Se alquila Corazón

Donde ella deja de ser un papel

(Narrado por Dante)

La cena no terminó cuando se levantaron las copas.
Ni cuando Arianna dejó de sonreír.
Ni cuando mi madre dio su discurso anual sobre “la importancia de la unidad familiar”.

Terminó realmente cuando todos se pusieron de pie para dirigirse al salón principal…
y Abril y yo nos quedamos atrás, todavía sentados, como si el mundo entero necesitara unos segundos para alcanzar el ritmo frenético de lo que estaba pasando entre nosotros.

Yo seguía sintiendo el eco de su piel bajo mi mano.
Ese toque fugaz en su rodilla que jamás debería haber ocurrido.
No como parte del contrato.
No con esa intensidad.

Ella no me miraba ahora.
Tenía la vista fija en la copa vacía, respirando lento, como si quisiera borrar algo de su interior.

—¿Estás bien? —pregunté en voz baja.

Ella asintió, demasiado rápido.

Mentira.

Abril nunca mentía con el cuerpo.
Podía mentir con palabras, con gestos…
pero jamás con la respiración.
Y ahora respiraba como alguien que estaba corriendo por dentro.

—La cena salió bien —dijo sin levantar la mirada—. Arianna no obtuvo lo que quería.

—¿Y tú sí? —pregunté.

Ella me miró entonces.
Un segundo.
Dos.
Y apartó la vista.

Ese gesto me atravesó más que cualquier ataque de Arianna.

—Vamos —dijo—. Nos están esperando.

Pero la sujeté del brazo suavemente antes de que pudiera levantarse.

—Abril…

—Dante, no hagas esto —susurró, bajito, tenso.

—¿Hacer qué?

Ella apretó los labios, molesta, herida, confundida… no sabía cuál de todas esas emociones era la dominante. Yo tampoco.

—Volver esto personal.

Sus palabras me golpearon como un recordatorio violento.

Contrato.
Límites.
Reglas.

Pero ya habíamos cruzado demasiadas.

—No puedo deshacer lo que siento —dije sin pensar.

Y ahí estaba.
La confesión que jamás debería haber salido.

Ella se quedó helada.

Ni siquiera parpadeó.

Yo respiré hondo, tragando cada consecuencia posible.

—No hables así —murmuró ella, con voz rota en los bordes—. No esta noche. No aquí. No conmigo.

—Abril…

—Levántate —interrumpió—. Y no digas más. Si dices una palabra más… no voy a saber cómo seguir con este contrato.

Ese límite…
ese miedo…
era exactamente lo que Arianna quería sembrar.

Y yo no podía permitirlo.

Así que me levanté.
Sin tocarla.
Sin insistir.
Sin romperla más.

Caminamos hacia el salón como dos personas que debían estar cerca… pero que estaban tratando desesperadamente de mantener distancia.

El salón principal

La fiesta posterior siempre era igual: música suave, champagne, conversaciones estratégicas y la sensación de que todo el mundo estaba evaluando al resto.

Arianna dominaba ese ambiente como siempre.

Sonrisas perfectas.
Contacto visual medido.
Esa inseguridad oculta detrás de una fachada impecable.

Pero algo en ella había cambiado después de la cena.

Ya no me miraba como antes.
Ya no buscaba mi atención.
No.

Ahora miraba a Abril.

Como si quisiera descifrar la fórmula exacta que la convertía en una amenaza real.

Y lo peor…

Era que yo sabía que no estaba equivocada.

Me acerqué a la barra y tomé dos copas.
Una para mí.
Una para Abril.

Ella estaba hablando con mi madre y Bianca.
Sonreía.
Controlada.
Perfecta para este mundo.

Pero cuando me acerqué y le extendí la copa…
su mano rozó la mía de una forma que no se sintió ensayada.

Se sintió como un accidente.
Como electricidad.
Como una advertencia.

Ella apartó la mano tan rápido que casi derramó el champagne.

Bianca lo notó.
Por supuesto que lo notó.

—Ooooh… —murmuró con una sonrisa—. Interesante.

—Bianca —gruñí.

—¿Qué? Si ustedes dos creen que no se les nota nada… son peores actores de lo que pensé.

April se puso rígida.

Yo apreté la copa con más fuerza.

Mi madre intervino suavemente:

—Lo importante es mantener la cabeza fría esta noche. Arianna está… intranquila.

—Tú también lo estarías —respondió Bianca— si vieras la forma en que Dante mira a Abril.

Yo casi escupí el champagne.

Abril tragó saliva.

—No mira… nada —murmuró ella, retrocediendo medio paso.

Mi madre me observó con esos ojos que siempre ven demasiado.

—Dante, cariño… no compliques las cosas más de lo necesario.

Pero era demasiado tarde.
Todo ya estaba complicado.

El movimiento de Arianna

Ella se acercó entonces, como una sombra elegante cortando el aire.

—¿Puedo robarte un momento? —dijo, mirándome únicamente a mí.

Abril se enderezó.

Bianca rodó los ojos.

Mi madre suspiró, resignada.

—Solo serán dos minutos —aseguró Arianna.

Yo asentí por cortesía, no por deseo.
Y la seguí hasta un rincón apartado del salón, donde las luces eran más bajas.

—¿Qué quieres, Arianna? —pregunté sin rodeos.

Ella cruzó los brazos.
El vestido blanco la hacía parecer una estatua griega… una que estaba a punto de lanzar un arma.

—Quiero saber qué está pasando —dijo con voz controlada—. Porque no voy a fingir: esta no soy yo. No soy la mujer que se queda observando desde la esquina mientras otra ocupa mi lugar.

—Ese lugar ya no es tuyo —respondí.

—No pretendo recuperarlo —dijo, y por primera vez la oí sincera.

Silencio.

—Quiero entender qué es Abril para ti —dijo finalmente—. No la historia que cuentas. No la mentira. A TI. ¿Qué te está haciendo ella?

Yo la miré.
Serio.
Frío.
Claro.

—Me está cambiando —respondí sin pensarlo—. Y tú no tienes derecho a saber cómo.

Arianna pestañeó.

Una vez.
Dos.

—Dante… —susurró, derrotada por primera vez—. No pensé que fueras a caer.




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