—¡Señor! Qué suerte que llama. Le iba a avisar si prefiere que le haga el check-in electrónico, ¿ya está en el aeropuerto?
La voz de mi asistente parece tener más prisas que yo, cuando en verdad este es su trabajo y yo solo debo proceder con mi agenda. Que ahora se ve alterada por una situación imprevista al extremo.
—Por favor, no lo hagas—le pido—. Necesito modificar la fecha y dejar el pasaje con fecha de salida flexible. Hubo un cambio de planes de última hora.
Sé que esto no le parecerá bien, pero no es su trabajo juzgarme. A quienes no les gustará nada esta situación es a mis editores y agentes de marketing, tendré que darles una explicación y puede que todo esto signifique alguna nota de desprestigio en el periódico, pero eventos cancelados ocurren a cada rato, espero que me puedan comprender.
Lamentablemente, una situación como esta que estoy viviendo ahora, sería muy difícil de comprender precisamente.
—¿Q-qué, señor? Mañana mismo tiene una firma de libros en Nueva York. Si está demorado, puedo ver qué modificación es factible para volar por la madrugada.
—Me temo que no creo que eso vaya a ser posible. ¿Hasta qué hora puedo confirmar?—le pregunto, aún sin saber si estoy soñando o si estoy metido en una broma terriblemente mala de la cual difícilmente podría salir.
—¿Está seguro?
¿Lo estoy? Intento que no me tiemble la voz al responderle, pero siento que de todos modos me exhibe saliendo demasiado aguda:
—Completamente—. Suelto un suspiro mientras miro a los chiquillos detrás desde el espejo del centro—. Y, por favor, informa a la editorial para que reprogramen los tickets que sacaron los lectores para ir a la firma.
—Lo sé, di que tengo un…—vuelvo a mirarles, parecen haber estado en situaciones muy difíciles porque no tienen el semblante típico de los niños cuando son felices, sino el de niños tristes. Sé cómo es el semblante de un niño triste porque yo mismo lo he sido—, tengo un problema familiar.
—No se preocupe, señor. Está bien. Vaya tranquilo y espero que lo pueda solucionar. Aguardo su confirmación por la noche para saber qué hacer, creo que había un vuelo por la madrugada en caso de que podamos postergar algunas horas la firma, porque en dos días más tiene otra en Washington, para luego pasar a Miami al día posterior.
—Sí, estoy al tanto. Prácticamente debo recorrer los Estados Unidos de punta a punta. Muchas gracias.
—A usted, señor.
—Y gracias por todo lo que haces por mí.
—La agradecida soy yo, a disposición.
Y cuelgo.
Una vez que me vuelvo a los niños intento pensar una solución, algo que me permita alinear los planetas para tratar de discernir cómo encontrar a su madre y saber si la puedo ayudar en algo. Pero tampoco quisiera que vengan los matones tal como prometieron que regresarían en una semana en busca de esa cantidad de dinero que me exigen.
Aún no lo comprendo.
¿Ellos sabían que yo el padre de los chiquillos y ni yo mismo estaba al tanto? ¿La madre los envió conmigo para protegerlos, pero ahora yo estoy en el foco de a quién le cobrarán lo que ella les debe? ¿Qué le harán si la raptan? Por lo que vi del tipo que me visitó hace unos momentos, parece ser alguien dispuesto a todo.
—¿Tienen hambre?—les pregunto, volviéndome a ellos.
Descubro que hay dos mochilas sobre el asiento.
Ellos se miran.
—No queremos ser una molestia—dice Alenka.
—Claro que no, vamos a tomar una merienda. ¿O no…no han almorzado?
Niegan con un movimiento de cabeza.
Cielo santo.
—¿No han comido nada en todo el día?—les pregunto, con extrema preocupación.
—A veces mami no tiene hasta que consigue y nos trae, pero esta vez no pudimos—contesta la niña.
—Señor, ¿tiene usted tazón con cereales?—me pregunta Ulises.
—No le digas señor, dile papá o papi—lo reprende Alenka. Lo cual me impacta.
—Vamos a comer algo. Y nos movamos de acá que no me da buena espina este sitio—les digo, dándome cuenta de que acaban de suceder dos hechos en este espacio que en nada quiero seguir teniendo presentes—. Abrochen bien los cinturones de seguridad.
Ellos se vuelve hasta el respaldar y Alenka no sabe cómo hacerlo, pero Ulises es más intuitivo y noto que le brinda ayuda.
No puede ser esto.
No puede ser.
¿Y si son míos de verdad? ¿O si Sabrina me los envió como un acto de desesperación? Sino, no me hubiera enviado la localización donde buscar la autorización para realizar la prueba de ADN de los pequeños.
Tengo que solucionar esto antes de que se ponga el sol porque, de lo contrario, estaré en serios problemas con mi trabajo.