—¿Stefan? Soy yo… Sabrina…
Quedo clavado al suelo en cuanto le escucho. Es como si me hubiesen metido en una cápsula bajo la imposibilidad de salir y de percibir con claridad lo que sucede en el mundo exterior. Su voz se aparece en mi cabeza, recordándome al mismo tiempo un matiz que no escuchaba desde hacía rato, que me llega de pronto a la cabeza en imágenes de aquella noche que estuvimos juntos hace años.
Lo cierto es que rara vez he vuelto a traerla a mi mente al igual que muchas otras mujeres con las que he estado a lo largo de la vida y a quienes solo creía que serían cuestión de una noche o algo pasajero, fugaz, rápido para el disfrute y luego no más que eso.
Pero otra idea cruza por mi cabeza.
¿Y si está acá? ¿Y si decide reaparecer? ¿Si su objetivo es pedirme de regreso a los niños, si de eso se trata su mensaje? No es posible, no puede ser, no. No puedo cerciorarme de que estarán seguros en caso de que ellos suceda.
—Sabrina—digo—. ¿Estás bien?
—Stefan, lo siento tanto…
—Por favor, Sabrina, ¡¿estás bien?!—me exalto, clavándome al suelo y los niños lo hacen conmigo a mi lado. Sus vocecitas se encargan de romper la burbuja a mi alrededor. Por segunda vez rompen mi burbuja:
—¿Mamá?—pregunta Ulises.
—¡¿Es mamá?!—brama Alenka.
Levanto una mano en alto y los llevo a los chicos hasta un costado mientras la gente pasa en fila para salir del aeropuerto.
Por mi parte, no me siento completamente seguro al salir. No sabiendo que ella acaba de contactarme. De este lado por lo menos están los filtros de seguridad, ¿qué debo hacer, demonios? ¡Estamos en plena ciudad de Nueva York!
—Stefan—añade—. Siento mucho esto… Ellos… ¿Están bien?
Su voz parece estar en un extraño límite entre borrar por completo sus fuerzas o romper en llanto en cualquier instante.
¿Será eso que va a suceder?
—Sí—le digo, tratando de contener a los niños. Caramba, nunca tendría que haber mencionado su nombre en alto, pero la sorpresa me ha tomado absolutamente desprevenido—. Están bien, Sabrina. ¿Tú? ¿Qué hay de ti, cómo estás? ¿Dónde andas?
—Por favor, cuida de ellos. Lamento haberte…hecho partícipe de ese modo… Necesito que estén bien.
—Lo estarán. Tú dónde estás, haré que te busquen.
—No… No es posible.
—¿Cómo que no es posible?
—No me podrán encontrar…
—¿Por qué?
—Stefan… Ellos… Están acá…
—¡¿Qué?!
Los latidos de mi corazón se agudizan en mi garganta.
Los niños permanecen delante de mí, a la espera de una respuesta.
Qué hizo.
Qué hizo Sabrina.
¡En qué se ha metido!
Entonces percibo ruidos.
Y un grito de parte de ella:
—¡Desaparece, Stefan! ¡Corre…!
Y cuelga.
Mis ojos están cubiertos de una fina capa de lágrimas de esas que al parpadear corren riesgo de caer.
Los niños siguen a mi lado reclamando respuestas, queriendo saber cómo está su madre.
Cuadro la situación con que dos más dos da un único resultado y caigo en la cuenta de lo que sucede:
El llamado ha sido una trampa.
Están buscando localizarme…
Rodeo a Ulises con un brazo mientras sigo llamando, como si la tierra se pudiese abrir en cualquier instante y me los pueda arrebatar.
Sujeto a Alenka con mi mano libre mientras las maletas descansan arrojadas sin más en el suelo. Ya toda la gente está terminando de salir con su equipaje.
El nuevo llamado que hago no tarda en responder.
—Buen día, con la policía estatal de Varsovia—me contesta en Polaco—. ¿Cuál es su emergencia?
—Sí, buen día. Necesito envíen una movilidad a mi casa.
—¿Está usted bien? Su localización…
—Estoy en Nueva York. Pero tengo información de que pueden haber entrado en mi domicilio legal de Varsovia.
—Bien. Por favor, envíeme la dirección del domicilio y un contacto alternativo de un familiar o conocido que nos pueda hacer ingresar en su domicilio.
—Le paso el contacto de mi portero.
—Por favor.
Y termino de darle la información.
Una vez que cuelgo, los niños me están mirando fijo.
La firma de libros.
Es mañana.
No sé qué posibilidad existe de que esa gente pueda venir o tener amigos por las calles de Manhattan, pero seremos un blanco fácil en esa firma. Mucha gente asiste, estar al frente es idóneo si alguien prefiere hacer daño, sería exponerlos demasiado.
¿Qué voy a hacer?
—Papá…
Ulises me mira.
Está llorando.
Es la primera vez que me dice papá.
No es un llanto sino lágrimas que aparecen debajo de sus gafas gruesas cuando me pregunta con la voz quebrada:
—¿Cómo está mamá?
Alenka también llora. Ella sí está en pleno llanto.
Y el corazón se me parte en mil pedazos cuando su vocecita me pregunta:
—¿Mami está bien…?
Ya la vieron sufrir lo suficiente.
Saben que su mamá no está bien y la desesperación los destruye.
—Vengan—murmuro, con un hilo de voz.
Y los abrazo.
Ellos me abrazan a mí.
E intento decirles que mamá estará bien, pero no hay palabra que pueda salir de mi desesperación. Simplemente, los tres lloramos.
Hoy es la firma de libros y estaremos justo en el blanco de cualquier matón o criminal. No lo puedo permitir.