Se alquila Corazón

La línea que no debimos cruzar

(Narrado por Dante)

El aire de la hacienda pesaba distinto esa noche.
No era por el clima.
No era por la familia.
No era por Arianna.

Era por Abril.

Desde que la saqué del balcón, desde que sentí cómo su cuerpo se tensaba cuando Arianna la arrinconó con insinuaciones venenosas, algo en mí había cambiado.

Ya no estaba simplemente protegiendo a una mujer con la que firmé un contrato.
Estaba protegiendo lo nuestro.
Aunque no supiéramos qué era.

Abril caminaba delante de mí por el pasillo, con el vestido negro aún más peligroso bajo la luz dorada de las lámparas. Podía ver cómo su respiración buscaba control. Cómo intentaba recomponerse.

Y cómo fallaba… solo porque yo estaba demasiado cerca.

—Abril —dije finalmente.

Ella se detuvo.
No se giró.
Solo respiró.

—No quiero hablar ahora —respondió, con una voz que temblaba donde nunca antes había temblado.

Me acerqué un paso. Luego otro.

—No estoy aquí para discutir —dije suavemente—. Estoy aquí porque quiero estarlo.

Ella giró despacio. Sus ojos estaban brillando. No por lágrimas… sino por rabia contenida, orgullo herido y algo más oscuro que no supe identificar de inmediato.

—No debiste intervenir con Arianna —me dijo, cruzándose de brazos—. Me volviste débil frente a ella. Justo lo que quería.

—Te defendí.

—No necesitaba que me defendieras. Necesitaba que confiaras en que yo podía hacerlo sola.

La miré. Muy fijamente.

—No es eso lo que me molesta —dijo.

—Entonces dime qué es.

Ella dio un paso hacia mí. Y de pronto ya no había pasillo.
Ni hacienda.
Ni contrato.
Solo ella.
Solo nosotros.

—Lo que me molesta —susurró— es que tú te estás confundiendo… y me estás confundiendo a mí.

Mi pecho se tensó.

—¿Confundiéndote?

—Sí. —Sus manos temblaron apenas—. Tus miradas. Tus gestos. La forma en que me tocas cuando no toca. La manera en que me hablas cuando ya no suena a actuación.
Dante… eso no estaba en el contrato.

—Lo sé —admití, con una sinceridad peligrosa—. Pero nada de esto estaba en el contrato.

Abril retrocedió un paso, como si mi voz la hubiera empujado.

—No hagas esto —murmuró—. No digas cosas que no puedes sostener después.

Avancé yo, esta vez.

—¿Y cómo sabes que no puedo sostenerlo?

Ella apretó los labios.

—Porque tú no quieres problemas. No quieres drama. No quieres a alguien que no pertenezca a tu mundo.

—Quiero paz —corregí.

—Y yo no soy paz —respondió con un susurro quebrado.

Ese instante me rompió… en lugares que no sabía que podían romperse.

—Quizá no —dije acercándome aún más—. Pero tampoco quiero dejar de sentir esto.

Ella inhaló de golpe.

—Dante…

—Dime que no sientes nada —desafié—. Dímelo y me detengo ahora mismo.

Sus ojos se llenaron de algo que no era miedo… sino rendición.

—No puedo decir eso —susurró.

Y fue suficiente.

La tomé por la cintura con una mano, cuidando no asustarla, pero sin dejar espacio para dudas.
Ella no retrocedió.
No me apartó.

Al contrario.
Sus dedos se cerraron en la tela de mi camisa.

—Esto no está bien —murmuró, temblando.

—Lo sé.

—Esto nos va a complicar todo.

—Lo sé.

—Entonces ¿por qué…?

—Porque estoy cansado de fingir contigo —respondí.

Su respiración se aceleró.
La mía también.

Y justo cuando mis labios estaban a un suspiro de los suyos…

—Dante.

La voz retumbó detrás de nosotros.

Seca.
Filosa.
Fría.

Arianna.

Abril se separó de mí de inmediato, como si hubiera sido arrancada por una fuerza invisible, como si ese solo nombre fuera suficiente para romper lo que casi habíamos hecho.

Yo me giré despacio, con rabia goteándome por la columna.

Arianna estaba de pie allí, en la penumbra del pasillo, con los brazos cruzados y el vestido blanco brillando como un recordatorio de que ella siempre aparecía cuando menos la queríamos cerca.

—Interrumpo algo —dijo con veneno controlado.

—Sí —respondí sin filtros—. A propósito.

Ella sonrió como una serpiente.

—Perfecto. Porque necesito hablar contigo, Dante… a solas.

Miré a Abril.
Su rostro regresó a la máscara profesional.
A lo que le enseñaron a ser.

—Ve —murmuró ella—. No pasa nada.

Pero sí pasaba.
Lo sentía en mi piel.
En mis huesos.

Arianna quiso avanzar hacia mí, pero levanté una mano deteniéndola.

—No te acerques a ella —le advertí en voz baja.

Arianna ladeó la cabeza.

—¿Desde cuándo estás dando órdenes por ella?

Abril soltó aire, como si ese golpe la hubiera alcanzado justo donde dolía.

Yo no miré a Arianna cuando respondí.

—Desde que me importa.

El silencio se hizo pesado.

Peligroso.

Arianna sonrió con una calma helada.

—Ah. Entonces ya veo… esto se puso interesante.

Y ahí lo entendí.

No solo ella había visto algo.

Lo había confirmado.

Y Arianna Morelli, cuando quería destruir algo… lo hacía sin piedad.

Porque ahora, para ella, yo ya no estaba jugando.

Ahora estaba traicionando.

Y yo no sabía todavía quién iba a pagar el precio.

Pero temía que fuera Abril.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.