Se busca: Un esposo para mí mamá

Capítulo 3: El secreto del doctor

Capítulo 3: El secreto del doctor

.....

—¡LEOOOOO!

—Mamá... —susurré, sintiendo que mi cuerpo flotaba como un globito suelto.

No sé muy bien cómo pasó todo. Vi el techo. Vi las lámparas. Vi mi vida entera pasando en cámara lenta (bueno, no tan dramático, pero se sintió raro).

La voz de mamá sonaba como en una película toda entrecortada:

—¡Ayuda! ¡Mi hijo! ¡Por favor! ¡Se cayó, se cayó!

Todo fue un desorden:

Zapatos chirriando, gritos, alguien que preguntaba si yo respiraba, y de pronto una camilla que llegó volando como carro de carreras de Mario Kart.

—¿Qué le pasó? —preguntó una enfermera mientras me acomodaban.

—Se desmayó —dijo mamá llorando, con su vocecita temblorosa—. Estábamos limpiando y de repente... ¡PUM! ¡Se cayó como costal de papas!

Costal de papas, dijo.

¡Qué manera tan poco elegante de describir la caída heroica de su hijo!

Pero la perdono, porque estaba preocupada.

—Tranquila, señora —dijo la enfermera—. Lo llevaremos de inmediato a urgencias.

Me llevaron rodando en la camilla.

El techo del hotel desapareció y se cambió por el techo del hospital: blanco, frío, con lamparitas cuadradas que parpadeaban.

Una de las lamparitas parecía sonreírme.

¿Sería normal que una lámpara sonriera?

Quizá no.

Quizá me estaba volviendo loco.

—¿Mamá...? —murmuré.

—Aquí estoy, mi amor —me apretó los deditos—. Aquí estoy, Leito. No te preocupes.

Entramos a una habitación que olía a cosas limpias, era aterrador.

Un doctor joven, con el cabello todo parado como si hubiera metido los dedos en un enchufe, entró corriendo.

—¿Qué tenemos? —preguntó.

—Paciente pediátrico, seis años, síncope súbito —respondió la enfermera.

¿Síncope? ¿Súbito?

Sonaba a hechizo de Harry Potter, a los libros que me leía mi mamá.

Seguro si decía "¡Síncope SÚBITO!" en voz alta, haría levitar a alguien.

El doctor se inclinó sobre mí.

Me revisó los ojos, me pegó en las rodillas (¡oye, eso duele!) y me escuchó el pecho con un aparato helado que podría servir perfectamente para congelar pingüinos.

—¿Cómo te llamas, campeón? —preguntó.

—Leo... Leonardo... pero mamá me dice Leito, terremoto, o gremlin, depende si me porté bien o mal.

El doctor sonrió, de esas sonrisas que no asustan. Pero son tiernas.

Eso me gustó.

—Muy bien, Leito —dijo—. Vamos a hacerte unos estudios, ¿vale? Te prometo que será rápido.

Spoiler de pelicula:

No fue rápido. Me pincharon en todos lados.

Parecía una coladera humana. Pero me porté valiente. Lloré como ninja: en silencio.

Horas después, ya con un suerito en el brazo y mi osito de peluche, estaba viendo caricaturas en una tele diminuta mientras mamá me acariciaba el cabello.

Fingía reírme.

Pero me sentía raro, muy raro. Como si mi cuerpo fuera de papel. De repente, el doctor regresó.

Con cara seria y papeles en la mano.

Eso nunca es buena señal.

Mamá se puso de pie como si tuviera resortes.

—¿Qué pasó, doctor? ¿Cómo está mi hijo?

—¿Podemos hablar afuera? —le dijo él, en tono bajito.

¡Error!

Cuando los adultos dicen eso es porque viene una bomba.

Así que afiné el oído como detective privado.

Desde mi cama escuché:

—Señora, hemos revisado los niveles de blastos en la sangre de Leo...

—¿Blastos? —interrumpió mamá, nerviosa.

—Son células inmaduras. Lo que pasa es que su leucemia no está respondiendo al tratamiento de primera línea que comenzamos hace meses.

El porcentaje de blastos en sangre periférica ha aumentado en lugar de disminuir... Señora, su hijo necesita quimioterapia de rescate inmediata, y probablemente un trasplante de médula ósea.

Todo fue silencio al instante.

Mamá se tapó la boca, sus ojos se llenaron de lágrimas.

Otra vez.

Otra vez ese miedo feo que le salía del corazón.

—¿Pero... pero el tratamiento actual...? —preguntó en voz temblorosa.

—No está funcionando —dijo el doctor, bajando la voz—. Y el trasplante es costoso. Además, debemos buscar un donante compatible y eso puede tardar semanas.

Mamá pareció encogerse delante de mis ojos.

—Yo... yo hipoteque la casa... apenas logré pagar el tratamiento de ahora...

—Lo entiendo, señora. Créame que lo entiendo —dijo el doctor—. Pero la prioridad ahora es la vida de Leo. Vamos a hacer todo lo que podamos. Necesitamos intentarlo de nuevo, intensificar la quimioterapia con un protocolo de rescate, y gestionar una búsqueda de donante.

Las palabras "quimioterapia intensiva", "donante" me daban miedo, Pero tenía que ser fuerte por mami.

Yo no entendía mucho.

Solo sabía que mamá estaba triste. Y eso no me gustaba.

Y eso era peor que cualquier aguja.

Cuando mamá regresó a la habitación, se limpió la cara rápido.

Sonrió con una sonrisa que dolía verla.

Se sentó junto a mí, tomó mi manita, y dijo:

—¿Sabes qué, Leito? Vamos a pelear como guerreros. Como Batman. ¿Recuerdas cómo Batman nunca se rinde?

—¿Voy a tener capa? —pregunté, esperanzado.

Mamá rió entre lágrimas.

—¡Claro que sí! Te conseguiré una.

Yo asentí.

Un guerrero necesita su capa. Aunque por dentro...

Por dentro sentía mucho, mucho miedo.

Después de que mamá salió a firmar papeles, me quedé solo en la habitación.

Bueno, no completamente solo:

El osito estaba conmigo.

(Y también la tele... pero pasaban telenovelas y ¡yo no quería dramas, quería dibujos animados!).

Estaba a punto de dormirme otra vez cuando escuché algo raro.

Un sonido bonito. Como un río cantando, o como un pajarito que se había metido al hospital.

Me senté como pude en la cama (me dolía todo) y afiné las orejas.Era música.

Alguien estaba tocando algo...




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