Se Busca Marido... no se aceptan devoluciones

Capítulo 23.

ALEXANDER

A las 6:00 a. m., me despertó un calor suave y la conciencia abrumadora de un peso incorrecto. Mi cuerpo estaba rígido, alerta, pero extrañamente cómodo. Tardé un segundo en registrar la realidad: la muralla de almohadas había colapsado. La barricada estaba en el suelo, y la frontera, esa línea sagrada de lino, había sido borrada.

Lo que me mantenía en un estado de pánico silencioso era la posición.

Yo no estaba en mi lado de la cama. Estaba peligrosamente cerca del centro, y Fernanda, sin duda buscando el calor en la noche fresca de la finca, se había acurrucado. Mi brazo derecho estaba atrapado bajo ella, y su cabeza reposaba en mi hombro, su respiración suave y rítmica contra mi cuello.

Me sentí como si estuviera despertando en una trampa. Todo mi sistema de orden y control se desmoronó.

Lo peor no era la invasión, sino la sensación. Mi cuerpo, acostumbrado a la soledad glacial, registraba la cercanía como una anomalía perturbadora... o, peor aún, como algo extrañamente natural. El calor de ella, el peso de su cuerpo despreocupado, generaba una extraña y confusa sensación de calma. Una calma que no debería existir en mi mundo.

El pánico se instaló, no un miedo a la deuda o al fracaso, sino un pánico animal al ver mi vulnerabilidad expuesta.

Me moví con la precisión silenciosa de un ladrón, deslizando mi brazo y retirando mi cuerpo de la cama sin despertarla. Me vestí con prisa, poniéndome el traje de lino ligero que ya se sentía fuera de este mundo. En el rostro de ella, aún dormida y con el cabello revuelto, no había malicia, solo la inocencia del sueño profundo.

Salí de la habitación, respirando con dificultad. Esa mujer era un peligro. No por sus demandas financieras, sino porque había destruido mi soledad sin siquiera intentarlo.

Me dirigí al sótano a primera hora, buscando refugio en el archivo. Necesitaba la frialdad del trabajo para estabilizarme, pero la imagen de su rostro dormido persistía. La silla donde me senté ayer ahora estaba manchada con restos de tierra de sus vans florales.

Intenté abrir los archivos, pero las cifras se mezclaban. ¿Cuánto era el pasivo? ¿Importaba? Lo único que importaba era que yo, Alexander Vasilakis, me había despertado abrazando a mi "esposa por contrato".

Mi concentración estaba hecha añicos, dominada por una extraña sensación que se sentía muy parecida a la confusión.

El ruido del motor de un coche me salvó. El ingeniero hidráulico que llamé ayer llegó, puntual, a las 8:00 a. m. Se llamaba Yannis, un hombre tranquilo y de barba poblada que solo hablaba griego y alemán.

Giorgio y Yannis revisaron el círculo de piedras que Fernanda había desenterrado. El veredicto de Yannis, traducido a medias por Giorgio, fue optimista.

— El pozo está aquí, Señor Vasilakis. Es profundo, de construcción veneciana. Si no ha colapsado, el caudal podría ser suficiente para el ala de olivos más vieja.

— ¡Alexander, esto es genial! —Fernanda irrumpió en el sótano, vestida de manera casual y con su mochila—. Ya hablé con Elías. Me trajo un mapa turístico de Corfú. Vamos a usarlo para marcar nuestros puntos de interés.

La miré, mi paciencia se evaporaba. — Fernanda, el ingeniero está aquí. Y, por cierto, no vas a hablar con él. Él no habla inglés.

Fernanda ignoró por completo mi tono. Se acercó a Yannis, sacó su cuaderno de calendario azteca y le mostró un dibujo.

El dibujo era simple: un pozo de piedra y, al lado, una llave de agua. Ella señaló la llave y luego hizo el gesto de girarla, con una expresión de súplica.

Yannis sonrió por primera vez, una risa silenciosa.

— Nero —dijo Yannis, golpeando la mano en el dibujo de la llave, que significaba "agua".

Luego, ella le mostró otro dibujo: un olivo grande y un símbolo de porcentaje (%). Luego, el número "100".

Estaban comunicándose. Sin mi permiso, sin mi idioma y sin mis protocolos. Se estaban entendiendo a través de una lógica visual y operativa que yo, con mi MBA de Harvard, no había anticipado.

El resto de la mañana fue un infierno. Mientras yo intentaba mediar la conversación entre Giorgio y Yannis con mi inglés, Fernanda se dedicó a ser el soporte visual. Clasificó los documentos del sótano por color, usó post-its para marcar los tubos de riego obsoletos y, en general, se convirtió en un nexo de información increíblemente eficiente. Su método caótico era innegablemente correcto. Había reducido el riesgo de la finca de una manera que mis estrategias frías nunca hubieran imaginado.

Al mediodía, el plan estaba delineado. El pozo se reactivaría, bajo la supervisión de Yannis.

— Buen trabajo, Fernanda —dije, sintiendo la boca seca.

Ella sonrió. — Gracias, Alexander. Ahora, si quieres honrar la victoria, ¿podríamos comprar algo de aceite de menta para que dejes de oler a hombre de negocios asustado? Y, por cierto, mi tutor online no puede venir pasado mañana porque la conexión es inexistente.

— Entonces buscarás un tutor aquí. O aprenderás con Giorgio. Pero no me harás responsable de tus fracasos educativos.

— No lo haré. Ahora, ¿qué haremos con el hecho de que no dormiste nada?



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En el texto hay: divertida, matrimoniofalso, ligera

Editado: 15.11.2025

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