Se alquila Corazón

Cuando la mentira respira demasiado cerca

(Narrado por Abril)

Dormí poco.

O nada.

No sé qué fue lo que me mantuvo despierta:
si el roce de la mano de Dante bajo la mesa,
si la mirada herida–furiosa de Arianna,
si la certeza de que hoy volvería a atacar,
o si… lo que yo misma estaba empezando a sentir.

A las siete de la mañana ya estaba en pie.
Me duché rápido, intenté relajar los músculos tensos y escogí un vestido azul oscuro: sobrio, elegante, estratégico.

Pensado no para gustar…
sino para no dejar espacio a que alguien intente derribarme.

Cuando abrí la puerta de mi habitación, Dante estaba justo ahí.

Esperando.

Apoyado en la pared, con las manos en los bolsillos, como si llevara horas sin moverse.

La forma en la que me miró…
fue demasiado directa para esa hora.

—Dormiste mal —dijo, sin preguntar.

—¿Qué te hace pensar eso?

—No paraste de moverte —respondió con un suspiro cansado—. Tengo el sueño ligero.

Ah.

Perfecto.

Ni dormir tranquila podía sin que él lo notara.

—Estoy bien —mentí.

Él negó con la cabeza, acercándose un paso.

—No mientas. Eres mejor cuando dices la verdad.

Esa frase me atravesó más de lo que debería.

—¿Qué quieres, Dante?

Me sostuvo la mirada un segundo largo, intenso… casi vulnerable.

—Hablar antes de que Arianna empiece su show personal de tragedia —respondió al fin—. Va a intentar algo hoy. Me lo sé.

—¿Lo sabes o lo temes? —pregunté.

Él rió sin humor.

—Lo sé.

Caminamos por el pasillo. Era temprano, así que la casa estaba silenciosa. Los empleados ya empezaban a moverse, pero la familia no bajaría aún.

—Anoche… —empezó él—. Lo que pasó en la mesa…

—Fue actuación —dije rápido. Muy rápido.

Y él se detuvo.

—¿Eso piensas?

—Es la verdad —respondí, firme.

Pero mi voz tembló apenas.
Muy poco.
Pero suficiente para que él lo notara.

—Me conoces menos de lo que crees, Abril —susurró—. Y aun así, logras sacarme de mi eje con una mirada. Ella nunca pudo.

Yo cerré los ojos medio segundo.

Peligroso.
Demasiado peligroso.

—Dante, tenemos un contrato. Nada más.

—Los contratos no controlan lo que uno siente —respondió él, sin suavizarlo.

Mi pulso se desordenó.

Tuve que dar un paso atrás.

—No digas eso —pedí en voz baja.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero que confundas las cosas.

Silencio.

Profundo.

Tenso.

Y luego él dijo lo peor que podría haber dicho:

—Ya están confusas.

El desayuno

La mesa estaba servida con frutas, pan caliente, jugos recién preparados y suficiente protocolo para parecer una reunión diplomática.

La primera en aparecer fue Bianca.

—Buenos días, pareja falsa favorita —dijo con una sonrisa.

—Buenos días, Bianca —respondí, intentando no mostrar el estado interno en el que me encontraba.

Dante la miró con cansancio fraternal.

—¿Dónde está mamá?

—Hablando con los del catering. Y adivinaste: Arianna está ayudando. Lleva tacones de diez centímetros para caminar en césped. Eso ya te dice todo lo que necesitas saber sobre sus intenciones.

Yo respiré profundo.

Genial.

La guerra continuaba en menos de cinco minutos.

Nos sentamos.

Bianca me observó un momento, como estudiándome, y luego dijo:

—Abril… no sé qué hiciste anoche, pero Arianna está furiosa.

—¿Furiosa cómo? —pregunté.

—Furiosa estilo Arianna: sonreída, perfumada y lista para matar a alguien sin que se note. Ten cuidado.

Lo sabía.

Dante lo sabía.

Todos lo sabían.

Y justo cuando estaba a punto de preguntar cuál sería su ataque hoy…

La vimos.

Arianna entró en el comedor como si estuviera en una pasarela: perfecta, impecable, con un vestido verde pálido y expresión calculada.

Sonrió al vernos.

—Buenos días —saludó.

—Buenos —respondió Dante, seco.

Ella caminó directamente hacia él, ignorando por completo el hecho de que yo existía.

—Dante, pensé que podríamos hablar un momento… a solas.

Bianca rodó los ojos hasta el cielo.

—Por supuesto que quieres hablar a solas —murmuró.

Dante se giró hacia mí.
Un gesto pequeño.
Pero protector.

—No tengo nada que hablar a solas contigo —respondió él.

Arianna apretó los dientes por medio segundo.

Yo lo vi.

Ella sabía que estaba perdiendo.

—Perfecto —dijo con una sonrisa falsa—. Entonces hablaré con los dos.

Y se sentó frente a nosotros, cruzando las piernas con elegancia mortal.

Se inclinó hacia adelante.

—Anoche me fui temprano porque… necesitaba procesar algo —dijo, mirándome.

—¿Qué cosa? —pregunté con calma.

Ella sonrió, sin pestañear.

—Que creo que ustedes dos… están mintiendo.

Dante casi se levanta de golpe.

—Arianna—

—Déjame terminar —interrumpió ella suavemente—. No digo que no se conozcan. No digo que no haya algo. Solo digo… que no me trago esta historia de amor repentina.

Mi columna se enderezó.

Era la primera vez que lo decía tan claro.

Frente a todos.

—¿Y qué te hace pensar eso? —pregunté.

—Lo conozco —respondió ella, inclinándose aún más—. Sé cómo mira cuando está enamorado. Y anoche… no vi eso.

Dante habló antes de que yo pudiera responder.

—Porque tú ya no eres parte de mi vida —dijo él, con una frialdad que heló la mesa—. Y tampoco tienes derecho a opinar sobre lo que siento.

Arianna retrocedió apenas.
Una grieta.
Pequeña.
Pero visible.

Ella respiró.
Forzó una sonrisa.

—Oh, Dante… —susurró—. Siempre tan impulsivo. Pero está bien. No vine a pelear.

Ah.

Eso significaba que sí venía a pelear.

—De hecho —continuó, mirándome directo—, vine a invitarte a algo, Abril.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.