(Narrado por Dante)
La noche cayó sobre la hacienda como un telón pesado, lleno de electricidad contenida.
Después del desastre emocional disfrazado de cena, yo solo quería un momento de silencio.
Un segundo para pensar…
o para dejar de pensar.
Pero Abril salió del comedor antes que todos, con el pulso acelerado y la mirada perdida.
Y yo…
yo la seguí.
No debía hacerlo.
No era parte del contrato.
No era parte de nada que pudiera explicarse sin levantar sospechas.
Pero sus pasos eran rápidos. Dolidos.
Y mis pies decidieron por mí.
La alcancé en el corredor que daba a los jardines.
La luz cálida del pasillo iluminaba su espalda y el temblor mínimo en sus manos.
—Abril —dije, más brusco de lo que quería.
Ella se detuvo, pero no se giró de inmediato.
—Estoy bien, Dante —respondió—. No necesitamos hablar.
Pero sí.
Sí necesitábamos.
Me acerqué hasta quedar a un metro de ella.
—No me mientas —dije, más bajo—. No después de lo que pasó allá adentro.
Apretó la mandíbula.
Respiró hondo.
Finalmente volteó.
Y su mirada…
Dios.
No era la mirada de alguien que interpreta un papel.
Era la mirada de alguien que estaba conteniendo demasiado.
—No me molestó Arianna —dijo, con una calma tensa—. No me molesta ella. Lo que me molesta es… lo que está empezando a pasar aquí.
Se señaló el pecho.
—Conmigo —añadió.
Mi corazón golpeó fuerte, como un aviso.
—Abril…
—No. —Negó con la cabeza—. No quiero que me digas algo para tranquilizarme. No lo necesito. Yo sé exactamente lo que vine a hacer. Sé cuál es mi trabajo. Sé que es un contrato y no una relación real. Sé que tú y yo no…
Tragó saliva.
—No deberíamos cruzar líneas —terminó.
No sabía si quería sacudirla o besarla.
—¿Y crees que lo estamos haciendo? —pregunté.
—Creo que tú no te das cuenta —susurró—. Pero sí. Lo estamos haciendo.
Dió un paso atrás.
Instinto.
Miedo.
O autoprotección.
No sé cuál odio más.
La seguí, lento.
—Dime exactamente qué piensas que está pasando —dije.
Ella levantó el rostro hacia mí.
Su voz salió más sincera de lo que esperaba.
—Pienso que estás empezando a confundirte.
Pienso que esa mirada tuya esta noche no fue actuación.
Pienso que esa mano en mi rodilla… tampoco.
Pienso que cuando Arianna me atacó, reaccionaste como si te doliera de verdad.
Y pienso…
Su voz tembló apenas.
—…pienso que a mí me está afectando más de lo que debería.
El aire se volvió más denso entre nosotros.
Yo di un paso.
Ella retrocedió.
Di otro.
Ella no tuvo a dónde ir.
Su espalda chocó con la pared.
Y yo quedé frente a ella.
Sin tocarla.
Pero demasiado cerca.
—Estás equivocada —dije, aun sabiendo que mentía—. No estoy confundido.
—¿Ah, no?
—No.
Lo que siento está demasiado claro.
Sus ojos se abrieron un poco.
Un desafío.
Un miedo.
Una confesión a punto de romperse.
—Dante… —murmuró.
—No —la interrumpí—. Déjame decirlo.
Mi voz bajó un tono que casi no reconocí.
—No me confundiste tú. Me confundió tu fuerza.
Tu calma.
Tu manera de mirarme como si realmente me vieras.
Tu manera de no dejar que Arianna te toque emocionalmente.
Tu manera de estar aquí… sin intentar llenar el vacío de nadie.
Apreté los dientes.
—Y sí —confesé—. Esta noche no actué lo suficiente.
No sé si pude.
Ella inhaló bruscamente.
La tensión entre nuestros cuerpos era un hilo a punto de reventar.
Mis manos se apoyaron a cada lado de la pared, cerca de su rostro, sin tocarla.
No podía tocarla.
No debía.
Si lo hacía…
—Dante —susurró—. Esto no está bien.
—Lo sé.
—No deberías sentir nada por mí.
—Lo sé.
—Ni yo por ti.
—También lo sé.
Nos quedamos ahí.
Respirando el mismo aire.
Cayendo en el mismo error.
Ella bajó la mirada.
Yo la seguí con paciencia peligrosa.
—Abril —susurré—. Mírame.
Levantó los ojos.
Y en ese instante, la contención se rompió.
Se quebró en los dos.
—Si te beso —dije casi sin voz—, no va a ser parte del contrato.
Tragó saliva.
—Entonces no lo hagas.
Su voz decía “no”.
Su respiración decía “sí”.
El mundo se contrajo en un punto: su boca, la mía, la mínima distancia entre nosotros.
Yo acerqué mi mano a su mejilla.
Su piel tembló bajo mi tacto antes de que retirara mi mano a la fuerza.
Me aparté un paso.
Como si estuviera escapando de mi propio instinto.
—No voy a hacerlo —dije con dificultad—. No si tú no me lo pides.
Abril cerró los ojos, como si esa frase fuera la cosa más injusta del mundo.
—No te lo voy a pedir —susurró.
Y ese susurro fue una especie de llanto mudo.
Me giré, dándole la espalda.
Respiré hondo.
La guerra contra Arianna era fácil.
La guerra contra mi familia era manejable.
Pero la guerra contra lo que estaba sintiendo por Abril…
Esa la estaba perdiendo.
—Mañana —dije, sin mirarla— será peor.
Arianna no va a detenerse.
Va a atacar donde más duele.
—Lo sé —respondió.
Me giré apenas para verla de perfil.
Increíble.
Fuerte.
Demasiado humana para este juego.
—Entonces —murmuré—. Tendremos que estar más unidos que nunca.
Ella asintió.
Pero en sus ojos había un brillo nuevo.
Un brillo peligroso.
Uno que decía que la próxima línea que crucemos…
no habrá regreso.
Y yo, por primera vez, no sabía si quería evitarlo
o dejarme caer de lleno.
#3196 en Novela romántica
#1008 en Chick lit
#147 en Joven Adulto
romance contemporaneo, novia falsa/ contrato, drama y tensión emocional
Editado: 27.11.2025