Se Busca Papá

CAPÍTULO 9

Caray, caray, caray, no puede ser. No pueden haberse ido demasiado lejos, la llamada no duró ni cinco minutos, apenas los perdí de vista un momento. ¿Y si se los llevaron? ¿El tipo que me asaltó por la mañana me estuvo siguiendo? ¿Están siguiendo a los niños ahora que saben que yo soy el padre, o que se supone que lo soy, o que la madre dice que yo soy debo de ser el padre, acaso?

Me detengo mientras voy derecho en busca del agente de seguridad más próximo ante contemplar una idea: ¿me habré vuelto loco? ¿Y si los niños nunca existieron? Pero están ahí los platos, en la mesa, no se terminaron sus comidas, hay vestigios de que comieron. ¿Y si fui yo en una suerte de estado de trance alucinatorio y así de repente como aparecieron también desaparecieron?

No puede ser, Ela también los vio, incluso lo captaron las cámaras de seguridad del edificio donde funciona la inmobiliaria con mis inmuebles.

Un momento.

¡La inmobiliaria! ¡Las cámaras!

Mi móvil vibra. ¿Y si es alguien que ha capturado a los niños? ¿O que los ha visto? Me preparo para lo peor en cuanto reviso el mensaje que acabo de recibir personalmente en mi cuenta de Telegram.

Proviene de un número desconocido…

El corazón me va a mil cuando leo:

“Bendito sea el árbol con el que hicieron la cama donde tus padres se echaron el polvo para alumbrarte con tantas ganas y que hayas escrito tan maravillosos libros. ¡Me encanta cómo escribes! ¡Te amo!”

Por todos los cielos, no puedo creerlo. Hay muchas lectoras que consiguen a veces mi contacto personal y me envían esta suerte de mensaje seguido.

Alguna se enojan porque las dejo en visto y no contesto, otras se toman personal mi silencio y contestan con un bloqueo o con una foto poco prudente.

En fin, me lo guardo y ya no está el guardia ahí.

¿En serio?

Está camino a la puerta, observando hacia afuera, por las puertas de vidrio abiertas.

Me voy corriendo en su dirección, pero antes, llega una chica pelirroja con dos pequeños. Uno de ellos sostiene uno de mis libros.

¡Ahí están!

Ella está hablando con el guardia mientras le señala a los chicos. En cuanto ya estoy lo suficientemente cerca, Alenka me ve y grita:

—¡Papi!

—¡Cielo santo, dónde estaban!

Al verles, el guardia me mira con gesto de reprenderme.

—¿Son sus hijos, señor?

¿Lo son?

—Sí—contesta Ulises—. Señor, no se preocupe. Ya estamos bien. —Y se acerca hasta mí para tomarme de una mano con su manito libre.

La chica pelirroja ha de tener unos veinticinco años. Es encantadora. Parpadea al verme, como si se hubiese llevado una sorpresa con la situación; siempre pensé que los hombres con niños a cuestas pueden ser atractivos para las mujeres, pero esta situación no es exactamente mi vida de ensueño, pero me está dando algunos atributos.

Los grandes ojos azules de ella se fijan en los míos, pero es el guardia el primero en hablarme una vez que Alenka me toma de mi otra mano en la que sostengo el móvil.

—Por favor, le rogamos tener más cuidado. Estaban jugando a las escondidas nada menos que en el aparcamiento del centro comercial.

—Apenas atendí un llamado y los perdí de vista. Disculpe.

—Suerte y cuide de los niños.

—Gracias—le digo a la chica que sigue rara, sin decir una sola palabra.

Al darme la vuelta para marcharnos hasta el comedor nuevamente empiezo a preguntarles:

—¿Dónde rayos se metieron? ¿Por qué desaparecieron así, dónde esta…?

—¡Disculpe!

Es la chica pelirroja.

Al plantarme en el suelo, me vuelvo y ella viene corriendo hasta nosotros.

—Di…disculpe—ella me dice—. ¿Puedo preguntarle si es usted el señor Stefan Zajac?

Oh, claro. Por eso.

—Soy yo—le digo—. En persona.

Nunca van a dejar de incomodarme esta clase de situaciones.

—Vaya. Qué alegría verle, mi nombre es Wanda. Un placer encontrarle. Bah, qué importa mi nombre a final de cuentas, solo soy una lectora más de sus libros. Me fascinan.

Definitivamente jamás dejarán de incomodarme.

—Gracias—le contesto.

Entonces aquí viene la parte más compleja:

—¿Puedo tomarme una foto con usted?—me pregunta.

Se supone que estoy con un conflicto familiar.

Se supone que no puedo andar de paseo por un centro comercial.

Se supone que tengo que ir a una firma de libros cruzando el océano, pero acá estoy.

Se supone que no tengo hijos.

Y acá estoy.

En un centro comercial.

De paseo.

Con dos niños.

—No quisiera sonar descortés—le digo—, pero por motivos personales no puedo concederte esta foto, Wanda. Pero valoro mucho tu interés.

Su rostro de pronto parece herido.

Dolido.

Rayos, es preciosa. No merece que le haga esto.

El tono de su piel se vuelve rojizo casi como el de su cabello.

—D-disculpe, lo siento tanto. N-no sabía. Perdone.

—Descuida, no tienes por qué sentirlo.

—Pues… Hasta pronto. Y siga escribiendo tan bien como lo hace siempre.

Entonces algo en mi mente se ilumina:

—Escucha. Si quieres déjame tus datos desde mi cuenta de instagram y te envío un libro firmado, solo dime dónde.

Ella parpadea como si hubiese visto a Dios cara a cara.

—¡¿En verdad?!

—Así es.

—Pues… ¡Fabuloso! ¡Sí! ¡Claro que sí!

—Bien, aguardo tu mensaje, Wanda. Si cuelgo en responder, no tengo problema en que insistas hasta que lo vea.

—¡Muchas gracias! ¡Gracias!
Entonces se da la vuelta y se marcha.

Alenka tiene cara de enojada.

—¿Qué?—le pregunto.

—¿Ella es su novia, señor?

Ulises la reta:

—No digas bobadas, es una lectora. Y lo ama como las lectoras de TV que lo saludan con entusiasmo a papá.

¿Por qué será que no deja de incomodarme que me digan de ese modo? Y lo que es aún más complejo: No soy el padre… No hasta que se demuestre lo contrario, quizás.



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En el texto hay: millonario, humor romance drama, padre e hijos

Editado: 01.05.2023

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