—¡Oh, cielos!
Miro la hora.
Tengo que llegar cuanto antes al aeropuerto, o bien, perderé el vuelo. Y mi asistente lo tendrá que reprogramar de inmediato, lo cual sería nuevamente un problema porque la reprogramación cobra recargo.
No es que el recargo me implique un perjuicio, el asunto está en que ella necesita mis datos y autorización para poder hacerlo.
Cuarenta minutos para salir.
Tengo la maleta cargada en el coche.
He aguardado a ver que mi amiga se vaya lejos a partir de la cámara de seguridad. Mientras ando, veo que está camino al transporte público, pero la evado con mi coche mientras aguardo en un semáforo contemplando por el estéreo que hay una llamada entrante. Atiendo con el mando al frente y Ela es quien me llama.
—Señor—dice ella—. Están por acá los niños, les he visto rondar el edificio desde las cámaras de seguridad de la oficina.
—¿Están ahí? ¡Llama a la policía!
—Sospecho que le esperan a usted.
—¿Y qué diantres quieren?
—No lo sé, señor. ¿Puede pasar un momento? La calle es peligrosa y temo no verlos, quizá si usted viene para luego colgarles puede que sea lo más óptimo.
—¿Colgarles? No, por todos los cielos, Ela, estoy con demora para llegar al aeropuerto, ¿no puedes resolverlo tú?
Ella parece pensarlo al otro lado y mi fuero interno entra en un punto dubitativo mientras me defino cronometrar mi tiempo para saber si cuento o no con el tiempo necesario para llegar al aeropuerto.
—Bien—me dice al otro lado—, trataré de buscarles, solo temo la peligrosidad de la calle fuera del edificio. Puede que los chicos estén perdidos.
—Caramba, Ela. Está bien. Aguarda, pasaré rápido, pero puedes ir teniendo marcado el número de emergencias, hay que saber quiénes son los padres y qué hacen dos chiquillos de esa edad por mi oficina.
—Está bien, le agradezco. ¡Hasta entonces!
—Hasta entonces.
Y cuelgo.
Girando con el mando en la dirección opuesta a la avenida que me conduce hasta el aeropuerto de Varsovia.
Aún hay recuerdos deliciosos que aparecen en mi mente mientras avanzo con el motor en marcha, sin embargo, mi interior clama por algo que no sea olvidable al extremo sino que traiga más alegrías, más satisfacciones y me ayude a trascender.
A veces, lo que escribo, se materializa.