Después de dos años de permanecer en un coma profundo, el corazón de Eusebio Gonzáles dejó de latir. La exhalación final, aquel hálito de aire que lo mantuvo con vida esos últimos segundos, salió despedido de sus pulmones con un ruido sibilante. Pero lo inquietante de todo esto, fue lo que sucedió después. Para consternación de los presentes, Eusebio abrió sus ojos. Las máquinas, aun conectadas, no reflejaban ningún signo vital. Los médicos estaban perplejos. Sus familiares no dejaban de expresar la palabra milagro. Lo cierto es que aquel hombre postrado que acababa de morir, no guardaba ninguna similitud con el género humano. Los ojos de Eusebio se oscurecieron por completo. Una sonrisa perversa se dibujó en sus ajados labios. Sus primeras palabras, al principio, fueron incomprensibles. Después, con una voz gutural y monocorde, dijo una frase que heló la sangre de los presentes.
- Se acerca el final - mientras se incorporaba de la cama ortopédica donde había permanecido tanto tiempo.
Con una fuerza descomunal, arrancó los cables y mangueras conectados a su cuerpo, tirando en el acto el monitor cardíaco al piso. Los médicos, que habían permanecido atónitos, reaccionaron y escaparon por el pasillo llamando a los gritos a los hombres de seguridad. En ese momento llegaba Esther, la mujer de Eusebio. Ante tanto grito quedó perpleja. Entró a la habitación de su marido y lo encontró parado, mirando por la ventana. Le pareció más grande de lo que lo recordaba.
- ¡Bendito sea Dios! - exclamó con su voz aguda persignándose sin parar.
Eusebio giró y mostró su nuevo rostro a Esther que quedó pasmada.
- Eu… Euse…bio- Balbuceó su nombre sin dar crédito a lo que veía. Pero no tuvo temor de él, se acercó para abrazarlo y él dijo:
- Se acerca el final – y tomando su cabeza con ambas manos, acercó su boca a la de ella y comenzó a absorber su esencia, su vida. Esther se desplomó, para luego despertar en la nueva conciencia. Se puso de pie y junto a su marido repitieron al unísono: “Se acerca el final” y salieron al pasillo del hospital. Allí los aguardaban dos guardias del hospital que, ante la imagen sobrenatural de los ancianos, huyeron despavoridos.
Eusebio y Esther fueron recorriendo una por una las camas de cuidados intensivos, infundiendo el nuevo hálito de vida a los comatosos, que, al instante de fallecer, despertaban con la frase en sus labios: “Se acerca el final”. Y así fueron invadiendo todo el hospital, ejecutando la misma labor que Eusebio. Atrapaban a quienes se les cruzase por el camino, reteniéndolos con una fuerza descomunal, aspirando sus vidas para transformarlos.
La misma realidad se repetía en diferentes partes del mundo, haciendo incontrolable la situación a las fuerzas de seguridad. No había armas que pudieran detenerlos. No se podía matar lo que ya estaba muerto.
Después de varios meses, la masa crítica de humanos transformados fue superior a los que quedaban con vida. Entonces el mundo oscureció por completo. Un gran estruendo sacudió los cielos. Una espiral de fuego gigantesca, de miles de metros de altura, descendió de este. En medio de las llamas, un ser de las mismas proporciones, se fue corporizando. La bestia, de piel rojiza, con dos enormes cuernos coronando su cabeza, miraba a todos desde las alturas. Su cola de centenares de metros, restallaba contra la tierra haciendo temblar la misma. Los esbirros pronunciaban su nombre con frenesí:
- ¡Lucifer! ¡Lucifer!
El ser agitó sus alas. Un vaho de azufre impregnó todo. Alzó su colosal tridente y, abriendo sus fauces, emitió un alarido ensordecedor seguido por grandes llamaradas que comenzaron a abrazar el planeta. El final anunciado estaba aquí. La guerra en los cielos había culminado y ya había un triunfador.