Sé Bien Lo Que Hice Este Verano

Capítulo VIII: Amigos Sin Derechos

Al caminar por los pasillos de Hopewell High un fin de clases del lunes, durante la segunda semana de clases, escuché en mi recorrido en varios de los altavoces el mensaje a ritmo de la música que Levi y yo compusimos.

—Mi nombre es Fareed Dirawi, y soy estudiante del tercer grado de Hopewell High; un nuevo año comienza y las esperanzas encuentran aquí el mejor momento para renovarse, por lo que pido que en estas elecciones...

Y blablabla, no me concentré en el resto del mensaje; mi tolerancia para mierda política me estaba eludiendo en ese momento.

Menos aún con lo que Jo me dijo.

Y... en este mismo episodio de Memorias de Mi Puta Triste Vida (¿Así termino por ponerle el autor a mi libro, verdad? Ugh, espero que no se haya decantado por alguna pendejada insulsa como Sé Bien Lo Que Hice El Verano Pasado) van a saber lo incomodo y lo jodidamente dos caras e hipócrita... que yo puedo llegar a ser.

No pude ver a Jo a los ojos, no pude verla a la distancia, simplemente no podía tolerar el tenerla cerca; traté de evitarla todo el día, aunque claro, estoy segura de haberla vista de reojo en un par de ocasiones por el pasillo. Escuché las constantes alertas y notificaciones de mi teléfono, y podría apostar mi primogénito a que la mitad eran de parte de la rubia, queriendo re-establecer comunicación conmigo.

Esa eventualmente volvería. Digo, tendría que volver. ¿Pero aquella tarde? No; no estaba de humor.

Tuve que reunirme con viejos amigos, y con eso quiero decir con Dalia; tenía otros conocidos en Hopewell claro está, pero ninguno tan cercano como ella. Fuera de Jo, era la otra persona, el otro ser, y el otro par de oídos que siempre iban a estar para mí.

La Academia Trudeau, dónde ella estudiaba porque de hecho tiene materia gris en el coco, no se encontraba tan lejos de mi propia escuela, pero eso era justamente lo que lo volvía todo tan asombroso; las diferencias palpables y notables en la distancia de unas pocas calles entre un barrio de clase trabajadora, y otro de clase media alta; los empleados y sus jefes. Los asaltantes y sus victimas... vale, quizá eso es algo exagerado, pero ilustra mi punto.

Calles y aceras más limpias, autos más lujosos aparcados en hogares más grandes, espaciosos y cómodos. Sentía que me estaban cobrando por el privilegio de andar a pie en tal barrio.

Dalia, no obstante, no pertenecía de todo a ese mundo; ella provenía de los becados, de aquellos que no nacieron en pañales de seda, sino que pertenecían a la clase que de hecho debía estudiar para garantizar su permanencia en el instituto. Quizá, algún día, y por su propio esfuerzo, podría presumir una casa como aquellas que se veían por aquellas calles —y de verdad, espero que logré eso y más—, pero de momento, su realidad tenía otros matices.

—Te quedaste viendo mucho a mis compañeros de clases —me dijo tras recogerla a las afueras de la academia —, ¿te parecen tan insulsos sus uniformes?

—Eso ya lo superé —contesté—, fue sólo que, no es que yo empezará a verlos "feo"; ellos en todo caso... b-bueno, me observaban como si fuera un fenómeno fuera de lugar.

—¿Segura que no es por qué veías quién tenía cara de descuidado como para robarle la billetera?

—¡Lo que haya pensado después es otro asunto!

Abordamos un taxi que pagué con... el contenido de cierta billetera que me encontré CASUALMENTE por los alrededores de la Trudeau, y a lado de Dal, visité un lugar que me había neceado mucho desde hace ya algunos meses: un Jollibee.

Ahora, sé que para ustedes eso no significa un carajo, y lo entiendo porque para mí tampoco, pero, para los filipinos y la gente de ascendencia filipina —como precisamente la morenita con la que viaje—, es una institución amada y respetada en el sector de la comida rápida. TODOS los clientes que conocían la cadena hablaban de ella como si Dios estuviera trabajando en la parrilla. Era el secreto mejor guardado de la comunidad asiática de nuestro barrio (fuera de cómo aprender sin trucos ni trampas la tabla del 7 en la primaria), y como la sangre de la nación de las 7 mil islas corría con fuerza y ardor en las venas de Dalia, ella no iba a ser la excepción.

—La fila para entrar es demente —pensé al verla, casi rodeando la cuadra.

—Ese es casi siempre el mejor indicador que la comida es buena.

—Bien, confiaré en ti chaparra, ¡pero más vale que no me defraudes!

—Nunca te querría defraudar... n-no a drede, claro.

Coloqué mi brazo alrededor del suyo; a veces lo hacía como broma, con una especie de desinterés irónico porque, pss, ¿qué hay más patético que alguien mostrando emoción sincera? ¿Aprecio palpable?

No obstante, en nuestro tiempo durante la fila, no negaré que no se asomaron tales sentimientos en mi horizonte.

En todo caso, aproveché tal momento para discutir aquello que durante tanto me ha dejado sin dormir.

—No quiero ser ofensiva...

—¿Desde cuándo? —Dalia me interrumpió.

—No quiero ser ofensiva —proseguí, teniendo que asentir un poco porque ella no estaba de todo errada—, y no dudo mucho que la comida será genial, p-pero esa avispa roja...



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En el texto hay: humor, lesbianismo, romance

Editado: 01.09.2018

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