(Narrado por Dante)
El aire estaba demasiado quieto.
Demasiado expectante.
Como si la casa entera supiera lo que estaba a punto de pasar, incluso antes que yo.
Abril caminaba unos pasos delante, su espalda recta, su respiración medida, su cabello cayendo como una sombra rebelde sobre el vestido que usaba. Yo… no dejaba de mirarla.
No debería hacerlo.
No podía hacerlo.
Pero lo hacía igual.
Después del desastre apenas controlado en la biblioteca —la discusión, la cercanía, el casi–beso que ninguno de los dos mencionó pero que ambos sentíamos grabado en la piel— yo debería estar pensando en estrategias, en límites, en Arianna y su ataque silencioso.
Pero no.
Solo podía pensar en ella.
En Abril.
En la manera en que su voz tembló apenas… justo antes de endurecerse.
En cómo me sostuvo la mirada como si pudiera leerme por dentro.
En cómo retrocedió, no por miedo, sino porque era demasiado inteligente para permitirse sentir.
Y aun así, algo entre nosotros ya había cruzado una línea que no sabíamos cómo deshacer.
—Dante —llamó Abril, sin girarse.
—¿Sí?
Se detuvo. Lentamente.
Giró el rostro apenas, lo suficiente para que la luz dibujara el contorno de su mejilla, de sus labios… de la confusión que estaba intentando ocultar.
—No deberías seguirme así —murmuró.
—¿Así cómo? —pregunté, aun sabiendo la respuesta.
—Como si… —respiró hondo, cerrando los ojos un instante—. Como si te importara algo que no deberías dejarte importar.
Ese comentario me atravesó.
Me acerqué un paso.
Luego otro.
Ella no retrocedió.
Pero tampoco me miró directamente.
—No puedo evitarlo —dije, con brutal honestidad.
Abril finalmente me enfrentó. Sus ojos eran fuego contenido, lucidez, miedo y valentía mezclados de una forma que me hacía querer romper todas las reglas que yo mismo había puesto.
—Esto es un contrato —susurró ella, como si necesitara recordárselo a los dos—. Y tú estás borrando los límites.
—Porque ya no los veo —respondí sin rodeos.
Su respiración se quebró, apenas perceptible, pero suficiente para encender algo más profundo en mi pecho.
—Dante… —dijo mi nombre como advertencia.
—No voy a hacerte daño —prometí en un murmullo.
—Ese es el problema —replicó—. Que no sé si podrá evitarlo.
Silencio.
Un silencio que quemó.
Porque Abril era demasiado lista para engañarse: sabía exactamente lo que estaba empezando a pasar. Lo veía en mis ojos. Y lo peor… o lo mejor… es que yo también veía algo en los suyos.
—Abril —dije, acercándome aún más—. Lo que pasó antes… en la biblioteca…
—No pasó nada —interrumpió rápido, como quien intenta apagar un incendio con las manos desnudas.
—No —negué—. Pero estuvo a punto de pasar.
Ella tragó saliva.
Su pecho subió y bajó con un temblor involuntario.
—Dante, tienes que recordar por qué estoy aquí.
—Lo recuerdo —dije, mi voz baja, firme—. Pero hay algo que tú pareces olvidar.
—¿Qué?
La miré directo, sin dejar espacio para dudas.
—Tú también quieres que pase algo… y te asusta admitirlo.
Abril dio un paso atrás.
No por rechazo.
Por defensa.
Una defensa tardía.
—No confundas profesionalismo con interés personal —intentó decir.
—No estoy confundido.
Ella apretó los labios.
Yo avancé.
Ella retrocedió.
Hasta que su espalda tocó la pared del pasillo.
La luz cálida iluminaba la mitad de su rostro. La otra mitad estaba en sombra, como si estuviera partida en dos: la Abril que quería mantener el control… y la Abril que quería perderlo.
Apoyé una mano junto a su cabeza.
No la toqué.
Pero la cercanía era suficiente para que su respiración chocara con la mía.
—Dante… —murmuró otra vez, pero esta vez su voz no era advertencia. Sonaba diferente. Más suave. Más… peligrosa.
—Dime que no quieres esto —susurré.
Ella abrió la boca… pero no salió ninguna palabra.
Sus ojos bajaron a mis labios un segundo.
Solo un segundo.
Pero suficiente.
Suficiente para confirmar todo.
La tensión nos envolvió como una corriente eléctrica. No era un beso. No todavía. Pero era una línea que se estiraba, milimétrica, frágil… a punto de romperse.
Y entonces—
—Dante —interrumpió una voz a la distancia—. Papá quiere hablar contigo.
Bianca.
Justo a tiempo para evitar un desastre.
O para retrasarlo.
Aprendí a no decidir cuál era cuál.
Abrí los ojos—no sabía que los había cerrado—y me separé un paso. O dos. Los suficientes para que Abril pudiera respirar.
Ella bajó la mirada.
No sabía si estaba agradecida… o decepcionada.
—Ve —dijo con voz baja, recuperando su máscara—. Es tu familia. No puedes ignorarlos.
La estudié en silencio.
Ella no levantó la vista.
—Volveré por ti —dije antes de pensarlo.
Sus pestañas temblaron.
Y esa reacción… esa mínima reacción… me confirmó lo que ya sabía:
Esto ya no era un contrato.
No para mí.
Tal vez tampoco para ella.
Me alejé, obligado.
Cada paso se sintió como un error necesario.
Y mientras me dirigía hacia la voz de Bianca, una certeza tomó forma en mi mente como un golpe seco:
Si seguíamos así…
uno de los dos iba a caer primero.
Y no estaba seguro de quién sería.
#3196 en Novela romántica
#1008 en Chick lit
#147 en Joven Adulto
romance contemporaneo, novia falsa/ contrato, drama y tensión emocional
Editado: 27.11.2025