Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 20.

ALEXANDER

La palabra "inaceptable" resonó en mi mente con la fuerza de una alarma de incendio. No era solo una molestia; era un fallo catastrófico en la ejecución de mi plan. Había pasado mi vida adulta construyendo un imperio basado en el orden, la previsibilidad y la pulcritud obsesiva, y en las últimas veinticuatro horas, una mujer que usaba zapatillas con flores había desmantelado metódicamente cada uno de esos pilares con una facilidad insultante. El contrato matrimonial garantizaba la unión legal, no la fusión de espacios vitales.

Me encontré de pie, inmóvil, en el único dormitorio habitable de la Finca Aris. La habitación era vasta, con techos altos y vigas de madera oscura, pero eso solo magnificaba la obscenidad de la situación: una sola cama matrimonial de hierro forjado. Una cama que, en teoría y legalidad, debía compartir con Fernanda.

Podía soportar la ruina exterior. Podía soportar el olor a humedad, el incienso de aceite rancio que impregnaba el aire y la pesada historia de la casa. Pero la proximidad física no era un riesgo financiero, sino una amenaza existencial a mi estado mental. Odiaba la simple idea de compartir mi santuario personal con ella, la tesis viva del desorden.

— Esta noche estableceremos nuevas reglas de convivencia, Fernanda —declaré, señalando el centro exacto del colchón con la punta de mi zapato de cuero italiano, que ya estaba lamentablemente empolvándose. Elías tendría que buscar un lustrador inmediatamente.

— Me parece bien, me gusta dormir del lado derecho de la cama —dijo seriamente. No había ironía, solo una aceptación irritante de lo absurdo.

— Primero haremos una barricada con las almohadas justo a la mitad, y si cruzas mi lado, por accidente o por diseño, consideraré que has incumplido los términos de la convivencia matrimonial. Esto no es negociable.

Ella dejó su mochila en el suelo, permitiendo que cayera con un golpe sordo, y se giró, con esa sonrisa que siempre me hacía sentir que yo era el protagonista involuntario de una de sus bromas.

— ¿Es en serio? ¿Una frontera? ¿Cómo el Muro de Berlín, Alexander? ¿O más como la frontera entre dos países que se odian, pero están destinados a compartir el mismo mar?

— Como una línea que, si cruzas, activa una respuesta legal por mi parte. ¿Entendido? Mi propósito es proteger mis intereses, y la invasión de mi espacio físico es una violación.

— Alexander, no tengo la más mínima intención de tener por accidente algún tipo de relación de índole sexual contigo. Estoy tan desesperada por que esto termine como tú. No te preocupes, mantendré mi adorable presencia de este lado.

— ¿Has entendido o no, nuestra nueva regla? —insistí, ignorando su patética justificación.

— Entendido, esposito. —El uso de ese diminutivo cursi me hizo apretar las manos en puños. Era una táctica clara para desestabilizarme, y funcionaba al instante—. Solo espero que el tatarabuelo respete tu línea divisoria, porque él es el fantasma que deambula por aquí, no yo. Y me temo que a los fantasmas no les importa mucho el derecho contractual.

Salí de la habitación antes de que pudiera escuchar más disparates o de que mi necesidad de imponer el silencio se transformara en un grito impropio. Me dirigí al ala de archivo que Giorgio había mencionado, necesitaba sumergirme en el único lenguaje que controlaba: el de los números y las leyes.

El sótano era un lugar fresco, oscuro y lleno de cajas de cedro apiladas. Estaba diseñado para el olvido, perfecto para concentrarse lejos de Fernanda. Encendí mi laptop y dispuse los documentos legales, los informes de tasación y los balances financieros de la finca sobre una mesa antigua, estableciendo un perímetro de orden contra el desorden circundante.

Mi plan, concebido antes del matrimonio, era claro y racional: estabilizar las operaciones, liquidar las deudas vencidas que amenazaban con el embargo, maximizar la producción de aceite de esta temporada y vender la propiedad a una corporación que pudiera modernizarla. La Finca Aris era un activo moribundo, y yo era el doctor que venía a firmar el certificado de defunción, no a resucitar al paciente.

Pasé la siguiente hora absorbiendo los números: una deuda acumulada de 2.3 millones de euros, contratos de suministro desfavorables que ataban la venta del aceite a precios irrisorios, y una espiral de cuentas por pagar. La finca no era solo un desastre estructural, era un pozo sin fondo.

Justo cuando estaba inmerso en un complejo análisis de un préstamo de irrigación fallido de 2018, la quietud fue interrumpida. Escuché el ruido de una silla arrastrándose arriba, luego unos pasos rápidos bajaron las escaleras. No eran los pasos medidos y prudentes de una persona normal; eran los saltos de una gacela indisciplinada. Le siguió un potente olor a café fuerte, que invadió mi archivo.

Fernanda irrumpió en el sótano. No vestía traje de baño ni ropa de paseo; traía la misma camiseta y los jeans, pero en sus manos llevaba dos cosas inauditas: una taza con el logo de un cactus amarillo y, lo que era peor, un fajo de documentos arrugados que yo había marcado como "Archivos de Mínima Prioridad: Histórico Personal".

— Alexander, acabo de hablar con Giorgio —dijo, apoyando las caderas en el borde de mi mesa, sin ninguna consideración por mi trabajo ni por mi burbuja de tres metros—. Hemos estado enfocándonos en la deuda, pero hay un problema más grande: la sequía de hace dos años. La finca perdió el 40% de la cosecha. Necesitamos agua.



#213 en Otros
#115 en Humor
#813 en Novela romántica

En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 15.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.