Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 22.

FERNANDA

El sol de Corfú se hundía, pintando de un naranja cobrizo las colinas llenas de olivos. Yo estaba sentada en el amplio escalón de piedra de la entrada de la Finca Aris, mis Vans de flores cubiertas de una gloriosa capa de tierra seca. El olor a jengibre del té que bebía se mezclaba con el aroma salino y antiguo de la casa.

La expresión de Alexander cuando se dio cuenta de que el círculo de piedras era, de hecho, el pozo perdido, valió cada gramo de esfuerzo físico. Y la frase: "la Señora Vasilakis acaba de encontrar agua"... fue un ascenso que ni la mejor escuela de negocios podría haber ofrecido.

Alexander estaba arriba, en nuestro único baño, sin duda tratando de desinfectarse de las "impurezas" del campo. Había vuelto a casa con el traje de algodón arruinado, su dignidad hecha trizas y una furia fría que vibraba en el aire. Perfecto. Mi desorden había ganado la primera batalla.

Si no puedes ser la esposa, sé la socia que no puede ignorar.

Miré la mansión veneciana. Alexander la llamaba una ruina, y técnicamente lo era. Pero yo veía más allá de la hiedra, el polvo y los postigos descoloridos. La hacienda era increíblemente bonita. Solo necesitaba que alguien le recordara su potencial.

Necesitaba algo de pintura en la fachada, el tejado requería atención urgente y, sí, había que arreglar las fugas de las tuberías de la otra ala para recuperar la otra habitación. Pero eso era infraestructura. La verdadera tarea era la tierra.

Pensé en mi abuela en México, en el patio trasero donde yo la ayudaba a sembrar.

"La tierra necesita paciencia y amor, mucha, mucha paciencia y mucho amor, Fer," — me decía mientras sembrábamos tomate rojo y verde. "Si le das a la tierra lo que necesita, te dará lo que le pides."

Mi misión principal seguía siendo encontrar algo que me gustara o apasionara de verdad. Fallé en Medicina porque no me llenaba. Fallé en encontrar un propósito claro. Pero la Finca Aris... la ruina, los árboles centenarios, el desafío de la tierra y la deuda... esto se sentía real. Se sentía como un problema de plomería a escala épica, con la recompensa de salvar algo hermoso. Y yo era buena resolviendo esos.

Entré en el dormitorio. La luz del atardecer suavizaba la austera habitación. Alexander había regresado del baño y estaba de pie junto a su maletín, doblando meticulosamente su ropa de lino limpia. Su orden era casi patológico.

La frontera de almohadas que había erigido en el centro de la cama era ridícula: una muralla de tela blanca, perfectamente alineada y reforzada con una manta enrollada. Me acerqué y me tiré en mi lado de la cama, rebotando un poco, solo para ver si la muralla temblaba. Alexander lanzó un siseo de advertencia.

— ¿Sabes, Alexander? Si el tatarabuelo es tan expresivo, tal vez es porque necesita que alguien le acomode la tumba. Podríamos contratar a alguien, y tú podrías pagarlo con el dinero que ahorramos al no instalar un nuevo sistema de irrigación.

Él no me miró, pero su hombro se tensó.

— Te pagaré el costo de tu absurda pala, si es lo que quieres. Pero no uses mis finanzas para financiar tu charlatanería de cementerio.

— Yo no necesito dinero, Alexander. Ya tengo mi Vans de flores y acceso a la bodega. Lo que necesito es información. ¿Sabes? Giorgio dijo que mañana nos enseñará cómo analizar la tierra, pero que la mayoría de los documentos importantes están en griego moderno.

Mantuve mi tono casual, pero mi mente estaba trabajando. La presión del griego era real. Él me había humillado frente a Giorgio al exigir el idioma de inmediato, y yo tenía que responder.

— Te conseguiré un tutor online, Fernanda. Para pasado mañana a las 9 a. m. Empiezas. Y no me hagas perder el tiempo con excusas. —Su voz era fría, sin emoción.

— ¿Un tutor online aquí? Con el WiFi que se cae si el tatarabuelo estornuda... Eres un genio, esposito.

Me levanté y caminé hacia mi mochila. Saqué mi pequeño cuaderno con la portada del calendario azteca y un lápiz.

— Haré mi parte —dije, comenzando a dibujar.

— ¿Qué estás haciendo? ¿Diseñando una nueva frontera?

— No. Estoy diseñando un sistema de clasificación para las cajas del sótano. Y estoy creando un diccionario visual con los nombres de las herramientas agrícolas. Necesito hacer que el idioma funcione para mí. Si la universidad no me dio un título, esta ruina me dará un propósito. Y si el griego no se me da, obligaré a Giorgio a entenderme con gestos y mapas.

Alexander se giró por fin. Su expresión era ilegible: mitad desprecio, mitad una curiosidad que intentaba ocultar.

— Eres ridícula.

— Soy efectiva, que es lo único que le importa a tu saldo bancario. Por cierto —dije, sintiendo una punzada de honestidad que no pude reprimir—, ¿dormiste anoche? Te ves peor que yo, y yo dormí en el lado del tatarabuelo.

Él se quedó inmóvil, mirando la muralla de almohadas.

— Mi sueño es irrelevante para ti. Ocúpate de tu lado de la cama y de tus ridículos dibujos.

Me acosté de nuevo, ahora con el cuaderno y las fichas de vocabulario. A pesar de la fatiga, me sentía eufórica. Había una meta y yo estaba en movimiento.



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En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 15.11.2025

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