FERNANDA
El click seco de Alexander Vasilakis al colgar me dejó con el corazón martilleando en mis costillas y una taza de café derramada en el suelo. Grecia. Matrimonio por contrato. Cuarenta y ocho horas.
Agarré mi teléfono y le marqué a Valeria. Mi prima contestó a la primera.
— ¡Fer! ¿Lo conseguiste? ¿Te dio trabajo el barman? Oye, ¿viste que el #MaridoParaLaCrisis ya es trending? ¡De nada!
— ¡Valeria! — Su voz era un chillido histérico. — ¡Me acabas de meter en un lío de película de secuestro! ¡Quítalo de inmediato!
— ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué pasó?
— El anuncio… el anuncio alguien se lo tomó en serio. Me acaba de llamar un tal Alexander Vasilakis. Un CEO griego. Quiere casarse conmigo. ¡Por contrato! Seis meses. Y todo es tu culpa por subir esa foto.
Valeria soltó una carcajada ruidosa al otro lado de la línea.
— ¡Mi culpa! ¡Mi culpa es haber acelerado tu destino, dramática! Si no lo hubiera subido, seguirías con tu resaca, tus deudas y tu plomería rota. — seguía riéndose — ¿Ya en serio, no fue el chico del bar? ¿Haciéndote una broma?
— Noooo... Esto es muy serio.
— ¿Un griego? ¡Amiga, suena a un rescate griego! ¿Y qué quiere a cambio?
— Mi vida por seis meses, básicamente.
— ¡Detente! ¿Te dijo si es un viejito horrible? ¡O peor! ¿Un mafioso que secuestra chicas guapas para sus caprichos? ¡Ya sabes, como en esos libros de romance que leemos! Tiene voz sexy, pero... ¿y si es un ogro? — se burló Valeria.
El pánico se intensificó. Alexander sonaba como una máquina, pero su voz... era innegablemente atractiva.
— No sé cómo se ve. Pero me dijo que es un CEO que necesita casarse por una herencia y me ofrece lo suficiente para pagar todas mis deudas y vivir cómodamente durante un tiempo...
— ¡Tanto dinero! ¡Fer, no seas tonta! La oportunidad es real. Además, ¿qué es peor? ¿Un griego multimillonario con voz sexy o el Señor Plomero de la colonia exigiendo su pago?
— El problema es que quiere control. Tengo que mudarme a Atenas en menos de cuarenta y ocho horas. Y tengo que fingir que estamos perdidamente enamorados.
— ¡Atenas! ¡Piensa en la comida! Piensa en... — Valeria hizo una pausa, su voz bajó de tono, reconociendo la seriedad. — A ver. Si es un mafioso, ¿por qué te pagaría tus deudas primero? Si fuera un secuestro, ya estarías en una camioneta sin labial rojo. Te lo dijo: es un contrato. Es la ley de la oferta y la demanda. Pero sí, la mudanza es un caos.
— ¿Y qué les digo a mis padres? ¡Me van a matar! Si me fui de Guadalajara porque me asfixiaban con sus reglas, ¿cómo les explico que de repente me caso y me mudo a Grecia?
— Eso déjamelo a mí. Yo les digo que... que encontraste el amor de tu vida en un viaje relámpago y que la prisa se debe a un problema de visa o algo así. Tienes que ser impulsiva, Fer. Eres tú. No van a creer que planeaste un matrimonio. Tienes que ser como siempre, impulsiva y desastrosa, incluso para irte. ¡Pero por favor, no les contemos la parte del dinero!
— Claro que no, si se enteran me desheredan o me encierran en un convento. O peor en un psiquiátrico.
Mientras hablábamos, mi teléfono vibró con una notificación de correo electrónico. El remitente: Alexander Vasilakis.
— ¡Espera! Me acaba de llegar el contrato.
— ¡Léelo! ¡Y no rechaces el dinero! — ordenó Valeria. — Que quede en la cláusula que una vez firmado, no se aceptan devoluciones.
Colgué, sintiendo el impulso de rechazar todo. ¿Casarse con un desconocido? ¿Vender mi vida por dinero? Pero al ver el café seco en la mesa y recordar la factura de luz vencida, la balanza se inclinó.
El mensaje, titulado simplemente "ACUERDO DE COOPERACIÓN MATRIMONIAL TEMPORAL", era un archivo PDF de quince páginas de burocracia fría. Lo leí sentada, sintiendo cómo la resaca era reemplazada por adrenalina pura.
La primera página era el resumen que me hizo aceptar el trato en principio:
OBJETO DEL CONTRATO: Matrimonio civil por un periodo de seis meses. Importante: No enamorarse.
COMPENSACIÓN: Un pago sustancial, suficiente para liquidar la totalidad de las deudas actuales de F.G. y proveer un fondo de reserva para gastos.
Luego venían las obligaciones, que confirmaban mis peores temores sobre la seriedad del griego:
Residencia: Mudanza inmediata a Atenas.
Apariencia: Mantener la fachada de una relación apasionada ante la familia y la junta directiva. Esto incluye muestras de afecto públicas creíbles.
Discreción: Absoluta.
Y luego, la más extraña de todas, la que me hizo fruncir el ceño y reír nerviosamente a la vez:
Regla de Cero Caos: Mantener las áreas comunes de la residencia en un estado de orden y pulcritud extrema.
¡Pulcritud extrema! Me miré el pijama y el desorden de mi cocina. ¿Quién demonios pone una cláusula así en un contrato de matrimonio? Tenía que ser uno de esos excéntricos ricos al que le obsesionaba la limpieza. Mi única esperanza era que mi espacio privado fuera mío.