Se alquila Corazón

Avance peligroso

(Narrado por Dante)

El pasillo estaba vacío. Silencioso.
Pero dentro de mí, todo hacía ruido.

Abril caminaba dos pasos delante, con el vestido aún marcando su figura y el perfume de la cena pegado a mi memoria. Después de todo lo que había pasado en esa mesa —las miradas, los juegos, la mano en su rodilla— mi mente se negaba a volver a la calma.

Arianna había detonado algo.
Mi familia también.
Y Abril… Abril lo estaba multiplicando sin querer.

Ella se detuvo frente a la puerta de su habitación.

—Buenas noches, Dante —dijo, como si no hubiera electricidad ardiendo entre los dos.

—Espera.

No planeé detenerla.
Mi mano simplemente se movió sola, cerrando la distancia entre nosotros antes de que la puerta se abriera.

Ella me miró.
No con miedo.
No con incomodidad.
Sino con una mezcla peligrosa de desafío y vulnerabilidad que me desgarró por dentro.

—¿Qué pasa? —preguntó con suavidad.

Yo respiré hondo.
Necesitaba controlar esto.
Pero había pasado todo el día conteniéndome, y mi resistencia tenía grietas por todos lados.

—Lo de esta noche… —comencé—. Estuviste increíble.

Ella bajó la mirada, como intentando proteger algo dentro de sí.

—Era parte del contrato. Sabes que mi trabajo—

—No —la interrumpí—. No hablo de tu papel.

Ella levantó la cabeza despacio. Sus ojos brillaron.

—Entonces… ¿de qué hablas?

Mi corazón latió una vez. Fuerte. Incómodo.

—De ti —susurré.

Ese “ti” cayó entre nosotros como una confesión que ninguno debía hacer.

Un silencio espeso tomó el aire.
Uno que se sentía como un precipicio.

Abril tragó saliva.

—Dante… no confundas la tensión con algo más. Estamos bajo presión. Estamos fingiendo. Y lo que pasó en la cena, esa… cercanía… fue para que Arianna dejara de sospechar.

—¿Lo fue? —pregunté, avanzando un paso.

Ella retrocedió hasta que su espalda tocó la puerta.
Yo me detuve a un palmo.
Muy cerca.
Demasiado cerca.

—D-debería entrar —murmuró, pero su voz tembló apenas.

—Si quieres que me vaya, dímelo —respondí.

Ella abrió la boca… pero no salió nada.

Su respiración rozaba la mía.
Su pecho subía y bajaba rápido.
Y esa reacción… esa honestidad involuntaria… me atravesó.

—Abril… —susurré—, esto dejó de ser solo actuación hace días.

Ella cerró los ojos un instante, como si esas palabras la quemaran.

—No digas eso —susurró—. No puedes decir eso, Dante.

—¿Por qué no?

—Porque no es real —respondió, pero su voz era un hilo—. Porque no debemos mezclar esto.

Me incliné apenas, mi rostro a centímetros del suyo.

—Entonces mírame y dime que no sentiste nada hoy —desafié—. Dímelo y me alejo.

Ella abrió los ojos.
Grandes. Inquietos.
Bellísimos.

Su mirada viajó a mi boca un segundo.
Un segundo suficiente para destruir cualquier defensa.

—Dante… —murmuró, pero su voz no negaba nada.

—Dímelo —repetí.

Su respiración chocó con la mía.

—No puedo —confesó finalmente.

El mundo dejó de moverse.

Ese “no puedo” no era una capitulación.
Era un incendio.
Uno que yo también llevaba días ignorando.

Mi mano subió lentamente hasta su mejilla. Ella no se apartó.
No corrió.
No detuvo mi toque.

—No tienes idea de lo peligrosa que eres para mí —murmuré.

Ella rió apenas, nerviosa, con un temblor en los labios.

—Tú eres el peligro aquí, Dante.

Quizá era verdad.

Quizá los dos lo éramos.

Me acerqué más, dispuesto a hacer lo que llevaba noches queriendo hacer…
cuando escuchamos pasos en el pasillo.

Ambos nos congelamos.

Arianna.

Su perfume llegó antes que su sombra.

—¿Interrumpo algo? —preguntó desde unos metros, con una sonrisa que era puro veneno.

Abril se apartó de un salto suave, tan rápido como elegante. Abrió su puerta con mano firme.

Yo di un paso atrás, recuperando mi máscara fría.

—Nada —respondió Abril con voz perfectamente controlada—. Ya nos íbamos a despedir.

Arianna arqueó una ceja, dudando.

Yo la miré como si pudiera incendiarla.

—Buenas noches —dijo Abril finalmente, antes de entrar a su habitación.

La puerta se cerró.

Y con ella… todo lo que estuvo a punto de pasar.

Arianna se acercó más, con esa satisfacción cruel de quien cree que acaba de salvar algo que ya está perdido.

—Ten cuidado, Dante —susurró—. No todo lo que brilla te conviene.

Me quedé viéndola sin responder.

Porque en mi mente, solo había una certeza:

Lo que sentía por Abril era un avance.

Un avance peligroso.
Irreversible.
Innegable.

Y lo peor de todo…

Ya no quería detenerlo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.