Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 17.

FERNANDA

Pasado mañana llegó con la frialdad esperada. Alexander había organizado la boda civil de la misma manera que organizaba una fusión de bajo riesgo: eficiente, privada y sin prensa.

Me vestí con el traje blanco de lana, simple pero costoso, que Alexander me había entregado. Me había ordenado parecer "una novia, no una fugitiva", pero yo había añadido mis propios toques: un labial rojo intenso y unas zapatillas deportivas rojas brillantes que desafiaban el pulcro mármol de Atenas. Él, por su parte, estaba impecable en un traje de tres piezas tan azul que casi parecía negro.

Al llegar a la oficina del notario mayor, la atmósfera era tensa. Además de Elías y el abogado Aris, también estaban presentes sus tíos, Héctor y Atenea, y su primo Nikitas, observando cada detalle.

Alexander me evaluó de pies a cabeza. Su mirada se detuvo en el shock de color a la altura de mis pies y boca. Su mandíbula se tensó.

— ¿Puedes decirme, ¿Señorita García —siseó en voz baja para que solo yo escuchara—, por qué has decidido sabotear el único atuendo decente que te he conseguido con esas... deportivas?

Sonreí, un destello de desafío.

— ¿Estas? —dije, señalando mis pies y luego mi boca—. Son para recordarme quién soy, Alexander. Y el rojo combina a la perfección con el color de tu corbata y tu alma. Es mi ataque de rebeldía por levantarme temprano. ¿O acaso eso también está prohibido por la cláusula?

Alexander apretó los dientes, incapaz de armar un escándalo frente a su familia y el notario.

— Ocúpate de tu deber, Fernanda.

— Siempre —respondí, sintiéndome extrañamente poderosa.

Me dirigí a mi asiento. Alexander estaba concentrado en revisar un último documento. Yo, por mi parte, sentía el peso de la decisión.

— ¿Estás lista, Señorita García? —preguntó Alexander, sin mirarme.

— Lista, Alexander. Pero hay algo que debemos hacer antes.

Saqué mi tablet. — Mi familia. Querían estar presentes. Como no pudieron viajar, acordamos una videollamada rápida.

Puse la tablet sobre la mesa, ignorando la mirada de Nikitas. Justo cuando el notario se aclaraba la garganta para empezar, la llamada se conectó. La imagen de mis padres, Esteban y Lucía García López, apareció en la pantalla, radiantes y visiblemente conmovidos, sentados en la sala de su casa en México.

— ¡Hija! ¡Te ves hermosa! —exclamó mi madre, Lucía, con los ojos llorosos.

— Papá, mamá, él es Alexander. Alexander, mis padres.

Alexander, tomado por sorpresa, se vio obligado a acercarse a la pantalla. Para mi asombro, y ante la seriedad de mis padres, respondió en un español perfecto.

Mi padre, Esteban, se puso serio. — Joven Vasilakis. Sabemos que esto es... diferente. Pero Fernanda es nuestro tesoro. Y aunque no entendemos tan raro e inesperado matrimonio, le pedimos una cosa. Cuide de ella. Y respétela, no la trate mal. Ella tiene un espíritu noble, pero es un desorden de mujer, rebelde, desobediente. Siempre lo ha sido. Nosotros nunca pudimos corregirla, y le deseamos suerte con esa tarea. No espere que haga las cosas a su manera, pero espere que cumpla.

Mi madre intervino. — Hija, el matrimonio no es un juego, deben respetarse y apoyarse mutuamente. Estar en las buenas y en las malas. Y por favor haz las cosas bien, pero no olvides tus raíces. Prométannos que, cuando puedan, nos darán su bendición en México, con una boda por la iglesia, como siempre soñamos.

Miré a Alexander. Sabíamos que era una mentira pactada entre dos mundos.

— Lo prometemos, mamá —dije.

Alexander dudó un instante. — Señores García López —dijo Alexander, con un tono formal. — Les prometo que cuidaré de su hija y que, si esta unión persiste más allá de lo necesario, celebraremos la boda en México.

Tras las despedidas, Alexander desconectó la llamada.

— Eso fue... innecesario —musitó, volviéndose hacia el notario.

El notario procedió a leer los documentos. Firmamos. Primero Alexander, luego yo, firmando Fernanda Isabel García López, sintiendo que sellaba mi destino, mi sacrificio por saldar mis deudas.

El notario sonrió. — Por la autoridad que me confiere la ley helénica, los declaro marido y mujer.

Nikitas, el parásito, intervino con una sonrisa burlona.

— ¡No tan rápido! ¡La tradición, primo! O ¿acaso tu nueva esposa no merece el beso del matrimonio? ¡Tenemos que validar la "relación genuina" para la cámara!

Alexander se tensó, pero Nikitas ya estaba grabando. Me giré, lista para el contacto. Alexander me sujetó por el rostro, sus dedos fríos y firmes en mi barbilla. Fue un gesto de control. Su boca presionó la mía en un beso seco, rápido y autoritario. El labial rojo se transfirió mínimamente a sus labios.

Se apartó de golpe, con un fuego oscuro en sus ojos.

— ¿Suficiente, Nikitas? —espetó Alexander.

Nikitas aplaudió, satisfecho. — Perfecto, primo. Que viva la unión.

Alexander se recompuso al instante.



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En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 31.10.2025

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