Se alquila Corazón

Si me tocas… pierdo el control

(Narrado por Abril)

El aire de la hacienda estaba distinto esa noche.
Más cargado.
Más eléctrico.

Después de la humillación pública que Arianna intentó en la tarde, Dante había permanecido extraño… silencioso… incómodo dentro de su propio cuerpo, como si algo estuviera apretándolo por dentro.

Pero cuando subimos las escaleras rumbo a nuestras habitaciones —él un paso delante, yo siguiéndolo mientras intentaba mantener mi respiración normal—, su tensión era palpable.

Al llegar al pasillo, Dante se detuvo.

Sin voltearse.

Sin decir una palabra.

Simplemente… se quedó ahí, respirando lento, como si estuviera decidiendo entre retroceder o arruinar todas las reglas del contrato.

—Dante… —susurré.

Él finalmente giró.

Y su mirada…

Su mirada era fuego.

No el fuego brusco de la rabia.

No.

Era otro.

Uno que quemaba más bajo… más profundo… más peligroso.

—Abril —dijo mi nombre como si se lo hubiera estado guardando—, ven.

No fue una orden.

Fue un ruego disfrazado de control.

Me acerqué un paso.

Luego otro.

Hasta que el silencio entre nosotros se volvió insoportable.

Él levantó una mano, despacio, como si temiera tocarme.

La apoyó en mi mejilla.

Su pulgar rozó la esquina de mi boca con una delicadeza que no merecía alguien que estaba fingiendo amor.

Pero ese toque…

me desarmó.

—Hoy… —murmuró él, con la voz rasgada— no soporté verte callarte por mí.

Mis labios se entreabrieron.

—No lo hice por ti —respondí apenas audible—. Lo hice porque no pienso dejar que ella gane.

Una sonrisa peligrosa apareció en sus labios.

—Eso es lo que me asusta —susurró—. Que ya no sé dónde termina la actuación… y dónde empiezas tú realmente.

Tragué saliva.

—Dante…

—No. —Su mano bajó hasta mi cuello, su pulgar apoyado justo donde latía mi pulso acelerado—. No me digas que esto es parte del contrato.

Mi respiración se quebró.

Él estaba demasiado cerca.

Demasiado cálido.

Demasiado decidido.

—Si me dices que lo es… —su voz ardió contra mi oído—, me alejo.

Podía sentir su control desmoronarse, segundo a segundo.

—Pero si me dices que no… —sus dedos bajaron delicadamente por mi brazo— voy a hacer algo de lo que quizá mañana te arrepientas.

Yo también estaba al borde.

Toda la tensión del fin de semana estaba reclamando una salida: palabras no dichas, atracciones disfrazadas de estrategia, la forma en que me miraba cuando pensaba que no lo veía.

No era contracto.

No era mentira.

Y no era sencillo.

—Dante —susurré, temblando por primera vez desde que llegué a esa casa—… no quiero que te alejes.

Su respiración se detuvo.

Un latido.

Dos.

Y entonces…

Me empujó suavemente contra la pared, sin brusquedad, solo con urgencia contenida.
Su frente apoyada en la mía.
Su boca a centímetros.
Su cuerpo temblando igual que el mío.

—No sabes lo que estás diciendo —murmuró, con la voz más baja que le había escuchado jamás.

—Sí lo sé —respondí, sin escapar de su mirada—. Y tú también lo sabes.

Su sonrisa fue mínima, rota, peligrosa.

—Dios, Abril… no tienes idea del control que estoy perdiendo.

Mis dedos rozaron la tela de su camisa, apenas, como si temiera quemarme.

—Entonces… piérdelo —susurré.

Dante cerró los ojos un segundo.

Solo uno.

Cuando los abrió…

Ya no había contención.

Solo deseo.

Puro.

Crudo.

Y dirigido completamente hacia mí.

Sus manos bajaron a mi cintura.
Me acercó.
Demasiado.

Su nariz rozó la mía.
Su boca casi tocaba la mía, sin llegar a hacerlo.

Un roce apenas perceptible que encendió algo que llevaba horas acumulándose entre nosotros.

—Si te beso… —susurró— ya no voy a saber cómo parar.

Mi voz salió temblorosa.
Honesta.
Sin protección.

—Entonces no pares.

Un sonido salió de él.
Algo entre un suspiro y un gemido ahogado.

Y finalmente…

Sus labios rozaron los míos.

No un beso completo.

No aún.

Un contacto suave.
Lento.
Devastador.

Y ahí entendí la verdad que había estado evitando:

Dante Morelli no estaba besando a su novia ficticia.

Estaba besándome a mí.
A Abril.

A la mujer que se suponía que no debía sentir.
A la mujer que no entraba en sus planes.
A la mujer que estaba rompiendo el contrato sin decir una sola palabra.

El beso se profundizó un poco más…
y luego él se separó apenas, respirando agitado, su frente apoyada en la mía.

—Abril… —dijo con una fragilidad que nunca imaginé en él— si seguimos… no va a haber vuelta atrás.

Y ahí, mirándolo a centímetros, con su respiración mezclándose con la mía, con mis labios aún ardiendo por el roce de los suyos…

supe que ya habíamos cruzado la línea.

—No quiero volver atrás —susurré.

Él cerró los ojos.

Y volvió a besarme.

Esta vez sin miedo.

Esta vez sin contrato.

Esta vez…
como un hombre que por fin dejaba de mentirse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.