Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 4.

FERNANDA

El silencio me golpeó más fuerte que la resaca. Alexander Vasilakis. La voz era tal como la recordaba: ronca, profunda y con una seguridad que denotaba que era el amo absoluto de su mundo.

Mi taza de café ahora estaba en el suelo, pero ya no importaba. Estaba en la mira de un Sugar Daddy... o algo mucho más peligroso. O, peor, alguien jugándome una broma por mi anuncio.

— ¿Hola? ¿Sigue ahí, Sr. Vasilakis? — mi voz salió como un chillido aguado.

— Si esto es una broma por mi anuncio, — empecé a decir, tratando de recuperar algo de compostura.

— Sigo aquí, F. Yo no bromeo. — Su tono era paciente, casi frío y preciso. — Vi su anuncio. Encontré su propuesta bastante... directa, dada la urgencia de mi situación.

— Ah, sí. El anuncio. — Tartamudeé, sintiendo cómo el alcohol de anoche regresaba en oleadas de vergüenza. — Mire, Sr. Vasilakis. Fue un error. Un acto de desesperación, ya sabe, cerveza barata y un mal día. Le pido disculpas. Una amiga, más bien mi prima, le pareció gracioso y lo subió a las redes sociales.

Hubo una pausa, tan larga que pude escuchar un beep en su lado de la línea. Probablemente un sistema de seguimiento de acciones o, sí, una persona llorando por estrés.

— No. Yo no pido disculpas, F. Yo propongo soluciones. La ley de la oferta y la demanda es clara. Usted necesita capital, y yo necesito un matrimonio. Ahora.

— Pero... ¿usted vio el anuncio? ¿El que pide que paguen la plomería? ¿Y de dónde me marca? — pregunté, notando su acento y el número desconocido.

— Marco de Grecia. Vi que una joven en crisis existencial y financiera, que opera bajo el nombre "F.", publicó una necesidad urgente en un mercado público. Yo ofrezco un contrato para satisfacer esa necesidad. ¿Está lista para hablar de términos?

Me senté pesadamente en una silla de la cocina, ignorando los restos de café. Este hombre no estaba bromeando. Ni una sola vez dudó de la seriedad de mi anuncio.

— ¿Qué clase de términos? Mire, no tengo intención de tratar con usted. Yo no busco un Sugar Daddy, ni...

— Yo no soy un Sugar Daddy, F. Soy un CEO. Lo que propongo es una fusión corporativa, no un romance. Un acuerdo blindado y temporal. Mi herencia está condicionada a que yo esté casado antes de la próxima junta directiva. Usted actuará, seguirá instrucciones y, a cambio, todos sus problemas financieros serán resueltos. Renta, deudas de tarjetas, plomería. Todo queda bajo mi control. Tendrá muchos beneficios.

Mis ojos se nublaron con la promesa. Renta. Deudas. Mi deseo no estaba tan en lo profundo, después de todo. ¡Libertad!

— Creo que es el sueño de toda mujer. Ser la damisela en apuros y ser rescatada por el Príncipe Encantador. Vivir sin deudas en un palacio maravilloso y con sirvientes. Pero no…

— Si es el sueño de toda mujer, entonces por qué negarse ahora a la oportunidad que se le presenta. Ambos saldremos ganando.

— Pero, ¿y si la que sale perdiendo soy yo?

— Entonces ambos perdemos. Usted regresaría a su punto de partida. Yo perdería un imperio. El riesgo, para mí, es considerablemente mayor. Por eso, necesito saberlo ahora: ¿está dispuesta a aceptar una entrevista formal para este contrato?

El empresario sonaba tan seguro, tan lógico, que mi propio pánico empezó a ceder ante la tentación.

— Usted está en Grecia. Yo estoy en la Ciudad de México. Es imposible.

— La logística es mi responsabilidad, F. Mis negocios son extensos y tengo una oficina en México. Podría acercarse, pero el único requisito innegociable es la ubicación. Se mudará de inmediato a Atenas. Vivirá en mi residencia.

— ¿A-Atenas? — jadeé. La idea de dejar México y cruzar el mundo me golpeó como una ola fría. Mi mente corrió a mi maleta de viaje, a mi pasaporte que no usaba desde la preparatoria. — Eso... eso es... una vida entera.

— Es un requisito contractual — me interrumpió, cortante. — Le enviaré un contrato borrador ahora. Si acepta los términos básicos, mi director legal volará a la Ciudad de México en un avión privado en doce horas. Él le presentará el acuerdo prenupcial y le pagará un adelanto sustancial para cancelar sus deudas inmediatas. Si firma, usted estará en Atenas en menos de cuarenta y ocho horas.

Mi cabeza daba vueltas. El borrador. La palabra "contrato" me anclaba a la realidad. Esto no era un chiste de bar.

— Envíe el borrador — Logré decir, mi voz ahora firme. — A mi correo personal. Pero si hay una sola cláusula sobre romance, hijos o cualquier cosa que implique una obligación personal más allá del teatro público, consideraré que esta llamada fue un error.

— Entendido. Esto no es un cuento de hadas. Para el contrato formal, necesito su nombre completo, F.

— Es Fernanda García.

— Gracias, Srita. García. Esté atenta a su correo. Y, por cierto, si decide aceptar: no habrá arrepentimientos y, sobre todo, discreción. Mucha discreción.

La llamada terminó con un click seco.

Me levanté de mi silla, dejando el desastre de café sin limpiar. La vergüenza de la viralidad había sido reemplazada por una adrenalina helada. Miré mi teléfono, esperando el borrador. Grecia. Alexander Vasilakis. Cuarenta y ocho horas. Esto no era un plan; era una evacuación.



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En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 29.10.2025

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