Se alquila Corazón

La entrada al infierno elegante

(Narrado por Abril)

La hacienda Morelli no era una casa.
Era un imperio.

La fachada blanca, los ventanales enormes, los cipreses alineados como guardias y ese portón de hierro negro que se abría demasiado lento… todo gritaba una sola cosa:

Aquí no perteneces.

Dante bajó del auto primero. Yo lo hice después, respirando profundo, recordándome que esto era trabajo. Un contrato. Un papel. Un sueldo que necesitaba.

Nada más.

Pero cuando él se acercó y entrelazó sus dedos con los míos, como si fuera la cosa más natural del mundo, todo ese mantra se aflojó un poco.

—¿Lista? —preguntó sin mirarme directamente.

—Lista —respondí, aunque no lo estaba en lo absoluto.

Caminamos juntos hacia la entrada. Él avanzaba con pasos seguros, acostumbrado a caminar sobre fuego sin quemarse. Yo intentaba imitar esa seguridad, pero cada ladrillo de ese lugar parecía observarme.

Al entrar, el primer recibimiento fue un silencio tenso.
Luego, una voz femenina.

—Hermano.

Una mujer bajó las escaleras como si flotara. Alta, impecable, de cabello oscuro y sonrisa astuta. La reconocí al instante por las fotos del dosier.

Bianca Morelli.

La hermana que, según Dante, lo “desesperaba”.

—Así que ella es la famosa novia misteriosa —dijo con una sonrisa que no era realmente una sonrisa.

Miró nuestras manos entrelazadas.
Miró mi vestido.
Miró mi rostro.

Y cada mirada era un examen.

Dante suspiró, lo bastante bajo como para que solo yo lo escuchara.

—Bianca, ella es Abril —dijo él, tensando ligeramente mi mano—. Mi novia.

La palabra “novia” cayó como un cristal en el piso.
Frágil.
Peligrosa.

Bianca extendió la mano hacia mí.

—Bienvenida a la familia Morelli —dijo, pero su voz tenía filo—. Nuestro querido Dante no suele presentarnos a nadie. De hecho, pensé que ya se había vuelto inmune a la idea de tener pareja.

—Supongo que todos cambiamos —respondí con una sonrisa suave.

Sus ojos brillaron con interés.
O con sospecha.
Era difícil saberlo.

—Pues qué alegría —dijo ella, aunque no sonaba muy alegre—. Mamá está en el jardín, supervisando los arreglos. Papá está… como siempre.

—Furioso —completó Dante.

Bianca soltó una risa musical.

—Furioso es su estado natural, querido.

Me soltó la mano, pero su mirada no me soltó a mí.

Algo en ella me decía que no solo era inteligente… sino peligrosa.

Cruzamos el pasillo hacia el jardín.
Había flores blancas por todas partes, decoraciones elegantes, mesas para el evento del día siguiente.

Y en el centro, de pie frente a un florero gigantesco, estaba una mujer de cabello castaño, porte elegante y sonrisa perfecta.

La madre de Dante.

—¡Mi niño! —exclamó al verlo.

Dante cerró los ojos un microsegundo antes de que ella lo abrazara con fuerza. Una fuerza que no esperaba de una mujer que parecía una escultura viviente.

—Mamá —dijo él, soportando el abrazo como si fuera parte del protocolo.

Ella me miró.
Analizó mi rostro.
Mi postura.
Mi mano tomada con la de su hijo.

Pero a diferencia de Bianca, su mirada fue cálida.
Sorprendentemente cálida.

—Así que tú eres Abril —dijo, acercándose con una sonrisa auténtica—. Qué gusto conocerte, querida.

Me tomó las manos entre las suyas.
Me quedé paralizada.

—Eres preciosa —añadió—. Y él… bueno, él necesitaba a alguien que le suavizara las aristas.

Dante resopló.

—Mamá, por favor…

—Oh, cállate. —Ella agitó la mano, ignorándolo—. Ven, quiero mostrarte la terraza.

Me llevó con ella.
Dante nos siguió sin soltar mi mano, pero su madre hablaba como si ya me hubiera adoptado emocionalmente.

—¿Cómo se conocieron? —preguntó ella de pronto.

Ahí estaba.
La primera prueba.

—En una cafetería —respondí con una sonrisa natural—. Derramé mi café. Sobre él.

La madre soltó una carcajada melodiosa.

—Perfecto. Así empieza una buena historia. Con un desastre pequeño.

Dante me miró de reojo, y por un instante, compartimos una complicidad que no venía en el contrato.

Estábamos en medio de las preguntas familiares cuando la atmósfera cambió.
Un silencio incómodo.
Un perfume intenso.
Unos tacones entrando al jardín.

No tuve que mirar para saber quién era.
Dante sí lo supo.
Lo sentí en la forma en que su mano se tensó alrededor de la mía.

Y luego escuché la voz.

—Espero no estar interrumpiendo.

Arianna.

La ex novia.
La casi prometida.
La mujer perfecta… y peligrosa.

Era exactamente como me la imaginé:
Alta, elegante, cabello rubio pulido, vestido blanco entallado.
Una presencia que llenaba el espacio sin esfuerzo.

—Arianna —dijo la madre de Dante, intentando sonar casual—. Qué sorpresa.

Arianna caminó hacia nosotros sin dejar de mirar mi mano entrelazada con la de él.

—No sabía que tendrías… compañía —dijo con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

Yo respiré hondo.
Recordé mi papel.
Recordé la regla.

Dante dio un paso adelante.

—Arianna, ella es Abril —dijo sin tambalear—. Mi novia.

Los ojos de ella se endurecieron.
Apenas un milímetro.
Pero lo vi.

—¿Tomaste decisiones rápidas últimamente, Dante? —preguntó suavemente—. No estabas así la última vez que hablamos.

La madre de Dante frunció el ceño.

—Arianna, cariño…

—No te preocupes —interrumpió ella—. Solo me sorprende.

Me miró de arriba abajo.

—Pensé que… bueno… tú solías tener gustos distintos.

Dante apretó mi mano.
Con fuerza.
Con rabia.

Y por primera vez desde que lo conocí…
vi algo parecido a miedo en su mirada.

Miedo por mí.
Por lo que Arianna podía hacerme sentir.
Por cómo podía destruir este teatro.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.