Se alquila Corazón

La cena donde todos mienten

(Narrado por Abril)

Arianna no pidió permiso para acercarse.
Simplemente lo hizo, como quien cruza una línea imaginaria sabiendo que nadie va a detenerla.

El pasillo era largo, silencioso, iluminado solo por lámparas cálidas. Y aun así, el ambiente se volvió frío cuando ella se paró frente a nosotros.

—Necesitamos hablar los tres —repitió, con esa voz suya que parecía suave, pero cortaba.

Dante tensó la mandíbula. Lo sentí a mi lado. Como si su cuerpo entero quisiera ponerse entre ella y yo. Pero todavía no podía hacerlo. No sin levantar sospechas.

—Arianna, no es el momento —dijo él.

—Para mí siempre es el momento cuando se trata de aclarar malentendidos —respondió ella, clavando los ojos en mí, no en él—. ¿O acaso prefieren que lo hagamos durante la cena, frente a tu familia?

Por un instante, nadie habló.
Yo respiré despacio, contando tres segundos, como me enseñaron: calma, control, carácter.
Ella quería intimidarme. Era evidente.
Quería empujarme fuera del equilibrio antes de la batalla real.

Error suyo.

—Dime qué necesitas decir —respondí.

Dante volteó hacia mí rápidamente, sorprendido.
Arianna también.
Ambos por razones diferentes.

—¿Así de fácil? —preguntó ella con una sonrisa torcida.

—Si vas a decir algo, mejor dilo ahora —respondí—. No me gustan los rodeos.

Arianna entrecerró los ojos por un segundo.
Todo en ella gritaba: No es así como se supone que debías reaccionar.

Dante cruzó los brazos, esperando.

—Muy bien —dijo finalmente—. Solo quiero asegurarme de que… tú —me señaló con un gesto apenas perceptible— entiendas lo que implica estar aquí.

—Sé exactamente qué implica —respondí sin parpadear.

Arianna rió.
Un sonido elegante, irritante, hecho para exhibirse.

—¿De verdad? ¿Sabes quién es la familia Morelli? ¿Sabes quién es él?

—Sé lo que necesito saber —respondí, manteniendo mi voz firme.

Ella dio dos pasos más, acortando la distancia hasta quedar demasiado cerca.
Podía oler su perfume, caro y calculado como todo en ella.

—Dante no es un hombre fácil —susurró—. Ni un hombre que se enamora rápido. Así que… perdóname si dudo de esta historia.

Ahí estaba la daga.
Deslizada con precisión quirúrgica.

Dante dio un paso al frente, pero yo puse mi mano en su brazo.
Un toque suave.
Suficiente para detenerlo.

—No te disculpo —dije, mirándola directamente—. Porque no tiene sentido que lo hagas. Entiendo tus dudas. Pero no tengo que convencerte a ti. Mi relación es con él, no contigo.

Arianna parpadeó.
Otra vez ese gesto involuntario que delataba que no esperaba mis respuestas.

—Vaya —murmuró—. Tienes más carácter del que pensé.

—Y tú tienes más tiempo libre del que imaginé —respondí sin perder la calma.

Dante soltó el aire de golpe. Bianca habría aplaudido si estuviera presente.

Arianna respiró hondo, recomponiendo su máscara.

—Esto no ha terminado —murmuró como advertencia suave—. Solo quería… conocerte mejor antes de la cena.

—Y ya me conociste —dije—. Espero que te guste lo que viste.

Ella sonrió con la boca, no con los ojos.

—Nos vemos abajo —dijo finalmente.

Y se fue.
Sin esperar respuesta.
Sin perder un solo centímetro de su elegante seguridad.

Cuando desapareció en el pasillo, yo solté un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

Dante no habló.
No se movió.
Solo me miró.

Una mirada profunda.
Incómoda.
Demasiado honesta.

—¿Por qué la detuviste? —preguntó al fin—. Iba a decirle que no tenía derecho—

—Porque no es inteligente pelear en el pasillo —respondí con sinceridad—. Ella quiere guerra emocional. Y si tú te exaltas, pierdes. Y si pierdes… yo también pierdo.

Él me estudió unos segundos.

—Eres mejor en esto de lo que pensé —dijo en voz baja.

—Lo sé —respondí.

Una línea de tensión se aflojó en su mandíbula.
Como si mi respuesta lo desconcertara y lo tranquilizara al mismo tiempo.

—Abril… —murmuró, dando un paso más cerca—. ¿Estás bien?

Su voz tenía un filo extraño.
Como si necesitara confirmarlo no por el contrato…
sino por él.

No debía sentir eso.
No debía notarlo.

—Estoy lista para la cena —dije, desviando la mirada—. No te preocupes.

Pero él levantó mi barbilla con un dedo.
Despacio.
Con una delicadeza que contradijo todo lo que yo sabía de él.

—Sí me preocupo —susurró.

Ese simple “sí” me golpeó más fuerte que cualquier comentario de Arianna.

Yo retrocedí medio paso, forzando espacio.

—Nos vemos abajo en veinte minutos —dije, antes de perder el control.

Corrí hacia mi habitación sin mirar atrás.

La cena

Bajé las escaleras exactamente veinte minutos después.
Llevaba un vestido negro ajustado, elegante, sobrio. No llamativo, pero imposible de ignorar.
El tipo de vestido que decía: No necesito gritar. Sé exactamente quién soy.

Cuando entré al comedor, la conversación se detuvo.

Bianca sonrió.
Mi suegra ficticia alzó una ceja con aprobación silenciosa.
Dante me miró…

Diferente.
Como si no esperara que yo pudiera eclipsar a Arianna tan fácilmente.

Y hablando de Arianna…

Ella llegó segundos después.
Vestida de blanco.
Blanco puro.
Como una novia desplazada por la vida.

Ah.
Esa era su estrategia.

Pero yo ya estaba sentada al lado de Dante.

Y cuando él me ofreció su mano bajo la mesa…
yo la tomé.

Juego encendido.

La conversación fluyó entre copas, elogios hipócritas y sonrisas tensas.
Arianna participaba como si fuera parte de la familia.
Como si nunca hubiera dejado ese lugar.
Como si yo fuera una intrusa temporal.




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