Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 16.

FERNANDA

Respiré hondo tan pronto como la puerta de la sala de conferencias se cerró tras de mí. Mi pulso latía a mil por hora, no por miedo a Alexander, sino por la adrenalina de enfrentarme a Nikitas y sus tíos, y por la promesa que acababa de hacer.

Olivos. Nunca había tocado uno. Pero la idea de pasar seis meses encerrada en documentos sobre "disposiciones fiduciarias" me aterraba más que cualquier fracaso. El suelo, la producción, el desafío tangible... eso era algo que podía comprender. Caminé de regreso al piso de Alexander. Elías, que me miró con una mezcla de respeto y pánico, ya estaba supervisando la instalación de mi nueva "estación de trabajo".

El escritorio era de un minimalismo brutal: gris Vasilakis, por supuesto, de acero pulido y cristal. Estaba situado justo afuera de la pared de cristal de la oficina de Alexander, lo que significaba que yo era una exhibición. Su visión de mí como su prisionera funcional.

En la superficie, había una computadora de alta gama, mi tablet y, apiladas al lado, unas diez cajas de cartón sin clasificar.

— Esos son los archivos de la Finca Aris, Señorita García —dijo Elías, su voz cargada de pesar. — Vienen directo de un almacén en Corfú. Disculpe, pero nadie ha tocado esto en veinte años. Alexander necesita un resumen de la situación legal y productiva en dos días.

Abrí la primera caja. Dentro no había orden, sino el desorden en su máxima expresión: documentos amarillentos, facturas escritas a mano en griego, recibos de impuestos italianos (Corfú está muy cerca de Italia), y, en el fondo, una bolsita de plástico con lo que parecían ser semillas secas.

— Esto no es un desastre administrativo, Elías —murmuré, tomando una factura de 2003. — Esto es arqueología corporativa. — Mucha suerte, Señorita. Él espera la eficiencia de un robot, pero con la intuición de... de usted.

Elías se retiró a su cubículo, lejos del campo de visión directa de Alexander. Yo estaba sola en la pecera. Me senté en mi silla gris. Me sentía ridícula, pero al mismo tiempo, el olor a tierra seca y papel viejo que emanaba de las cajas me dio un extraño impulso, una sensación de propósito que nunca había sentido en el corporativo.

Comencé a trabajar. Ignoré el e-mail corporativo, ignoré la agenda de Alexander y me zambullí de lleno en las cajas. Saqué los documentos, los ordené por color de papel, luego por año, ignorando por completo el contenido legal. Un caos ordenado por el color. A los veinte minutos, Alexander salió de su oficina. No me miró, pero se detuvo justo a mi lado.

— ¿Estás ocupada jugando con los archivos, Señorita García? Tu tiempo es dinero.

— Estoy organizando, Alexander. No puedes leer una historia si todas las páginas están mezcladas. Lo estoy clasificando de forma cronológica visible. Parece que la finca dejó de producir aceite seriamente en 2005.

— Las fechas no importan. Solo los números.

— Las fechas importan, Alexander. En México, mis abuelos me enseñaron que la tierra no miente. Si sabes cuándo plantaron, sabes cuándo cosecharon y, por lo tanto, cuánto perdieron. Y, por cierto, encontré esto.

Saqué la bolsita de plástico de la caja.

— ¿Una amenaza biológica? —dijo con desprecio.

— No. Creo que son semillas de una variedad de olivo. O de tomate. No lo sé. Pero son de la tierra. ¿Le digo al encargado de la finca que las analice? Podríamos reactivar una cepa antigua.

Alexander tomó la bolsa con dos dedos, como si fuera un trozo de barro contaminado.

— No perderás tiempo en botánica. Enfócate en la documentación legal que vincula a mi padre con los problemas de copyright de esa marca de aceite. Eso es lo que nos hará perder la herencia.

— Si el problema es legal, Aris y sus abogados deberían resolverlo. Nuestro trabajo es la reactivación productiva. Así lo dijo el testamento.

Él me miró por primera vez desde la reunión. Sus ojos azules eran fríos. Se acercó más, invadiendo mi espacio, su corbata gris casi tocando mi nariz.

— Te lo diré una sola vez, Fernanda. Tú eres mi asistente personal. Y yo soy tu jefe. Tu única misión es hacer lo que yo diga. Y yo digo que analices las facturas y los contratos de suministro de agua, no las semillas. ¿Entendido?

Me sentí acorralada, pero no iba a cederle el control de mi única ventaja.

— Entendido, Alexander. Analizaré los contratos de agua. Pero si tienen problemas de plomería, yo no me hago responsable.

Di un golpe suave a la pila de archivos. Él se quedó inmóvil. La tensión era física, casi eléctrica. Alexander se dio la vuelta sin decir nada más y regresó a su jaula de cristal.

Saqué mi teléfono del bolsillo, sintiendo la necesidad urgente de compartir esta locura con alguien que no estuviera en modo "robot corporativo".

VAL: ¿VIVE LA NOVIA? 👰🏻‍♀️ ¿Cómo va el drama? ¿El ogro ya te puso a limpiar ventanas? Por cierto, no olvides hablar con mis tíos, están muy preocupados por tu huida de México.

FERNANDA: No. Peor. Me puso un escritorio frente a su pecera de cristal. Literalmente me tiene bajo vigilancia. Lo haré en cuanto me salga del trabajo.



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En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 31.10.2025

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