—Cariño, ¿te escuché bien?
—Sí, me escuchaste bien.
—¿Dos personas más? ¿Puedo saber el motivo y quiénes son? Tengo la dificultad de que el hotel requiere de reservas anticipadas y ello implica otra habitación doble. ¿Es una pareja, cielo?
Me vuelvo a los niños, pensando en que si nos marchamos, puede que los “hombres malos” tengan mayores dificultades para encontrarnos.
Acto seguido estiro mi mano en dirección a sus mochilas, Ulises me ayuda a acercarlas y las reviso al incorporarlas en el asiento de acompañante.
—No, Krysta. Son dos niños. Personas menores de edad que están a mi cuidado.
—¿En serio?—me pregunta—. Eso es muy tierno, pero ¿qué haremos con dos niños a cuestas durante la firma? Podemos solucionarlo, claro.
—Están bajo mi cuidado—le repito.
—Es el asunto que tenías que resolver, comprendo. Dime, ¿qué edades tienen los pequeños?
Entonces miro la documentación de ambos: nacidos el mismo día, mellizos de sangre en tanto hecho y derecho.
—Cinco—contesto.
—Oh, criaturas hermosas. ¿Sobrinos?
—Mmm, no.
Creo que al contestarle, le solté un gruñido como cuando los perros están mordiendo un hueso y creen que otro les puede quitar su preciado objeto.
En esta oportunidad, no me explico al respecto ni insiste.
—Oh, ya, está bien.
Entonces noto algo.
Algo que no hay.
—Krysta, para poder viajar tiene que ser sí o sí con los chicos, pero tenemos un inconveniente—miro todos y cada uno de los papeles. Partida de nacimiento, cédula de identidad, seguro médico…
—No me asustes, cariño.
—Los niños no tienen pasaporte.
—Eso no es grave.
—¿No?
—¿Tienes partida de nacimiento y carnet de conducir?
—Tienen cinco años cada uno de ellos, ¿cómo crees que puedan tener car…?
—No, cariño. Tranquilo. Tuya.
—Ah, eso seguro.
—Ten el pasaporte y déjame esos papeles a mí para tramitarte un permiso para que puedas salir del país con los chicos. ¿Comparten apellido?
—No.
—Descuida. Iba a ser más sencillo si compartían apellido, pero en ese caso, necesitaré que pidas un permiso a la madre para salir del país.
—¿A la madre?
—O al tutor.
—Creo que eso será un…
Entonces Ulises rebusca en un bolsillo pequeño de la mochila donde hay más papeles doblados dando con algunos objetivos:
—Krysta, perfecto. Tenemos los permisos.
—Fabuloso, cariño Déjame tramitar tu estadía de hotel.
—Habitación familiar, no les puedo perder de vista.
—Está bien. Pero el hotel…
—Consígueme donde sea, pero donde no me aparte de los chicos, por favor. Necesito también esos boletos de avión y un extra de equipaje.
—Definitivamente sería hoy tu hada madrina. ¡Nos vemos en Nueva York, cielo!
Una vez que cuelgo, me regreso a los chicos y los miro con cara temerosa. Una vez que les comunico que vamos a entrar al apartamento, me sujetan de las manitos y subimos al ascensor. Al llegar al piso en cuestión, quedan maravillados con el lugar.
—¡Waaaaooooo!—suelta Ulises—. ¡Puede ver toda la ciudad desde acá!—me dice pegado a los vidrios.
Alenka se arroja en el sillón y sus zapatillitas viejas están sucias, además de tener barro. Siento que me clavan un puñal al ver que las afirma sobre el tapizado.
—¡Este sillón es muy grande! ¡Mira la TV! ¿Podemos ver TV?
—Pero sin los zapatos arriba del sillón, sino el sillón se arruina—. Muevo sus piecitos hasta el suelo.
—¡Mira todos estos libros!—dice Ulises.
Cuando me vuelvo a él, noto que está tratando de treparse las estanterías para llegar hasta uno de los títulos que sobresalen.
¡Se le va a venir todo el mueble con los libros encima!
—¡No, no!—me levanto y corro hasta el niño, sujetándolo de las axilas, notando que un poco se tambalea y algunos adornos y portarretratos afirmados en las estanterías se caen—. ¡Por favor, ten más cuidado!—le pido.
—¡Quería ver ese libro de muchos colores y superhéroes!
—¿Dónde?
Me señala uno de superación personal. “Sé la mejor versión de ti”. Hummm, creo que podría narrarle de qué va, pero no creo que pueda avanzar mucho.
—Tarde o temprano te enseñaré a leer, por mientras te compraré uno con imágenes y me encargaré de que pronto puedas ir a la escuela—le digo, bajando el libro en cuestión y se lo paso para que lo revise tal como quiere.
Contento con la situación, se va corriendo hasta el sillón donde Alenka reposa lista para ver TV y se arroja a su lado donde están las manchas de las zapatillas de ella.
Pero ella no está.
Entonces escucho un estallido de vidrios.
Unos cuántos vasos de vidrio han caído mientras sostiene uno al borde de la encimera de la cocina y el bar.
—¡Alenka!—grito.
Ella me mira como si la hubiera retado y se larga a llorar.
—¡Cuidado, por favor!—. Me voy en su dirección y piso por encima de los vidrios para recogerla en brazos.
—Solo quería sacar agua—me dice ella.
—Tratemos de que el vaso que tomes sea de plástico y me lo tienes que pedir a mí. Lo dejaré donde tú puedas alcanzarlo.
Y miro apenado los vidrios.
Caramba, me gustaba ese juego de vasos, era el que más usaba por eso estaban al alcance de la mano. Pero cuánto iba a imaginarme que podría suceder esto de que dos pequeños llegasen de pronto a mi vida.
Y no sé cuánto tiempo más estarán a mi lado, no sé por qué diantres se me empieza a ocurrir hacer cambios en mi vida de esa manera, reorganizarlo todo.
La sostengo en mis brazos y sirvo agua de la nevera.
—¡Jugo!—dice ella al ver la jarra.
—Bien, vamos a servir jugo—digo mientras busco la jarra y le coloco en el vaso mientras ella lo sostiene. Luego me pone cara fea.
—Puaj, está feo.
—Es natural exprimido. —Le explico mientras cierro la nevera y le agrego agua y azúcar a su vaso—. Pero para los niños chicos, se puede arreglar.