Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 3.

ALEXANDER VASILAKIS

El sol de la mañana en Atenas intentaba irrumpir en mi apartamento, pero solo conseguía proyectar rectángulos de luz pálida sobre las paredes de tono piedra, elegidas precisamente por su incapacidad para distraer. Eran las 6:00 A.M. en punto. El café, preparado por el sistema automatizado, reposaba en mi taza de porcelana blanca, sin adornos.

Estaba de pie junto a mi mesa de comedor minimalista, que servía más como superficie de trabajo. Sobre el ébano pulido, no había migajas ni papeles superfluos, solo dos elementos: una tableta de titanio y la copia sellada del testamento de mi abuelo.

Mis ojos penetrantes, fríos y difíciles de descifrar, no leían el documento; lo analizaban por enésima vez, buscando el fallo, la rendija legal que mi equipo de abogados no había encontrado.

La frase era tan simple como insultante: "...la totalidad de las acciones de Vasilakis Group pasará al heredero directo solo y cuando este haya contraído matrimonio, asegurando así la continuidad familiar..."

Si el plazo no se cumplía antes de la junta directiva dentro de tres meses, el imperio pasaría a Ricardo, mi primo. Ricardo es la antítesis de la eficiencia: un hedonista incapaz de diferenciar un balance general de un menú de cócteles. La idea de que el control de mi creación —pues yo había multiplicado el legado— pasara a manos tan incompetentes, encendía una furia gélida en mi pecho, una emoción tan rara que se sentía casi desalineada.

— Una variable emocional —murmuré, en voz baja y controlada, como si estuviera dictando una fórmula—, es el único error en una ecuación perfecta.

Mi vida era un algoritmo de éxito. Treinta años dedicados a convertir un millón en diez, a reestructurar y dominar el mercado. Mi traje hecho a medida era mi armadura, mi casa un santuario del orden, mi mente una máquina de precisión. Y ahora, todo pendía de un requisito sentimental.

Tomé un sorbo de café. Amargo, como siempre. Eficiente.

La tableta se iluminó con el itinerario a Ginebra. Tres días con un socio bancario crucial. Malo. Tiempo perdido.

Un matrimonio no era un romance; era un contrato. Necesitaba una mujer que entendiera el pragmatismo, que fuera controlable, que no exigiera una relación formal. El riesgo no era solo perder la empresa, era perder el control sobre mi propia vida.

Deslicé el testamento a un lado. Miré mi reflejo en el cristal pulido de una vitrina, mi cabello oscuro perfectamente peinado, mi rostro recién afeitado. Impecable. La imagen del hombre que había diseñado su éxito.

Con el plazo sobre mí como una cuenta regresiva, y un viaje de negocios inminente que no podía cancelar, tenía que resolver el problema de mi vida personal con la misma precisión quirúrgica que aplicaba a mis finanzas.

— El problema es logístico —me dije a mí mismo, deslizando mi brazo en la manga de mi chaqueta impoluta. Mi lógica ya estaba trabajando—. Necesito una solución temporal y funcional antes de que aterrice en Ginebra. Ricardo no tendrá el control.

Salí de mi apartamento en Atenas. Eran las 6:45 A.M. Me dirigí a la limusina. El conductor abrió la puerta con la precisión de un autómata. El coche era, como mi vida, una burbuja de eficiencia silenciosa.

En el asiento contiguo, el Sr. Elías, mi principal asistente y asesor legal, me esperaba. Su rostro era un estudio de la preocupación contenida, una expresión que yo encontraba ineficiente.

— Alexander —comenzó Elías, su voz era una mezcla de respeto y pánico apenas disimulado—. Hemos agotado todos los recursos. La cláusula es férrea. Debes contraer matrimonio antes de la junta.

Mis ojos se fijaron en el reflejo de la ciudad que pasaba, pero mi mente estaba en el balance. — Lo sé, Elías. Por eso estás aquí. He analizado la situación. Es un problema de logística y tiempo, no de ley.

Me volví hacia él. Mi traje de lana fría no mostraba una sola arruga. — Necesito una esposa.

Elías asintió. — Sí. Una mujer respetable, que...

Lo corté con un gesto de la mano. — No. Necesito una solución temporal. Un contrato de seis meses, Elías. No más. Seis meses para asegurar la herencia y estabilizar las acciones. Después, se firma el divorcio por mutuo acuerdo. Encuentra la figura legal que lo blinde. Que acepte el acuerdo. Absoluta discreción.

Elías se ajustó las gafas, claramente incómodo. — Alexander, temo que eso no será suficiente. El consejo y, más importante, tu familia, son conservadores. Debe parecer un matrimonio real y duradero. Ricardo lo usará en tu contra. Dirá que es un fraude.

La mención de Ricardo me dio una punzada de fría irritación. Yo no necesitaba amor, necesitaba control.

— Entonces, debe ser convincente, Elías. No solo el papel. Debe ser una mujer que pueda navegar en este entorno. Una fachada impecable para la junta directiva. Un teatro convincente para la familia y Ricardo. — Apreté los dedos sobre mi rodilla. — Dime las exigencias, Elías. Haz una lista. ¿Qué necesitamos para que el consejo y la familia lo acepten como un “matrimonio legal y real”?

Elías sacó un dossier delgado. — Uno. Un acuerdo prenupcial sólido y de aspecto equitativo. Dos. Un compromiso público creíble. Tres. Deberán vivir juntos. Cuatro, y esto es clave: deben mostrar una historia, un pasado que justifique la prisa.



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En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 31.10.2025

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