FERNANDA
Me desperté con el segundo aviso de alarma. Sí, el primero lo había noqueado. Veo la hora, aún es temprano. Me quedo divagando en mi cama, viendo el techo. Ayer llovió y se filtra la humedad... ¡Puf!
Si alguien fuera a escribir mi historia, no empezaría con el clásico cuento perfecto. Tampoco con la chica de belleza impecable, con un despertar espectacular, el cabello perfectamente peinado y ni un solo mechón fuera de lugar. Nada de atuendos planeados con días de antelación, ni desayunos sin prisas con café recién hecho, mucho menos el clásico cliché enamorada de su jefe. No, mi vida no sería narrada así.
Mi realidad es que soy un desastre funcional. No tengo novio rico ni poderoso. De hecho, ni novio tengo. Estoy desempleada. Y amo dormir. ¿Quién no disfruta de esos cinco minutos después de apagar la molesta alarma? Me casaría con mi colchón si fuera legal. Malos hábitos, claro.
Son esos mismos malos hábitos los que me hicieron llegar tarde a mis últimas tres entrevistas de trabajo, y los que me tienen deseando un empleo solo para pagar la cuenta del agua, la luz, las rentas vencidas, la deuda de la universidad, y ni se diga, tener una despensa decente.
Mi cabello, todavía mojado, es la prueba de que el "cinco minutos más" nunca es suficiente. Lo cepillo como puedo y lo ato en un chongo mal hecho que todavía gotea. Mi vestimenta es cómoda, no elegante. Pero, vamos, es solo una cafetería, no un desfile de modas. ¿O sí?
Vi el anuncio la semana pasada, justo después de recibir la llamada de mi madre pidiéndome que regresara a Guadalajara. Me niego a volver. Me niego a depender de ellos y a sus reglas retrógradas. Mi padre, un hombre prepotente que nos enseñó que en su casa solo se hace lo que él dice, y por esa razón, nunca tuvimos una buena relación. Tenemos mucho en común: mal carácter, obstinados y una adicción a llevar la contraria.
Cuando me vine con mi prima a la Ciudad de México, me advirtieron: no terminaría la escuela, me volvería una hippie y terminaría como indigente bajo un puente.
Hoy, vivo en un pequeño departamento, no bajo un puente. Y la universidad… bueno, la dejé. Primero, por la deuda de la matrícula. Segundo, porque estoy en mi año sabático —así lo llamo— para descubrir qué quiero en realidad. El problema es que la independencia y ser un "adulto responsable" me han dejado con más deudas que respuestas. Estoy desesperada. No sé cómo arreglar el desastre que yo solita provoqué, y la tarjeta bancaria no ayuda. Maldito banco que me sedujo con un crédito y meses sin intereses. Apliqué al puesto y recibí una respuesta para entrevista y prueba hoy.
Y es precisamente esa desesperación la que me llevó a aceptar la ridícula invitación de mi prima Valeria para ahogar las penas en un bar de mala muerte esta noche. Es viernes y el cuerpo lo sabe.
Mientras termino de arreglarme pienso: ¿Qué puede salir mal? Es solo hacer y servir café. Ojalá tuviera el poder de tele transportarme, porque ya voy tarde. Se me fue el tiempo divagando. ¡Ni siquiera tengo tiempo de cambiarme la blusa que acabo de manchar con pasta dental! La froto con una toalla húmeda, rezando para que la mancha se esfume al secarse.
Tres doritos después…
¡Milagro! Salir de mi apartamento y que mi vecina me diera un aventón que me dejara cerca de la cafetería. ¡Aquí estoy!
— Buenos días, vengo por la entrevista de trabajo — le digo a Sam, la chica del mostrador. Ella me mira de arriba abajo. Mi cabello sigue húmedo, el chongo luce mal hecho y la mancha de la blusa, por supuesto, sigue ahí. Mi maquillaje no es perfecto, pero hice lo que pude. — Tengo cita.
— Sí, déjame le aviso al Gerente — dice Sam, dándole la espalda para soltar un grito al famoso "Peter".
Entonces aparece el susodicho.
— Mi nombre es Pedro González, pero puedes decirme Peter. Te haré una entrevista rápida y después una prueba práctica de una hora. Veremos cómo te desenvuelves.
— Está bien. — ¿Qué puede salir mal?, me dije a mí misma.
Caminé detrás de Peter, sintiendo que esta era mi oportunidad final. Mi momento para demostrar que no soy un desastre y que soy un adulto responsable con mi vida y mis deudas.
— Muy bien, Fernanda. La parte teórica estuvo excelente. Ahora la práctica. Detrás de esta barra el ritmo es frenético. Necesitamos a alguien que mantenga la calma, la pulcritud y la velocidad. ¿Lista para un latte y un capuchino? Vamos a simular un pedido doble para la Mesa 5. ¡En marcha!
Asiento con una sonrisa forzada. Qué puede salir mal. Es café, no cohetes espaciales.
Me pongo frente a la reluciente y complicada máquina de espresso. Todo ese metal brillante me devuelve la imagen de mi blusa manchada. Sigo las instrucciones de Peter.
Mi primer error: Intento cargar el filtro demasiado rápido. El café molido se derrama por la barra, creando un pequeño montículo marrón que ignoro por la prisa.
— Control, Fernanda, control — pienso, tratando de sonar convincente. Es solo café. Se limpia después.
Comienzo a vaporizar la leche para el latte. El ruido es ensordecedor, pero parece ir bien. La confianza regresa, solo para ser demolida por el capuchino. Peter me había indicado una jarra pequeña para la espuma, pero en mi apuro, tomé la incorrecta y la llené de más.