ALEXANDER VASILAKIS
La eficiencia era palpable, aunque irrelevante. Mi mente ya no estaba en el informe de viabilidad de la fusión bancaria; estaba a miles de kilómetros, en un problema que acababa de crear por necesidad.
Elías estaba frente a mí en la suite del aeropuerto de Ginebra. Su código de conducta profesional se desmoronaba por la orden que acababa de darle. Lo veía aferrarse a su tableta con la misma desesperación con la que se aferraría a un salvavidas. Llevaba dos horas, desde mi llamada desde Atenas, procesando la logística de mi "solución de emergencia".
— Alexander, con todo respeto, — Elías comenzó, ajustándose las gafas. Percibí la tensión, la mezcla de respeto y pánico. — He tenido que movilizar un equipo, firmar acuerdos de confidencialidad para el borrador y asegurar las rutas de vuelo. Mi gente ya se está movilizando en la embajada mexicana, por suerte, hoy por la tarde no han tenido mucho trabajo. Pero... tengo que preguntar.
Dejé el informe sobre la mesa. Mis ojos grises se fijaron en él, sin invitación.
— Pregunte, Elías. El tiempo es un recurso limitado.
— La impulsividad. — Elías respiró hondo. — ¿Una mujer al azar de un anuncio viral? Hemos trabajado en esto durante un mes. Tenía ya tres candidatas de perfiles verificados, mujeres de Atenas, dispuestas a firmar un prenupcial millonario. ¿Por qué arriesgar el control por esta tal Fernanda García, una completa desconocida de... México?
Me recliné, cruzando los brazos sobre el pecho. No había molestia en mi voz, solo una evaluación pragmática.
— Tres problemas con esa "lista de élite", Elías. Uno: Demasiado tiempo de integración. Necesitan una historia, un cortejo creíble. El tiempo es nuestro enemigo. Dos: Demasiado riesgo de filtración. Sus perfiles son conocidos. Si esto sale mal, el daño a las acciones es irreparable. Y tres: Demasiado costo. El acuerdo millonario son un precio elevado por seis meses de silencio.
Elías frunció el ceño. —¿Y qué hay de la señorita García? Su anuncio pide que le paguen la plomería.
— Exacto. — Asentí una vez, un gesto de fría satisfacción. — La necesidad es la motivación más eficiente, Elías. La señorita García no tiene nada que perder. A diferencia de sus candidatas, no tengo que negociar con una familia ni con un estatus. Su perfil de riesgo financiero es alto, sí, pero su perfil de riesgo de chantaje es mínimo, porque sus expectativas son básicas: saldar deudas y después, desaparecer de mi radar.
Saqué un archivo digital de mi tableta y se lo deslicé.
— He revisado su perfil de redes sociales, el informe de crédito y la grabación de la llamada. Es impulsiva. Si. Un desastre logístico personal, como usted dice. Pero su voz fue firme al final; exigió un correo personal y dio su nombre completo. Hay una base de profesionalismo debajo del caos que puedo utilizar.
Elías abrió el archivo, su mirada se detuvo en la foto borrosa del anuncio en el pizarrón. Negó con la cabeza, una expresión ineficiente.
— ¿Y si es una estafadora, Alexander? ¿Si nos ha mentido sobre su situación?
— Para eso enviaré a un abogado, Elías. Usted mismo. Se reunirá con el abogado de mi filial en México, lo instruirá para que verifique cada una de sus deudas personalmente. Le entregará el adelanto solo después de firmar el acuerdo. No se le pagará el total hasta que estemos casados y el testamento sea validado.
Tomé mi informe de fusión bancaria, cerrando la discusión.
— Su tarea ahora es simple: volar de Ginebra a México, supervisar la firma del acuerdo prenupcial en persona y asegurar que la Srita. García esté en el avión de regreso a Atenas en menos de cuarenta y ocho horas, como lo prometí. Ricardo no ganará por una variable emocional que yo puedo comprar y controlar.
Elías guardó su tableta, la tensión en su rostro transformada en la sumisión al deber.
— Entendido, Alexander. Prepararé el vuelo. Un matrimonio exprés... en Grecia con una desconocida de México.
— Desconocida no. La historia sería que nos conocimos en la filial de México, en uno de mis viajes. Nos manteníamos en contacto y el amor floreció entre ambos. Hasta llegar al matrimonio. Punto final.
No respondí más. Ya estaba mentalmente en Ginebra. Para mí, el problema de la "esposa" estaba resuelto. Era una transacción más en mi agenda de negocios. Solo quedaba asegurarse de que la Srita. García, la nueva y caótica variable en mi perfecta ecuación, no causara un crash en mi sistema.
Ciudad de México, 12 horas después...
Elías aterrizó en la madrugada en un hangar privado del aeropuerto de la Ciudad de México. El aire que respiró era diferente: más denso, menos ordenado.
Se encontró con el abogado local de la filial. El Licenciado Soto tenía una sonrisa excesivamente relajada que Elías encontró irritante.
— Sr. Elías, bienvenido a México. Ya tenemos el borrador listo.
— Bien. ¿Y la señorita? ¿Tenemos su localización? ¿Y la verificación de las deudas?
— La Srita. García nos ha dado su correo. Y sí, el informe de deudas está confirmado. — El Licenciado Soto le deslizó una foto impresa del edificio de Fernanda.