Aterrizamos.
Los chicos, lejos de marearse o de cualquier precepto que podría tener acerca de lo que les parezca el vuelo, se muestran muy emocionados, felices y entusiasmados. No conocía algo como esto, no sabía que existiera satisfacción tal como esta que me hace saber acerca de lo bien que se siente hacer feliz a un niño.
Y a dos, ni hablar.
Ellos se sorprenden y se ponen felices con cualquier hecho, son maravillosos en todo sentido, capaces de llegar a cualquier extremo de alegría hasta a los aspectos más inesperados. ¿Qué pasa conmigo? ¿Antes también pensaba en que una situación así también tendría la fuerza suficiente para hacerme sentir así de satisfecho?
Ambas criaturas son dos ángeles y despiertan en mí tal sentimiento protector que poder cumplirlo me hace saber una buena persona.
¿Soy buena persona?
Tras haber pasado todos estos años lejos de estos chicos. ¿Cómo habría sido mi vida, entonces? ¿Podría haber logrado todo lo que logré de haber sabido de la existencia de ellos, teniendo que salir de inmediato a buscar dinero cuando mi carrera estaba en pleno despegue? ¿Fue mi carrera la responsable de no haber podido mostrarme abierto a estar dispuesto a estos chicos hasta ahora?
Me espabila la situación alrededor en cuanto bajamos de los micros que nos lleva desde el avión hasta el sector donde se busca el equipaje y Alenka grita, señalando en dirección al cielo:
—¡Está amaneciendo!
Asombrado, asiento.
Hay una diferencia horaria importante con Polonia, por lo que llegar justo en el horario del amanecer es algo magnífico. De hecho, durante un instante ellos se quedaron dormidos en los asientos del avión, pero no fue motivo para detenerles a la hora de pensar la magia de un cielo aclarando estando por encima del nivel de las nubes.
—Es bonito…—comenta Ulises, mientras se ajusta las gafas y observa en dicha dirección.
Una vez que llegamos a buscar el equipaje, ellos siguen mirando y sé que nos espera alguien de la editorial para ir camino a nuestro hotel.
No sé si será el mismo donde mi editora antes hizo la reserva, pero necesito que no nos apartemos ni perdamos de vista a los niños. En verdad me asusta pensar los límites a los cuales llegarían los “Hombres malos”, aunque estar lejos me da un poco de paz en este momento.
¿Y si lo son?
¿Y si realmente lo son?
—¡Allá están!—suelta Alenka corriendo en dirección a sus maletas pequeñas y la mía. Voy en dicha dirección hasta la cinta para evitar que pasen de largo
Mientras trato de llegar hasta la maleta con la prisa de que no siga de largo en la cinta, percibo que el móvil en mi bolsillo comienza a vibrar.
Lo miro.
Hay mensajes perdidos, llamadas y mensajes de llamadas.
Además de una llamada entrante.
Hay mucha insistencia.
Es un número privado.
—¡Atrápala!—le dice Alenka a Ulises.
Ella ya tiene las maletas pequeñas de él.
Pero cuando Ulises atrapa la mía se le cae encima y lo derriba al suelo.
—¡Auch!
—¡Cuidado!—. Me vuelvo a él entre la gente y lo recojo con la maleta. Me pongo en cuclillas ante él y le pregunto:
—¿Estás bien?
Él se acomoda las gafas y asiente.
—La atrapé—dice como si fuese un magnífico logro.
Asiento.
Estoy un poco culposo porque por culpa de haber visto el móvil, le perdí un segundo de vista e intentó sujetar mi maleta hasta casi hacerse daño.
—Tranquilo, estás bien. —Me vuelvo a Alenka—. ¿Vamos?
—Siii—conviene ella.
Entonces vuelve a vibrar el móvil.
Es una llamada más.
¿Será alguien a quien envió la editorial para que nos reciba en el aeropuerto y quiere darme indicaciones de dónde le podemos encontrar?
Me lo pienso hasta que decido atender.
—¿Hola?
—...
Alguien respira al otro lado.
—¿Diga?—insisto.
No hay respuesta
Solo jadeos.
Como si estuviera llorando.
—Le juro que si es una broma—empiezo, pero me corta de inmediato una voz femenina, quebrada y muy débil:
—¿Stefan? Soy yo… Sabrina….