Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 11.

ALEXANDER VASILAKIS

El restaurante Acrópolis View era, como su nombre lo indicaba, un santuario de la elegancia con vistas directas a la Acrópolis iluminada. El ambiente, frío y cómodo, era el escenario perfecto para una cena de negocios, sin compromiso.

Yo había planificado cada detalle: el reservado, el menú y, lo más crucial, la narrativa de Fernanda.

A la mesa ya nos esperaban mi tío, Héctor Vasilakis, y su esposa, Atenea. Además, se unían dos accionistas principales de la junta directiva: el Sr. Costa y la Sra. Petrová. La presión se quintuplicó. Esta no era solo una prueba familiar; era una evaluación corporativa.

Entré al salón con Fernanda del brazo. Su vestido negro la hacía lucir como la mujer elegante que había ordenado a mi personal shopper. El cabello recogido y el labial nude eran un triunfo de la disciplina.

Al llegar a la mesa, mis manos se posaron en su cintura. La fachada de un hombre enamorado debía ser inmediata y convincente. La atraje hacia mí, sintiendo su cuerpo tenso y cálido, la antítesis de mi traje de lana fría.

— Mi amor —susurré, con una voz que a ella le pareció miel, pero a mí me supo a hierro—. El retraso se considera impuntualidad ante los socios.

Ella se rió, una nota aguda y brillante que rebotó en el silencio. —Disculpa, cariño. Estaba demasiado emocionada por conocer el restaurante que perdí la noción del tiempo.

El control volvió a mi rostro. La presente.

— Tío, Atenea, Sr. Costa, Sra. Petrová, les presento a Isabel García, mi prometida —dije, utilizando el su segundo nombre.

Héctor se levantó con un gesto solemne, seguido por los accionistas. Atenea, en cambio, era observadora, con unos ojos que no se perdían un solo detalle.

— Es un placer, querida —dijo Héctor, besando su mano—. Alexander nunca nos dijo que había encontrado una joya mexicana tan... vibrante.

— Isabel es la mejor crítica de arte de su generación en México —respondí yo rápidamente, activando la primera línea del guion.

— Hola, me llamo Fernanda Isabel, pero prefiero que me llamen Fernanda — los saludo a todos de beso y abrazo.

Fernanda y su manera de saludar me pareció irritante, pero su sonrisa era demasiado grande para la sutileza, casi burlesca.

— Oh, Alexander es muy generoso. Simplemente amo la expresión de las emociones a través de los trazos. Y sí, amo el arte griego.

Hasta ahí, el guion se mantenía, aunque con demasiada intensidad. Nos sentamos. Yo me senté al lado de Héctor, Fernanda frente a mí.

Atenea no tardó en atacar. — Alexander nos dijo que se conocieron hace solo tres meses. ¿Qué los hizo acelerar las cosas tanto? Es muy impulsivo, incluso para Alexander.

Era mi turno. Apreté mi rodilla contra la de Fernanda bajo la mesa para recordarle que fuera cautelosa, pero ella estaba a punto de desmoronar la narrativa con una improvisación peligrosa.

— Fue amor a primera vista, Señora Atenea —dijo Fernanda con una voz llena de una pasión falsa que me puso los nervios de punta. — En cuanto vi a Alexander, supe que no podía esperar. ¡No es un hombre para perder el tiempo!

— ¿Y qué fue lo que la enamoró de nuestro Alexander? ¿Su disciplina, o lo conveniente del matrimonio para su carrera? — preguntó Héctor, yendo directo al grano.

Fernanda se rió de nuevo, fuerte, pero esta vez con un toque de burla que resonó en el elegante reservado.

— ¡Su disciplina! Nunca había conocido a un hombre que amara el orden tanto como Alexander. Yo en cambio soy un desastre, y él es la perfección. Somos un equilibrio. Y, por supuesto, su enigmática belleza y su profundo conocimiento de la plomería de emergencia.

Plomería. La palabra detonó en la mesa. Los accionistas fruncieron el ceño. Héctor y Atenea intercambiaron una mirada perpleja. Era algo que no estaba en el guion. Estaba improvisando.

— ¿Plomería? —preguntó la Sra. Petrová, con un tono de voz que indicaba que el concepto le era totalmente ajeno al mundo Vasilakis.

— Sí —continuó Fernanda, sin darse cuenta de que me estaba asesinando con cada palabra—. La noche que lo conocí, mi departamento en Polanco se inundó, mi plomería estaba tapada. Alexander no solo me ofreció su ayuda, para destaparla, ¡sino que me explicó los precios de las piezas de reemplazo! Me enamoré de su mente brillantemente analítica.

Héctor me miró fijamente por encima de su copa de vino.

— Espera, Alexander, ¿estamos hablando del mismo Alexander? El que conocemos no ayudaría a nadie que no estuviera en su nómina, y mucho menos se ensuciaría las manos con... plomería.

Puse mi mano sobre la de ella, forzando una sonrisa a mis tíos y socios. Mi mandíbula estaba tensa. Necesito recuperar el control, ahora.

—Mi amor, tú exageras. Fue un pequeño favor —dije, tratando de redirigirla—. Mis habilidades de negociación son muy amplias, se extienden a cualquier rubro, incluyendo la solución eficiente de problemas como una plomería dañada.

—¡Para nada! —Ella se volteó hacia mí, y vi en sus ojos una travesura deliberada. Se inclinó y, frente a toda la mesa, me rozó la mejilla con un beso rápido, pero lo suficiente para que notara la pequeña fragancia de su labial nude. — Eres mi héroe, mi salvador, eres mi Vasilakis.



#165 en Otros
#88 en Humor
#634 en Novela romántica

En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 29.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.