—¡No llame a la policía, por favor!—me pide Alenka.
—¡No, no tiene que llamar a la policía!—suelta Ulises mientras busco mi móvil del bolsillo y comienzo a marcar al 911.
—Definitivamente esto se termina acá—les digo—. Ahora se verán con quién acaban de meterse. Ahora, díganme, dónde están sus padres para que vengan a llevarlos cuanto antes, son todos unos auténticos criminales. ¡Incluidos ustedes!
¿Cómo iba a ser que dos chiquillos con pinta de haber sido sacados de un catálogo de revista de chicos buenos y adorables iban a ser unos criminales?
Pues, lo son.
Y ya.
No pienso pensar lo contrario, después de haber sido víctima del malvado plan que han formulado junto a esas personas para llegar hasta acá y meterse en mi coche, cosa que también es cien por ciento peligroso.
—Por favor, señor, no haremos nada malo—suelta Ulises.
—Mire, mamá nos pidió enseñarle esto.
—¿Dónde está su mamá?—le pregunto a la niña, ya que lo menciona.
—Se subió al tren.
—¿A qué tren?
—Se fue. Solo se fue.
—¿Qué?
—Señor.
Ulises me pasa un sobre.
—Mamá nos pidió que le entreguemos esto, pero más adelante, no aún. Léalo igual, por favor. Solo no llame a la policía.
Tiene lágrimas en los ojos. La niña también.
—¿Entonces su papá no es el que recién estaba acá en el aparcamiento?
Ella se pasa un bracito por los ojos y me señala.
—Usted es nuestro papá.
¿Pero qué locura es esa?
Aún no lo comprendo.
Sigo con el 9, el 1 y el 1 puestos en la pantalla del móvil mientras le recibo el sobre al pequeño. Lo miro con el libro.
Es un libro mío.
¿Qué hace leyendo mi libro “Cree y crearás”? Oh, claro, es imposible que lo esté leyendo si apenas tiene edad para algo así. No hay manera de que pueda comprender la complejidad de un texto así, hay textos con las ideas volcadas a un público infantil, pero ese no es el caso.
Rompo el sobre y saco la carta.
Parece haber sido escrita con mucha prisa.
El niño sigue con el libro en manos.
—Oye, tú—le digo—. ¿Sabes leer?
Él asiente con las lágrimas brillando en sus ojos.
Y abraza el libro como si fuese un osito de peluche.
¿En serio me lo tiene que poner tan difícil?
Cuando leo la carta, mi entrecejo se va frunciendo más y más…
Querido Stefan, Stef, señor Zajac:
Lamento dirigirme a ti de esta manera, pero era probable que no existiera otra alternativa para poder hacerlo.
Posiblemente para cuando leas esta carta, ya me hayan atrapado.
Acá te habla Sabrina, ¿recuerdas? La chica española que trabajaba en aquel club de camarera cuando nos conocimos durante una noche en Varsovia. Me invitaste a un motel y nos acostamos, me esperaste a que saliera de trabajar; jamás habían hecho eso por mí. El asunto es que luego de eso, tuve que ocuparme de mi padre enfermo y ya no volví a saber de ti, ni siquiera sabía tu nombre completo o tenía datos para buscarte. Recién hace un tiempo, te vi en televisión y te identifiqué de inmediato. Stefan Zajac. Magnífico y exitoso escritor. Para ese momento en que te vi en TV, siendo tan exitoso y brindando una nota desde los Estados Unidos para un canal local, supe que no podía arruinarte la vida. Porque yo ya estaba embarazada.
El asunto es que este tiempo, la desesperación me condujo por caminos equivocados y tomé deudas con personas extremadamente peligrosas.
Y ahora no tengo cómo pagarles, así que intentaré escapar, pero lo más probable es que me encuentren porque hasta donde yo sé, ya vienen por mí.
Lo siento, lo siento tanto.
Tú tienes cómo proceder con los chicos.
Si necesitas una prueba de paternidad, te daré mi consentimiento de ADN en un domicilio que te dejo adjunto a esta carta donde puedes ir a buscarla.
Los chicos merecen ser felices, crecer sin prisas ni carencias y tener a un padre digno al cual admirar.
Porque jamás podrían admirarme a mí…
Les he hablado de ti toda su vida. Les he dicho que estabas de viaje por el mundo siendo exitoso y por ello no podías aparecer.
Ahora que supe que estás aquí en Varsovia, no por mucho tiempo, tenía que aprovechar la oportunidad para dejarlos en tus manos.
Ruego que no me busques.
No quiero meterte en problemas a ti también, aunque esta gente lo averigua todo. Absolutamente todo.
Siento mucho hacerte esto.
Lejos de arruinar la vida, estas criaturas hermosas te van a iluminar, ya verás. Son maravillosos y los amo tanto…
Gracias por estar leyendo esta carta ahora.
Probablemente ya me hayan atrapado y no me dejarán con vida.
Los amo. Diles siempre que los amo.
Y estoy muy feliz de tus exitos; quiero que crezcan viendo a su padre triunfar y siendo feliz en lo que más ama. En la mochila de ellos están sus documentos y algunas pocas pertenencias.
Con cariño,
Sabrina.
—¿Sí? ¿Hola? ¿Cuál es su emergencia?
El móvil me espabila.