguridad me ayuda a sentarme en el sofá, pero los sigo escuchando.
—Sí... Alan, pero...
—Eras tan fogoso, tan atrevido. Nunca nadie me ha hecho sentir como tú en la cama. Ni siquiera Andy, al que llegué a amar con toda mi alma. Tú sabías darme lo que anhelaba cada segundo, no tenía que rogar para que me tomaras.
Me va a volver loco y, masoquista, vuelvo a sentarme frente a las pantallas. Miro a Jungkook, el mío, en el que yo creo y no es éste, que está representando un papel, lo sé. Está sufriendo. ¿Cómo voy a dudar de sus sentimientos hacia mí?
—¿Me besas, Jungkook? —susurra él —. ¿Me dejas sentirte?
Él ladea el rostro y le sonríe con reticencia.
—Primero quiero acariciarte, ¿puedo?
—Claro —responde Alan—. Mi cuerpo es todo tuyo, no pidas permiso.
Con suavidad, él le pasa las manos por la cintura, por las caderas. Alan gime y cierra los ojos... Yo estoy llorando. ¿Por qué no me ha contado Jungkook lo que iba a hacer?
Veo que sostiene un cuchillo en la mano. Alan se tienta con disimulo y de repente se sabe descubierto.
—¿Qué es esto? —pregunta Jungkook con cautela, mostrándole el cuchillo—. ¿Para qué lo has traído?