Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 19.

FERNANDA

El amanecer llegó y con él, el frenesí que Alexander impuso. En su mundo, una mudanza de seis meses a una isla remota se ejecutaba con la misma precisión que un cambio de horario bursátil.

Vestida con unos jeans, una camiseta de algodón y mis innegociables Vans de flores, bajé al hall. Alexander estaba esperando junto a la puerta, con un maletín de cuero y una expresión que indicaba que yo ya le había costado al menos cinco minutos de su vida.

— ¿Estás lista, Isabel? El helicóptero nos espera en la plataforma. —No se molestaba en usar mi primer nombre fuera de las formalidades, un recordatorio constante de mi nuevo título.

—Listo, Alejandro. Solo traigo mis cosas esenciales. Elías se encargó del resto.

El trayecto en helicóptero fue brutal. Alexander iba en modo "jefe global", revisando gráficos en su tableta y hablando en inglés rápido con algún analista sobre bonos. Yo traté de estudiar las fichas básicas de griego que Elías me había proporcionado, sintiendo que nunca dominaría algo tan complejo.

Él bajó su tableta. — No esperes que el mundo se adapte a tu pereza lingüística, Fernanda. Si vas a dirigir la producción, debes ganarte el respeto y hablar el idioma.

—Perder. Solo quería un poco de paciencia. Soy una graduada de bachillerato con un historial fallido en Medicina, no un prodigio.

— Ya me lo dejaste claro. Usa esa inteligencia que tienes por ahí escondida para ordenar esta ruina, no para excusarte.

El helicóptero sobrevoló el mar Jónico, de un azul eléctrico, hasta que apareció la isla de Corfú. Era un estallido de verde mediterráneo; cubiertas de cipreses oscuros que colinas se alzaban sobre playas de arena pálida. El aire era limpio y olía a pino y sal. La belleza de la isla era un contraste brutal con el pulcro acero de Atenas.

Aterrizamos con un traqueteo en una extensión de césped improvisada. Nos esperaba a Giorgio, el capataz, con un escepticismo profundo. Sus manos eran nudos de trabajo y su ropa, manchadas por el tiempo.

— Kaliméra, Señor Vasilakis —dijo Giorgio—. Y la señora.

Alexander respondió con un griego formal, pero añadió una instrucción crucial, mirándome de reojo:

— Giorgio, por el momento, diríjase a la Señora Vasilakis en inglés. Más adelante, solo hablará con ella en griego. Debes dominar la lengua de nuestros ancestros.

La presión se sentía como una bofetada sutil, y el capataz ascendiendo, ahora con una mirada de escrutinio sobre mí.

—Giorgio. Nos instalaremos de inmediato. Muéstrenos la casa.

La Finca Aris era una mansión veneciana de piedra, grande y hermosa, pero claramente descuidada. Los postigos estaban descoloridos, la hiedra cubría las paredes y había ese silencio pesado que solo tienen los lugares olvidados.

Al entrar, el interior era oscuro, polvoriento y olía a humedad y aceite viejo.

Llegamos a la "zona habitable": una cocina cavernosa y un solo dormitorio.

— ¿Y el otro dormitorio? —preguntó Alexander, con la mandíbula tensa.

Giorgio se encogió de hombros. — La otra ala está cerrada, Señor. Las tuberías no sirven y el techo del segundo dormitorio gotea. Solo hay una cama matrimonial segura y un pequeño baño funcional.

Alexander se giró hacia mí, con una furia fría en los ojos. Yo solo sonreí.

— Esto es inaceptable —murmuró Alexander.

— Es historia, Alexander —dije, sintiendo una punzada de emoción—. Y una cláusula. Matrimonio bajo el mismo techo, ¿recuerdas? Esto califica como un techo, Alexander.

Alexander apretó los dientes.

— Dormirás en el sofá, Fernanda. Yo necesito la cama para descansar y pensar con claridad.

— ¿Y dónde está el sofá? —pregunté, mirando el salón vacío—. ¿Bajo alguna de esas sábanas con telarañas? No estoy dispuesta a desarrollar un problema respiratorio a mitad del trabajo. Y para tu información, ronco.

Alexander me fulminó con la mirada. Me dirigí al dormitorio, con una cama de hierro forjado imponente.

— Ya que vamos a compartir habitación por los próximos seis meses, Alexander, espero que no te importe si la decoración un poco —dije. Me giré hacia Giorgio—. Giorgio, ¿la finca tiene algún tipo de leyenda de fantasmas? ¿Algo de espíritus de olivos o algún ancestro Vasilakis que no se fue a tiempo?

Giorgio se rió por primera vez, una risa grave.

— Señora. Usted tiene carácter. Se dice que el tatarabuelo de Alexander está enterrado en los cimientos de la bodega. Dicen que cuida su aceite desde el más allá.

Alexander me miró, la furia contenida en cada músculo.

— Deja de hacer preguntas absurdas, Fernanda. Lo único que ronda esta casa son las deudas. Y la única decoración que necesitamos es orden.

— De acuerdo, esposito. Pero ten cuidado esta noche. Si escuchas algo, no es mi ronquido. Es el tatarabuelo cuidando su aceite... y asegurándose de que tu nuevo matrimonio funcione.

Alexander suspiro, cerrando los ojos. Su control estaba cediendo centímetro a centímetro.



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En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 15.11.2025

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