Se alquila Corazón

Guerra silenciosa en un vestido blanco

(Narrado por Dante)

Arianna siempre había tenido una habilidad particular:
convertir una habitación llena de gente en un campo de batalla…
sin que nadie se diera cuenta de inmediato.

Y esta vez no fue la excepción.

Cuando su mirada se deslizó hacia la mano que yo mantenía entrelazada con la de Abril, algo en su sonrisa se fracturó.
Pequeño.
Invisible para casi todos.
Pero no para mí.

Yo la conocí demasiado bien.

—No sabía que… estabas tan comprometido —dijo Arianna con un tono que sonaba a dulce veneno.

Aprieté aún más la mano de Abril.
Estaba fría.
No por miedo, sino por preparación.
La vi erguirse un milímetro, como si entrara en combate.

—Las cosas cambian, Arianna —respondí.

Ella clavó la mirada en Abril, como si la diseccionara pieza por pieza.

—Imagino que sí. —Su sonrisa se volvió más estrecha—. Aunque debo admitirlo… no pensé que fuera tan rápido.

El comentario cayó como un dardo disfrazado de flor.

El tipo de golpe que mi familia siempre ignoraba, porque en este mundo nadie confronta directamente.
Todo se hace con palabras elegantes y cuchillos escondidos.

Pero antes de que yo hablara, Abril lo hizo.

—Supongo que cuando encuentras a la persona correcta —dijo ella con una suavidad calculada— no necesitas medir el tiempo. Solo lo sientes.

Arianna parpadeó.
Una vez.
Bruscamente.

Era la primera vez que alguien le daba vuelta un comentario sin perder la sonrisa.
Y lo notó.
Lo odié y lo amé al mismo tiempo.

—Qué… romántico —murmuró Arianna—. No sabía que Dante tenía ese lado.

—Creo que él tampoco lo sabía —respondió Abril, mirándome con una calma que no había ensayado.

Una chispa corrió por mi pecho.

¿Esa mirada era parte de la actuación?
¿O era algo más?

No podía permitir que mi mente siguiera esa línea.

—¿Qué haces aquí, Arianna? —pregunté, cortando la tensión.

Ella ladeó la cabeza, ofendida por la franqueza.

—Vine por la invitación de tu padre, por supuesto. Es tradición asistir cada año. No pensé que tuviera que pedirte permiso.

Mi mandíbula se tensó.
Mi padre otra vez.
Insertándola en el espacio que se supone que ya no le pertenecía.

—No deberías estar aquí —dije sin rodeos.

Mi madre nos miraba en silencio.
Bianca también.
Ambas entendían perfectamente lo que estaba pasando, pero ninguna iba a intervenir.

Era nuestra guerra.
No la suya.

—Bueno… —Arianna se encogió de hombros—. Ya estoy aquí. Y por lo que veo… será un fin de semana interesante.

Miró a Abril una última vez, más largo que antes.

—Te deseo suerte —dijo.

Pero no era un deseo.
Era una amenaza envuelta en terciopelo.

Ella se alejó con pasos elegantes, dejando un rastro de perfume caro y tensión comprimida.

Cuando por fin quedamos solos —mi madre, mi hermana, Abril y yo— sentí cómo mi control comenzaba a resquebrajarse.

Bianca soltó un suspiro teatral.

—Bueno… eso fue incómodo incluso para mis estándares.

Mi madre frunció el ceño.

—Dante, cariño… de verdad pensé que esa historia con Arianna estaba cerrada.

—Lo está —respondí, demasiado rápido.

Mi madre me miró como solo una madre puede hacerlo:
viendo a través de la máscara.

—Entonces demuestra que ya no te afecta —dijo con una sonrisa suave—. Porque ella vino a intentar lo contrario.

Bianca se acercó a Abril.

—Tienes agallas, ¿eh? —dijo con una pequeña sonrisa—. Pensé que te pondrías a temblar.

—No tiemblo fácil —respondió Abril.

—Me gusta esta chica —murmuró Bianca.

Yo no dije nada.
Porque lo que realmente me sorprendía era otra cosa:

Abril me había defendido sin pestañear.

Incluso yo sabía que la actuación no explicaba todo.

Más tarde, cuando mi madre y Bianca se fueron para supervisar a los floristas, quedamos finalmente solos.

El jardín se veía tranquilo, pero la tensión entre nosotros no lo era.

—Lo manejaste bien —dije sin rodeos.

Abril respiró despacio.

—Era lo mínimo. Ella no me conoce, pero cree que puede leerme.

La miré.
Con cuidado.
Con demasiada conciencia de cada detalle.

—No dejaste que te afectara.

—No —respondió ella—. Pero no porque sea fuerte… sino porque esto no es personal. Es trabajo.

Ese comentario…
no sé por qué…
me irritó.

—¿Y si hubiera sido personal? —pregunté sin pensarlo demasiado.

Ella me miró como si supiera que dije algo que no debería.

—Entonces estaríamos en problemas —respondió.

Su sinceridad me atravesó más de lo que debería.

—Arianna no tenía derecho a hablar así —dije, intentando contener la rabia que me salía con facilidad cuando ella estaba involucrada.

—Dante… —Abril se cruzó de brazos—. Sé que tu ex puede ser complicada. Pero puedo manejarlo.

—No lo entiendes.

—Entonces explícamelo.

La miré.
Fijamente.
Demasiado tiempo.
Demasiado intensamente.

—Arianna no está aquí para molestar. Está aquí para ganar —dije al fin.

—¿Ganar qué?

—A mí.

El silencio cayó como un martillo.

Abril no retrocedió.
No pestañeó.
No se intimidó.

—Y tú —dijo lentamente—, ¿qué quieres ganar?

Mi pulso se detuvo un segundo.

No tenía una respuesta correcta.
No una que se ajustara al contrato.
No una que se ajustara a lo que empezaba a sentir sin querer.

—Ganar paz —dije finalmente—. Nada más.

Ella sostuvo mi mirada unos instantes más.
Y luego asintió.

—Entonces vamos a darte eso —respondió—. Pero para lograrlo, hay que jugar mejor que ella.

Una sonrisa peligrosa apareció en mis labios.

—¿Estás sugiriendo que luchemos en equipo, Abril?

—Claro —respondió—. Si voy a ser tu novia… que sea convincente.




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